
¡Cuántos son los hombres doctos a los que su modestia o su deseo de llevar una vida tranquila mantiene ocultos y apartados de cualquier notoriedad!
Plinio, Cartas.
Ludovicus Plinio suo salutem plurimam dat. Te asombrarías, o tal vez no, pues no en vano estabas considerado ya en tu época un hombre inteligente y experimentado, al comprobar cuánta verdad encierran esas frases tuyas, de una de tus cartas, en estos tiempos tan lejanos a los que tú viviste. No sé, no obstante, si en nuestro caso los hombres doctos permanecen en la sombra por propia iniciativa o porque a muy pocas personas les interesa lo que puedan opinar y decir. De ahí que rara vez aparezcan en los medios de comunicación o sean noticia; no lo son, de hecho, ni siquiera el día de su muerte. También puede influir en esa ausencia el que, como se dice actualmente, los sabios no son rentables, no sirven para vender camisetas, ni discos, ni gorras, mochilas ni similares; no generan expectación ni, por supuesto, dinero. Por eso es raro, rarísimo, ver, en la televisión, una entrevista a cualquier personaje que haya hecho algo positivo por la humanidad: investigadores, profesores, médicos… en la televisión sólo se entrevista a personajillos del momento sin más enjundia que los productos que anuncian y venden, o las tonterías y zafiedades que dicen, que no son pocas. Es todo de una mediocridad que asfixia. Por supuesto que esta mediocridad es buscada, querida y deseada. Y es el reflejo, por otra parte, de quienes mandan y gobiernan. Una sátira zafia de la República de Platón o de la Ciudad de Dios, de Agustín de Hipona. Ya sabes: lo de arriba es igual a lo de abajo, aunque, en el caso de esta sociedad, tal vez un poco más degradado. Tal vez.
El periodismo es hijo de su época. Así que en un momento banal como este, vacío y mediocre, no podía sino tener periódicos que son la viva expresión de esa vaciedad y mediocridad.
Aun así, y pese a todo, es muy probable, querido Plinio, que nos envidies a los hombres actuales por eso que tenemos ahora, y que faltaba en tu época: el periodismo. Creo que hubo algún conato, si no estoy equivocado, por parte de César, de crear algo parecido en Roma, dentro de lo que cabe. Se trataba, en el caso de César, si no recuerdo mal, de informar al pueblo, mediante pasquines, de las decisiones del Senado. Si es así, y conociendo a César, no tiene visos, aquel conato de periodismo, de ser muy imparcial, como tampoco lo es el que está considerado como el mayor de los historiadores romanos. El eterno tema.
No voy a discutir ahora sobre la importancia de los periódicos ni de los periodistas: la han tenido y la siguen teniendo. Y creo, sin ningún género de dudas, que también el periodismo es hijo de su época. Así que en un momento banal como este, vacío y mediocre, no podía sino tener periódicos que son la viva expresión de esa vaciedad y mediocridad. Raros son los artículos, salvo contadísimas excepciones, que analicen en profundidad cualquier evento. Son una excepción. Pues al fin y al cabo, un periódico es un negocio, y si quiere vender, y quieren todos, no tienen más remedio que tirar por la calle del medio. Eso explica el que siempre estén llenos de las tonterías que se les han ocurrido a los políticos, a los futbolistas, o a promocionar cualquier serie de televisión, que está muy lejos de hacer pensar o reflexionar por mucho que algunos se empeñen en ello. No te puedes ni imaginar la cantidad de noticias que puede generar una serie televisiva: los desnudos que hay, las escenas subidas de tono, la edad de las actrices, los tatuajes de los actores… Con estas y otras menudencias pasamos los periódicos y los años.
Raro es el periódico, además, que no cuenta entre sus filas a cualquier articulista que lo mismo te habla de carne que de pescado. Todos, en una redacción, parecen entender de todo. Y todos lanzan afirmaciones, acusaciones y pretendidos análisis con una osadía rayana en la pura necedad. Se supone, además, que un señor, por el mero hecho de ser escritor, pongamos por caso, sabe de todo y entiende de todo. Y así no hace mucho hemos visto la ridiculez llevada a cabo por un periódico y un premio Nobel de literatura. Éste, gorrita de visera en ristre, boli, libreta de notas y pantalón de excursionista, fingía tomar nota en una zona en conflicto en la que él no corría ningún peligro. De espanto. Se me fueron las ganas de leer lo que pudiera decir, pensar u opinar.
Ahora bien, el periodismo nos ha servido, sin ir más lejos, para enterarnos de todos los casos de corrupción que ha habido en este país desde que se instauró la democracia. Otra cosa es que nos preguntemos para qué nos ha servido estar tan bien informados, pues desde aquellas lejanas corrupciones de los socialistas, en la etapa de Felipe González, a la actual con el partido político en el poder imputado por corrupción, no hemos adelantado nada. Tal vez alguien me acuse de pesimista. Y tendría razón: la corrupción sí que ha avanzado, y lo ha hecho para generalizarse, aunque muchos de estos que mueven los hilos siguen siendo tan zafios como los anteriores. O tal vez, como los viejos senadores de tu época, confiaban en que todas sus corrupciones iban a quedar como triquiñuelas entre amiguetes, es decir que el Senado iba a hacer la vista gorda, el partido político al que pertenece el corrupto más todavía, y los jueces, escogidos por los políticos, no iban a ver nada punible en todas sus desinteresadas y patrióticas acciones. Todo legal. Al fin y al cabo las leyes las hacen ellos, los senadores. Así que, como dijo una de las mentes más preclaras de este desaguisado: todo es legal aunque no sea ético. Algo es algo, oiga. Si es legal y la ley la ha hecho él…
Es una pena que rara vez nos encontremos con testimonios de quien la ha perdido. Así, y de tu época, me hubiera encantado encontrarme con algún diario de algún legionario y, sobre todo, de algún esclavo romano.
Pensaba yo por esto, y por otras menudencias, lejos del pensamiento de Lenin, que la religión no es el opio del pueblo, que puede serlo; pero también puede ejercer una influencia beneficiosa: no robarás dice no sé qué mandamiento, y no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Ahora bien, por mucho que ministros y gobiernos asistan a ceremonias cívico-religiosas y demás, y visto lo visto, está claro que una cosa es predicar y otra dar trigo. Gracias a los periódicos, una vez más, nos hemos enterado de las querencias religiosas de algunos destacados ministros de antes y de ahora. Dichas querencias al parecer nada tienen que ver con su inteligencia, su amor a la verdad o su bondad. Pertenecen estos ministros a la misma facción de la Iglesia. Lo que no aclaran los periodistas, y sería interesante que lo hicieran, es si dicha facción tiene un dios particular, o este es el mismo que, según dicen, nació en un pesebre y fue crucificado y predicó a favor de los pobres. No casan el uno con el otro. Seguramente ello es debido a que algo interpreto mal. El Señor nos coja confesados.
Por todo lo dicho no deja de ser interesante leer dos o tres diarios al día. Así se puede obtener una idea de lo que sucede o acontece, pues otros de los problemas de los periódicos es que son más de opinión que de información. Por supuesto que también la información puede ser sesgada e interesada. Nada mejor, para eso, que leer la Historia de Roma de Tito Livio. Por supuesto que la historia siempre la escribe quien gana la guerra. Es una pena que rara vez nos encontremos con testimonios de quien la ha perdido. Así, y de tu época, me hubiera encantado encontrarme con algún diario de algún legionario y, sobre todo, de algún esclavo romano. Más de una vez he pensado, no obstante, que dicha improbable lectura me iba a decepcionar: seguramente la ideología del esclavo sería la misma que la de su dominus o la del emperador: aceptar un estado de cosas, darlo por bueno, no cuestionarlo por mucho que se rebelaran Espartaco y algunos como él. ¿Qué hubiera dicho de ellos la prensa del momento? ¿Que los desarrapados querían subvertir el orden impuesto por los dioses? ¿Que el populismo de Espartaco y sus muchachos nos iban a llevar a la ruina? Y nadie entienda que estoy comparando al esclavo-gladiador con ningún partido político, que no van los tiros por ahí. Estoy hablando de la prensa. Y, pese a todo, me quedo con las ganas de leer lo que realmente pensaba un esclavo.
Bien es cierto también, querido Plinio, que hay periodistas informados, honestos y que tratan de hacer comprender las cosas a sus semejantes. Y además, y aunque parezca raro, escriben bien. Siempre hay excepciones en todo.
Hay otro tipo de periodismo que te hubiera encantado conocer: el periodismo gráfico. Sé, porque yo mismo he tenido laboratorio fotográfico, y he revelado fotos, lo fácil que es manipular una instantánea. Pero también sé que con una cámara fotográfica se pueden denunciar muchas cosas sin tocar nada, sencillamente siendo fiel a lo que se vio, aunque, como todo, la fotografía es una selección. Teniendo en cuenta todo esto, la otra tarde fui a ver una exposición de un fotógrafo, Gervasio Sánchez. Son fotografías, impresionantes, de lugares en conflicto, los Balcanes, Sierra Leona, etc., y de las consecuencias de esos conflictos, de los odios y de las rencillas. La exposición, amplísima, parecía una sala de los horrores: ante tanta bestialidad, tanta crueldad, tanta bajeza y miseria, no le quedaba a uno en el cuerpo más que un inmenso asco y un enorme desagrado por pertenecer a la especie humana. No, las guerras ni son bonitas, ni bellas ni honorables. Y nunca me quito de la cabeza, como cuando mataron a los Gracos, que cuando un senador invoca a la santa patria está defendiendo sus propios y santos intereses que, por otra parte, llevan a estas cosas. Interesante hubiera sido la presencia del señor Gervasio en la televisión, y que hubiera narrado cómo tomó algunas de las fotografías y los posibles problemas que tuvo. Pero, como ya te he dicho, eso no vende mochilas ni camisetas. Nada más. Vale.
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