
En efecto, es necesaria una señal dado que se trata de un tipo de gente que no entiende nada y que ni siquiera escucha, pues, ciertamente, la mayoría de ellos no escuchan, y sin embargo, no hay otros que griten con más fuerza.
Plinio, Cartas.
Ludovicus Plinio suo salutem plurimam dat. Imagino que los senadores de la época estarían más que hartos de oír todos los días, a toda hora, aquello de ceterum censeo Carthaginem esse delendam. También imagino que Catón el Viejo, el autor de la frase, se percataría de que, si se repite mucho una cosa, esa cosa deja de ser efectiva cuando no se transforma en motivo de burlas y chascarrillos. Así que un buen día el bueno de Catón pasó a la acción. Se hizo traer unos higos, y delante de los senadores los apretó con la mano para que vieran que estaban maduros y en perfectas condiciones de ser comidos. Los despanzurrados higos, explicó en tanto se limpiaba las manos con un trapo, venían de Cartago. Es decir, que los romanos, senadores incluidos, tenían los enemigos en las puertas. Cartago, Aníbal, había estado a punto de destruir a Roma, por lo tanto, o destruían ellos a Cartago antes de que se recuperase de la última guerra, o tendrían más guerras púnicas. Los romanos, impresionados por la memoria y por aquellos despanzurrados higos, arrasaron Cartago y sobre sus campos sembraron sal. Nunca más se recuperó la ciudad de Aníbal.
Por esas bromas que, a veces, nos gasta la mente, la primera vez que oí esta historia me acordé de otra, no menos famosa, que nos contaban a los niños en la escuela. Con ella trataban de prevenirnos en contra de la mentira. Era el famoso cuento de Pedro y el lobo. Pedro asustaba todos los días a sus vecinos diciendo que venía el lobo. Los vecinos salían a defender a Pedro y a sus corderos, y Pedro, tumbado en el césped, se partía de risa por la inocencia y las carreras de sus vecinos. Hasta que un día llegó el lobo de verdad, y los vecinos, hartos de sus bromas, no hicieron caso de las voces de Pedro. El lobo comió hasta saciarse sin que nadie lo molestara y sin prestar atención a los llantos de Pedro.
Lo importante ya no es la mentira en sí, me parece que nadie se la cree, sino el querer descargar en quien no tiene ningún poder lo que únicamente es responsabilidad del gobierno.
No sabemos lo que hubiera sucedido si los senadores romanos no le hubieran hecho caso a Catón el Viejo. Queda claro, no obstante, que Catón el Viejo no quería rivales en el Mediterráneo, y recurrió a los viejos temores para tener todo el mar y todas las rutas comerciales a su disposición, sin que nadie las utilizara ni le hiciera la competencia. El pobre Pedro no fue tan inteligente, y terminó sin corderos, tal vez por no saber cortar a tiempo, o callarse cuando el sentido común así lo indica.
Todo esto viene a cuento, querido Plinio, a que aquí, en esta provincia romana, llevamos ya seis o siete meses con un gobierno en funciones, seis o siete meses con discusiones y más discusiones para formar gobierno, y seis o siete meses, y dos elecciones, sin lograr otra cosa que no sea oír las sandeces que unos y otros nos sueltan por la televisión, la radio y los periódicos.
El gobierno en funciones se parece más a Pedro, el del lobo, que al Viejo Catón. Le falta al gobierno la elocuencia y la inventiva de éste, y miente tan mal que a las dos palabras se sabe que el lobo no existe, o que, cuanto menos, ni viene ni se le espera. Es curioso esto que hacen los partidos: como tienen pocos, o ningún argumento, para dar la impresión de variedad y diversidad, hacen salir en la televisión, o en los programas de la radio, a gente nueva, del partido, o que no se ha prodigado mucho. Antes, no obstante, conocidos y desconocidos han tenido sus reuniones, matinales o vespertinas, que para el caso lo mismo da, en la sede del partido, donde les ha sido entregado el santo y seña. Todos, legionarios, primipilos, centuriones, etc., se lo han aprendido de memoria, y todos, allá donde van, dicen exactamente lo mismo y casi con las mismas palabras. Lo único que cambia es el metal de la voz, que en ningún caso es música celestial. Y fíjate, querido amigo, en este caso lo importante ya no es la mentira en sí, me parece que nadie se la cree, sino el querer descargar en quien no tiene ningún poder lo que únicamente es responsabilidad del gobierno en funciones y de quienes comparten con ellos el parlamento. A estos el gobierno, durante ocho años, o más, les ha negado el agua y el fuego. Ahora están pagando aquellos desprecios: nadie quiere pactar con tan descomunal y soez gente, pues saben lo que se puede esperar.
Cuando no hay argumentos se recurre a la mentira y al insulto. Y la primera mentira que tenemos que soportar es que si no gobiernan ellos, el gobierno en funciones lo hará una coalición de perdedores, que ser gobernado por perdedores está mal visto y no es ético. Sí, cierto es que ellos, el gobierno, según la forma de computar, han ganado las elecciones. Pero imagina por un momento, querido Plinio, que un grupo de personas, pongamos veinte, entran en una tienda. Todas van a comprar agua. El agua está embotellada, y lleva una etiqueta con su correspondiente marca. Hay algo así como quince marcas de agua. Pues bien, ocho personas escogen todas la misma agua. Y el resto, cada uno una marca distinta. El agua más bebida es la que han escogido los ocho, de acuerdo. Pero, ¿no son más las personas que han escogido otras marcas? Y digo yo que habrá que tener en cuenta a quienes han optado por la variedad, que ni de lejos, mal que le pese a alguno de los que está en funciones, son unos perdedores. Todo lo contrario.
Cuando los oigo llamar perdedores a los otros partidos, a aquellos que no quieren darles su apoyo para que sigan gobernando, me acuerdo de aquella famosa frase del padre Baltasar Gracián: “Quien se burla tal vez se confiesa”. Sí, tal vez en el fondo se sientan y confiesen perdedores porque debe ser difícil de asumir el paso de un poder absoluto a una especie de democracia. Debe ser difícil de tragar el estar toda la vida dejando a los tuyos que cometan todo tipo de tropelías sin rendir cuentas ante nadie, ni ante la justicia, ya que los jueces o los han escogido ellos, o ya encargan, con sus triquiñuelas, de ralentizar juicios y demás, y verse ahora en el banquillo de los acusados; debe de ser difícil digo pasar de esa situación a que te pidan cuentas, y te sometan a interrogatorios aquellos a los que ni al agua ni al fuego tenían derecho. Y cuando hablaban, cómo no, era para denunciar al gobierno, para intentar ganar en los juicios lo que no habían conseguido en las urnas. Más mentiras y más justificaciones.
Cuentan las viejas historias que los niños romanos os asustabais, al menos durante una época, cuando os decían aquello de Hannibal ad portas. No debía haber mucha diferencia entre los niños y los adultos ya que Catón el Viejo, años después, consiguió movilizaros para destruir Cartago. Hasta los cimientos.
Cuando uno de estos senadores o parlamentarios se pone enfermo, ¿va a la seguridad social como casi todo hijo de vecino?
Ahora, cuando sale alguna de estas lumbreras, en funciones, por la televisión, nos amenazan a los telespectadores, que nada podemos hacer, con que si no gobiernan ellos se terminarán las pensiones, los funcionarios no cobrarán, los centros de salud dejarán de funcionar y, seguramente, Dios nos castigará con las diez plagas de Egipto. Los tiempos, querido Plinio, cambian que es una barbaridad, y, por desgracia, no nos va a ser posible ver a uno de estos arúspices con un corazón o un hígado, un tanto pasado, en la mano, anunciando, en tanto lo apretuja y lo destroza, que no habrá dinero para trasplantes. Al fondo, un paciente, lleno de tubos, se incorpora de la cama para caer muerto porque ese corazón, por culpa nuestra, por no votarles a ellos, estaba caducado e inservible. Y eso que entre sus filas hay un orondo ministro que come productos caducados.
Y todo esto, querido amigo, por no hablar de la corrupción. No entiendo, por ejemplo, que un profesor sea responsable de todos sus alumnos mientras dura una clase o una excursión escolar, y el dirigente de un partido no lo sea de sus miembros, ni se entere de que éstos roban, pero no uno o dos millones, sino hasta dejar al país como si hubiera estado en un campo de concentración. Así que si prometieran, a quienes deben votarles, devolver todo cuanto han robado, igual conseguían formar gobierno y nosotros salíamos de la crisis. Porque cuando uno de estos senadores o parlamentarios se pone enfermo, ¿va a la seguridad social como casi todo hijo de vecino? ¿O ganan lo suficiente como para tener un seguro particular? La mayoría de los mortales, no. La mayoría pasamos meses y meses esperando que nos llamen para decirnos que ya no vale la pena atendernos porque no han cogido la enfermedad a tiempo, y nos hemos pasado ya de la fecha de caducidad. Lo raro es que aún estemos vivos. Ni de esto, querido Plinio, ni de los planes de educación o de empleo, he oído hablar a todos estos parlamentarios y senadores durante todo este tiempo. Hablan, hablan y hablan, y no dicen nada ni pasa nada. Pero ya nos advirtió nuestro querido amigo Cicerón, tanta es impunitas garrendi, tanta es la impunidad de la charlatanería. Y, por otra parte, si viene el lobo y hay que morir, moriremos. Vale.
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