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Reflejos y semejanzas

jueves 22 de septiembre de 2022
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Reflejos y semejanzas, por Vicente Adelantado Soriano
Sigamos caminando en solitario y disfrutando de los paisajes y del silencio.
Trataba de llevar por el camino recto a la patria, considerando casi accesorio vencer a los enemigos comparado con la educación de los ciudadanos.1
Plutarco, Vidas paralelas, Paulo Emilio.

El calor era insoportable. No era muy aconsejable salir a caminar con aquella temperatura. Sin embargo, tampoco nos apetecía quedarnos en casa. Buscando soluciones para poder seguir con nuestras rutas, decidimos cambiar el horario: saldríamos a las seis de la tarde, en vez de hacerlo a las siete de la mañana. El día, durante los meses de verano, alarga mucho. Hay luz hasta eso de las diez de la noche, más o menos. Tres o cuatro horas de ejercicio eran suficientes para nosotros.

Yendo, anteriormente, una mañana, por un camino rural de Alcublas, vimos, en lo alto de un cerro, unos molinos de viento. O similares. Inmediatamente nos vino a las mientes el ingenioso hidalgo, y su malhadada aventura con las aspas de otros molinos. Sin pensarlo decidimos subir a verlos. Era tarde, sin embargo. El sol comenzaba a apretar. Subir allí podría ser un tanto complicado. Y, para terminar de arreglarlo, llegaríamos a deshora al restaurante donde habíamos reservado mesa. “Están verdes”, murmuré emprendiendo el camino de regreso.

Aquel camino no está lejos de casa. Además, se puede acceder a él desde un restaurante, situado en medio del monte. Allí dejamos el coche y encargamos la cena. Y cuando todavía el sol apretaba un tanto, comenzamos a caminar con la idea de llegar a los inalcanzables molinos. Estábamos de buen humor, tal vez debido al cambio de horario. Ya en el coche comenzó una animada conversación.

Cuanto leamos, estudiemos o hagamos, quedará para nosotros: ya no nos va a servir, gracias sean dadas a los dioses, para preparar ninguna clase.

—He estado pensando —me dijo José Luis— en ese proyecto tuyo de leernos un libro y comentarlo. Me parece una buena idea. Y, además, nos puede resultar útil.

—La palabra útil, en nuestro caso, es un tanto restrictiva. Quiero decir que cuanto leamos, estudiemos o hagamos, quedará para nosotros: ya no nos va a servir, gracias sean dadas a los dioses, para preparar ninguna clase.

—Pero convendrás conmigo en que nos merecemos muchas de esas utilidades. Las dimanadas de las lecturas y de las caminatas, por ejemplo.

—Por supuesto. Nos lo merecemos. Sencillamente trataba de dejar claro el sentido de la utilidad.

—La utilidad no tiene por qué estar enfocada a terceros.

—Tienes razón. Eso trataba de decir. Por supuesto que es útil leer y caminar. Para mí es un placer hacerlo. Y creo que la finalidad de la vida, según Epicuro, y yo trato de seguirlo, es alcanzar la felicidad a través del placer.

—Una palabra que no suena muy bien en esta sociedad. ¿O sí?

—Depende de por dónde la cojas. Y lo que entiendas por ella. En realidad, Epicuro utiliza una palabra, hedoné, que tiene muchos matices en griego. Ni el latín ni el castellano los recoge. Añádele a eso que Epicuro fue malinterpretado, creo que intencionadamente, desde sus primeras publicaciones. Cicerón, por ejemplo, tradujo hedoné por voluptas, no por gaudium. Y ahí comenzó, o siguió, el problema. A ello, por supuesto, se sumaron los cristianos, para quienes la palabra placer siempre va asociada al sexo y a las orgías. No les da para más.

—Sí. Es una cosa curiosa eso de las interpretaciones. Llevo observándolo hace ya varios días. En los grupos que se forman a través del móvil. Cuando alguien escribe algún mensaje, por supuesto con sus correspondientes faltas de ortografía, otro, en la misma línea, contesta lo primero que se le ocurre. El de más allá contesta siguiendo el mismo patrón. Y las conversaciones terminan siendo un sinsentido, algo totalmente ininteligible. Cuando no están rebozadas de insultos. Las malas interpretaciones. O la pereza mental.

—Es cierto. No son teatro del absurdo esos pretendidos diálogos, por supuesto. Más bien son el absurdo transmitido por la alta tecnología. O si quieres, la más pura de las necedades, escritas y transmitidas en aparatos punteros, de última generación.

—Que, por cierto, no nos están llevando a la felicidad. ¿Recuerdas? Aquello que nos decían en nuestra juventud: las máquinas trabajarán en lugar del hombre. Y éste podrá disfrutar de largas horas, semanas y meses, de ocio. Podrá dedicarse al estudio… El mundo feliz. Y pese a ello, en los bancos, repletos de ordenadores y máquinas de todo tipo, hay unas colas de padre y señor mío. La tecnología puesta al servicio del ahorro de las grandes empresas con mucha máquina y poco personal… Tenemos tiempo para hacer colas.

La tecnología está, por poner un ejemplo, en el siglo XL, de la era del porvenir, y el hombre en el X a. C.

—Ese, creo, es el problema: la tecnología va años luz por delante del desarrollo psíquico del hombre. La tecnología está, por poner un ejemplo, en el siglo XL, de la era del porvenir, y el hombre en el X a. C., por no desplazarnos a Altamira y similares. En consecuencia, y si nos desplazamos, el australopithecus ocioso, y con la comida asegurada, y la caza en el frigorífico, puede ser un animal muy peligroso. Si no lo educan, deben adormecerlo. Tal vez las largas colas y esperas, allá donde vayas, estén prestando ese servicio.

—Curioso: el otro día, en el ambulatorio, donde fui a hacerme unos análisis, una doctora se quejaba amargamente de los nuevos inventos: los patinetes eléctricos y las bicicletas movidas por baterías. Decía, no sin razón, que nos estamos atrofiando: no utilizamos las piernas más que para levantarnos de la cama. Clamaba por una nueva asignatura en educación: la higiene, la salud.

—Nadie le hará caso. La evolución creará a un hombre sin piernas, dejemos el sexo en paz, y lo coronará con una cabeza cada vez más pequeña. Si el uso crea el órgano, también el cerebro de muchos va en patinete eléctrico.

Y en eso divisamos en la lejanía los famosos molinos. Había que dar, ahora, con un camino que condujera a ellos.

—Inútil es buscar señales por aquí. Bueno, por aquí y por allá.

—Lo mejor —dije— será acercarnos al pueblo y preguntar.

No nos hizo falta: nos encontramos con dos parejas, personas de nuestra edad. Uno de los hombres nos disuadió de intentar llegar a los molinos: el camino era muy empinado, se estaba haciendo tarde; y, esto se lo leí en los ojos, ya no teníamos edad para esas aventuras. Les dimos las gracias y seguimos caminando hacia el pueblo. Descubrimos allí que no era tan fiero el camino como lo pintaba aquel buen hombre. No obstante, el sol ya comenzaba a ocultarse. Lo dejamos para otro día. Descansamos al inicio del camino que lleva a los molinos, y emprendimos el regreso.

Refrescaba. La temperatura, ya iniciado un largo anochecer, era muy agradable. Seguimos caminando y charlando, ahora hacia el restaurante.

—Volviendo a lo anterior —me dijo José Luis—. A las tecnologías y a su uso: siempre he pensado que esas cosas llamadas plataformas, en las televisiones, que no hacen sino producir y proyectar películas y series a través de la televisión, están, como los móviles, al servicio del Estado. Y la preocupación de éste no es educar al personal, tarea ardua, sino idiotizarlo tal como en el siglo XIX los idiotizaban con las novelas por entregas. ¿Has leído alguna?

—Sí. Alguna he leído. Y de caballerías también. ¿Te das cuenta? Nada ha cambiado. Todo sigue igual. Ahora bien, no creo que aquellas infumables novelas estuvieran dirigidas por la Iglesia o por el poder, ni que las plataformas estén dirigidas por el Estado ni por alguna mente retorcida y malévola. Creo, sencillamente, que lo de arriba es igual a lo de abajo. No una copia o mímesis, como nos diría Platón, sino algo exactamente igual. Lo mismo. Y a un país de necios corresponden unos políticos sin dos dedos de frente, y unos cineastas que no les van a la zaga. Está todo más cohesionado que el mejor de los sonetos de Quevedo.

—¿Y nosotros? Con la doctora del ambulatorio tengo una cierta confianza. Le hablé de nuestras caminatas. Con razón, me dijo, te mantienes tan bien. Espero que también nos mantengamos bien mentalmente.

—Con seguir caminando, no conectar la tele y leer a Epicuro, lo conseguiremos. Mira, el otro día, cansado de leer, comencé a ver una de esas series de moda. De novedosa no tenía nada. Si antes todas las mujeres eran unas putas, ahora todos los hombres somos unos subnormales, criminales cuanto menos, que nos gozamos en difundir imágenes eróticas de supuestas parejas. Por descontado, en estas dichosas series siempre hay un matrimonio homosexual, cuyos miembros no dicen sino tonterías y obviedades…

—Sin ofenderte: tanto en latín como en castellano se pueden decir infinidad de estupideces. Ya lo dijo Cervantes.

Los molinos se nos han escapado, por segunda vez. Y ya tenemos pensado volver en su búsqueda dentro de unos días. ¿Podremos hacerlo?

—Sí. Está claro: ni el uso de una lengua, o el vivir con un sexo u otro, es garantía ni de bondad ni de inteligencia. Sencillamente, o son preferencias, o, ríete un poco, la marca del destino o la moda. Pero, no, el destino, no. El sabio no está en manos del destino. Y nosotros queremos ser sabios, ¿no?

—Sabios no creo que lo seamos. Optimistas desde luego: los molinos se nos han escapado, por segunda vez. Y ya tenemos pensado volver en su búsqueda dentro de unos días. ¿Podremos hacerlo?

—Últimamente, siempre que voy a comprar libros pienso lo mismo: en algún punto de alguna lectura, dejaré el libro a mitad, sin subrayar…

—Bueno —dijo José Luis entrando ya en el restaurante—, todavía hay sol en las bardas.

—Y mientras hay vida, hay esperanza. ¿De qué? De alcanzar un cierto grado de sabiduría que nos aleje de tanta zafiedad y vulgaridad. O de llegar a los molinos, sencillamente.

—Sigamos caminando en solitario y disfrutando de los paisajes y del silencio.

—Sigamos. No es pedir mucho. Estamos en la línea de Epicuro. Creo: el placer de beber agua cuando se tiene sed, por ejemplo. Tenemos que volver. Intentaremos llegar a los molinos.

—A la tercera va la vencida.

—Y si no a la cuarta o la quinta.

—No perdamos ni la esperanza ni las ilusiones.

Vicente Adelantado Soriano
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Notas

  1. Plutarco, Vidas paralelas, Paulo Emilio, 3, 7. Traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Paloma Ortiz.
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