
Y sin embargo, a mí me parece que es especialmente honroso actuar con justicia siempre y en todo momento, así en la vida pública como en la privada, en los asuntos importantes como en los más insignificantes, en los que atañen a los intereses de los demás como en los que atañen a nuestros propios intereses.
Plinio, Cartas.
Ludovicus Plinio suo plurimam salutem dat. ¡Cómo me hieren, a veces, tus palabras, querido Plinio! A veces, muy a menudo, leyendo tus cartas, y tratados de otros autores, tengo la impresión de que muchos de los ensayos sobre política, formas de gobierno, tratados filosóficos, incluso libros de historia y un largo etcétera, no son sino cantos de sirena: algo que debería haber sido pero que nunca jamás fue, normas que ni se cumplen ni se cumplieron, pura utopía. Tal vez la excepción, y no lo tengo muy claro, sea Maquiavelo. Éste en sus libros, al menos, todo lo justifica por la razón de Estado, y ante eso no caben ni ruegos ni componendas: se puede llegar hasta el crimen, hasta lo que haga falta. Pues no hay más justicia que esa poderosa razón de Estado, que es lo que conviene en cada momento. Maquiavelo vería bien, por ejemplo, ya que se habla tanto de las pensiones, y de la carga que suponen para el Estado, que los pensionistas, ancianos y gente que no produce, fuera sacrificada, degollada o subida a un barco, como hicieron con judíos y marranos, y hundirlos en alta mar. Y problema resuelto.
Nos inventamos una crisis financiera de padre y señor mío, comenzamos a recortar gastos mientras dejamos que ministros y demás roben todo lo que puedan y más.
Dicen, y no lo pongo en duda, que las ciencias avanzan que es una barbaridad. Y está claro que si las ciencias avanzan, es porque lo hace la sociedad que las sustenta. Difícilmente pueden avanzar las ciencias, ni nada, en un país de camareros o dedicado al sector servicios. Aun así, y pese a todo, los tiempos cambian, es innegable, y lo que en una época nos parecía una cosa normal, sin importancia, hoy puede ser juzgado como una perfecta salvajada. Así a nadie se le ocurriría hoy invitar a un banquete multitudinario a los pensionistas y degollarlos durante los postres, pongamos por caso. O a nadie, salvo a un ministro japonés, se le ocurre decirle a los ancianos que se mueran, que se han convertido en un problema para el país con sus pensiones y sus manías de ir al médico y de comer todos los días. Sin duda el tal ministro era un cinéfilo, y tenía en mente aquella maravillosa película de Shohei Imamura, La balada del Narayama. Así pues lo que habría que hacer con los ancianos es desdentarlos y llevarlos a lo alto del Narayama para que murieran de hambre. De esta forma el resto de las personas, hasta que les llegara su hora, tendrían el camino despejado.
Es posible que, ante esta solución, se levantaran voces, quizás hasta la Unión Europea dijera esta boca es mía, y se denunciara semejante salvajada. Pero en esta vida para todo, menos para la muerte, hay remedio. Por lo tanto, y como se ha hecho, vetado el Narayama, nos inventamos una crisis financiera de padre y señor mío, comenzamos a recortar gastos mientras dejamos que ministros y demás roben todo lo que puedan y más, como buenos patriotas, pues así contribuyen al fin deseado: a dejar las arcas vacías, con lo cual ya tenemos el pretexto para recortar en sanidad y educación; conseguimos con éstos muchos camareros, y los ancianos y pensionistas van muriendo poco a poco, pues como hay menor cantidad de médicos la lista de espera en los hospitales se alarga de tal forma, que más de uno llegará allí para que certifiquen que está muerto, que su enfermedad ya está caducada y pasada de moda.
Y mientras, plumíferos y medios de comunicación, en manos del Estado, cómo no, o estómagos agradecidos, que hay muchos que todavía se venden por cuatro lentejas y un pedazo de tocino, nos contarán las excelencias del presidente del gobierno, y su genial manejo de los tiempos, gracias a lo cual hemos llegado a una situación digna de los años veinte del siglo pasado. Con estos manejos del cronómetro el presidente del gobierno no viaja al futuro, sino al pasado. Y ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Gracias a los dioses, y a los múltiples intereses comerciales, también hemos sufrido unas olimpiadas, que si antes, en una tal vez idealizada Grecia, servían para cubrir de honor, con su corona de laurel y todo, al más bruto del pueblo, ahora sirven para llenar páginas y páginas de periódicos, horas y horas de televisión para no decir nada, para no hablar de lo realmente importante, de ese manejo de los tiempos, que, en manos de un Cronos idiotizado nos está llevando al más burdo de los ridículos.
Voy, con candil, y a plena luz del día, buscando a alguien para quien las palabras de Plinio, de mi querido Plinio, sean carne de su carne y sangre de su sangre.
Verdad es que hay periodistas que de sutiles se quiebran. Me reí muy a gusto, no todo van a ser disgustos, cuando un grupo de necios, al comenzar los juegos para formar gobierno, apareció en la televisión como si ya fuera el gobierno constituido: ya tenían sus presidentes, sus ministros, sus portavoces, y todo. Estaban jugando a príncipes y princesas. Y no les faltaron los periodistas que los alabaron por cuando aquella ridiculez suponía, según ellos, un paso adelante, cosa muy de moda, ahora, meterle presión, también muy de moda ahora, al otro partido. Y todo quedó en agua de borrajas, en una necedad más en la que ya es una especialista de pro la política española.
Ahora el manejo de los tiempos del descerebrado Cronos ha supuesto moverse de tal forma y manera que si no lo eligen a él como amontonador de nubes, como dios de dioses, las elecciones se celebrarán el 25 de diciembre, día de Navidad, día de comidas familiares y de juerga y jolgorio. Hace falta ser imbécil, y lo utilizo en el sentido etimológico, es decir, falto de báculo, para recurrir a semejante necedad. ¿Es esto también un manejo de tiempos? Yo creo que es el colmo de la estupidez, de la necedad y de la impotencia. Al parecer el único proyecto político con este señor es que las elecciones no caigan el 25 de diciembre. Para lo cual hay que elegirlo a él como presidente. No creo que hagan falta muchas alforjas para tamaño viaje. Eso sí, no faltarán estómagos llenos de judías que canten y alaben tamaña estrategia, ni voceros que culpen a los demás por no apoyar al descerebrado Cronos y obligar a los españoles a votar el día 25 de diciembre, y, tal vez a subir el Narayama con dentadura o sin ella. Dios mío, ¿de dónde ha salido tamaña gente? ¿Qué horrendo pecado hemos cometido contra vos, Señor, para merecer semejante castigo? Casi sería mejor que nos enviaras otro Diluvio a ver si así se limpiaban estos establos, o en su defecto, nos prestaras durante unos años a Herakles para que limpiara y lavara esto. Y no me malinterpretes y entiendas que estoy pidiendo un dictador. No voy por ahí. Voy, con candil, y a plena luz del día, buscando a alguien para quien las palabras de Plinio, de mi querido Plinio, sean carne de su carne y sangre de su sangre. Ya sé: trabajos del amor perdido. No obstante, hay que conservar las esperanzas. Algún día el sol saldrá por Antequera. Y será presidente del gobierno alguien con dos dedos de sentido común. Vale.
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