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Censores

jueves 2 de marzo de 2023
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Roald Dahl
La obra de Roald Dahl está siendo víctima del puritanismo, en virtud del cual se avecinan nuevas y expurgadas ediciones de sus libros.
Toda afectación es mala.
Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

—Estamos viviendo unos tiempos de una estupidez de tal calibre que no sé si no deberíamos llamarla locura. O necedad absoluta.

Así de enfadado me recibió mi vecino tras un largo tiempo sin vernos. Yo había tenido trabajo, y él se había ido a pasar unos días a un convento benedictino. En el cenobio románico se deleitó con el incienso y con los cantos gregorianos de los monjes. Salido de allí se enfadó mucho debido a las últimas noticias.

—¿Lo dice por la guerra de Ucrania? —le pregunté un tanto perplejo, desconociendo los motivos de su enfado—. Guerras siempre las ha habido, querido amigo, y, por desgracia, las seguirá habiendo.

—No, no me refería a la guerra. Pero también, desde luego, es signo de barbarie y estupidez. Lo contrario a la música. Donde la hay nada malo cabe, al decir de Cervantes.

—Cervantes no andaba muy fino. Al parecer los nazis eran grandes amantes de la música, y ya sabe de los enormes beneficios que trajeron a la humanidad.

Antes se hacían salvajadas en nombre de Dios, y ahora en nombre de la gente de bien.

—Sí, desde luego. Protegieron, y mucho, a la gente de bien. Es curioso, antes se hacían salvajadas en nombre de Dios, y ahora en nombre de la gente de bien. Con música o sin ella. ¿Se puede ser un asesino y un buen aficionado a la ópera al mismo tiempo? No lo sé. No soy entendido en esas materias.

—Yo tampoco. Tiene razón, no obstante, al decir que esta es una época bastante estúpida o necia. Pero, ¿cuál no lo ha sido?

—Predomina la necedad. No se lo discuto. Sí, en toda época y en todo momento. Más ahora, mucho más, tal vez debido a que los medios de comunicación sólo dan noticias sobre ellos, sobre los estúpidos y sus estupideces.

—En eso le doy la razón. Creo recordar haberle dicho, en más de una ocasión, que hay mucha gente estudiando, investigando, haciendo muy buenas traducciones de obras y más obras. Y sobre ellos ningún medio de comunicación dice nada. Ni una palabra.

—Al pueblo hay que hablarle en necio, decía Lope de Vega.

—No deja de ser una excusa. Si a una niña le envuelven los pies con trapos, desde su nacimiento, no sabrá caminar nunca, desde luego.

—Pero Lope de Vega necesitaba comer y alimentar a toda su prole. No podía andarse con gollerías ni por las ramas.

—Y el periodismo actual tampoco. Todos necesitamos comer y, no lo olvide, pagar las hipotecas.

—Desde luego. Ahora bien, y de ahí mi enfado, eso no justifica el que unos necios, de mente más estrecha que un silbido, cojan una obra de cualquier novelista, y la expurguen eliminando todas aquellas palabras que, a su estúpido parecer, van a molestar a la buena gente de hoy en día. Gordo, feo, patizambo… Yo qué sé.

—Esa falta de respeto ya comenzó hace tiempo con aquella imbecilidad de colorear las películas rodadas en blanco y negro.

—Con lo preciosa que es la foto en blanco y negro. Hay películas que son una maravilla por su fotografía. Viridiana, de Buñuel, Solo ante el peligro, de Zinnemann. Y muchas más. Muchísimas más. ¿Se imagina usted que a alguien le diera por colorear las pinturas negras de Goya?

—Todo llegará. Tiempo al tiempo.

—Sí. Tiene razón. ¿Acaso no han traducido el Quijote al “español moderno”? ¡Valiente estupidez! La cultura de no esforzarse por nada ni para nada. Y así nos luce el pelo.

—El otro día —le conté sonriendo— puse una oración en latín en clase. La debían traducir los alumnos. Más o menos decía que los romanos trabajan la tierra con los arados…

—Y los alumnos no sabían qué es un arado.

—Efectivamente. Pero no tienen ellos la culpa. Viven en un entorno urbano. No saben, tampoco, lo que es una hoz, un cedazo, una zoqueta, etc., etc. Quiero decirle que la traducción es, o debe ser, también, un ejercicio de cultura en el cual no sólo interviene la lengua… Estoy diciendo obviedades. Con excesiva frecuencia se olvidan.

—Es una advertencia, muy buena, para futuros necios, que los habrá. Igual, como los alumnos ignoran qué es un arado, pueden poner, en los venideros libros de texto, a fin de facilitarles la tarea, que los romanos trabajaban la tierra con tractores. Regalados por el amigo americano. O con cohetes supersónicos.

El otro día leí que, no sé qué iglesia, quiere editar la Biblia corrigiéndola, por supuesto, a fin de que Dios tenga un género neutro.

—Hablando de americanos, imagino que su enfado viene por las nuevas y expurgadas ediciones de los libros de Roald Dahl…

—Por supuesto. Por ahí me vienen. Hay gente que no parece estar muy bien de la chaveta. Y no me refiero sólo a ellos. El otro día también leí que, no sé qué iglesia, quiere editar la Biblia corrigiéndola, por supuesto, a fin de que Dios tenga un género neutro. ¿Cabe mayor estupidez en mente alguna?

—Es, querido amigo, cambiar lo cambiable para que no cambie nada. El otro día también vinieron a clase dos compañeros vestidos con faldas de mujer.

—¡No me diga! Ganas de llamar la atención.

—Pues eso. No hace falta estar todo el día diciendo ellos y ellas y nosotros y nosotras para respetar a las mujeres, a los negros, a los chinos y a todo dios. Digo yo.

—Y dice bien.

—Sí. Digo bien. Porque estos necios son capaces de coger la Ilíada, por ejemplo, y hacer que Héctor, la llamaremos Héctora, se quede en el bien labrado palacio de Príamo tejiendo, y Andrómaca, con la sombrilarga lanza, salga en busca de Aquilas, que no de Aquiles. O eliminen las matanzas entre los héroes para no herir sensibilidades.

—No se atreverán a tanto. También me enteré, y me encantaría saber si es cierto, de que hay lugares, en Estados Unidos, donde, por ley, está prohibido hablar de la teoría de la evolución de Darwin. ¿Sabe algo al respecto?

—No. Ni idea. Pero no me extrañaría nada que así fuese. El otro día, cansado de leer, puse la tele. Vi una película sobre unos asesinatos cometidos no recuerdo dónde. En una sociedad mormona de Estados Unidos, desde luego. No sé qué predican estas gentes, ni sus creencias… Pero, al final, vino a quedar claro que todas sus discusiones, aparentemente teológicas, sólo tenían un fin: hacerse con el poder. Era todo de una necedad insufrible. Daban la impresión de estar todos mal de la cabeza. Muy mal. Llega un hijo a negarle el agua a su moribundo padre. No sé qué tipo de creencias son esas. No lo entiendo.

—A mí ya me puso los pelos de punta una novela, no me gustó mucho, pero que refleja bien lo que estamos diciendo. Se trata de La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne, ¿la conoce?

—No.

—Los puritanos huyendo del papa de Roma, y de no sé cuántas cosas más, caen en lo mismo de lo que huyen. Y lo profundizan a base de bien. Todas las cosas llevadas a sus extremos, querido amigo, son nefastas.

—Ya nos avisó el oráculo de Delfos: nada en demasía.

—Deberíamos volver a estudiar griego y latín. ¿No enseñan los clásicos el sentido de la mesura?

—Sí. Así es: libro grande, mal grande, dijo un sabio griego. Mesura en todo.

—Esa frase me la ha citado usted en más de una ocasión.

¿Hay gente, en serio, que aguanta diez y doce temporadas de una serie televisiva? ¿Ochenta o más horas de película?

—La tengo muy presente cuando voy a la librería. En la sección de novedades, acabados de publicar, hay unos tochos enormes. Siempre me pregunto lo mismo: ¿de verdad alguien se lee esos mamotretos?

—Sí. Es curioso. Algo similar me pasa a mí con las series de la televisión. ¿Hay gente, en serio, que aguanta diez y doce temporadas de una serie televisiva? ¿Ochenta o más horas de película? ¿No quería Wagner una ópera de no sé cuántas horas de duración oída en butacas de mala muerte? Yo no lo soporto. Se lo aseguro. Al segundo o tercer capítulo pierdo el interés por su desenlace. No me interesa. Me cansa. A usted, como no le va mucho el cine, no se entera de esto.

—Bueno. Le puedo decir que antes yo leía novelas. Ahora sólo leo historia, antigua, y libros de ensayo o de filosofía. Y no crea… Cuanto más finos son, mejor.

—Sí, en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas.

—Eso mismo. Moderación y educación. Y cambiando de tema. ¿Los monjes le han prohibido a usted el vino? ¿Se ha hecho usted abstemio? ¿Se ha caído de algún caballo camino de la bodega?

—¡Dios, qué fallo! Perdóneme. Enseguida traigo una botella. Así podremos seguir un rato más poniendo al mundo, a parte de él, cual no digan dueñas.

—Muy bien. Me apunto. Es bueno murmurar de vez en cuando. El cuerpo lo agradece. Y clamar contra los necios y sus necedades. No nos faltará tema de conversación.

Vicente Adelantado Soriano
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