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Fran Lebowitz

sábado 16 de enero de 2021
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Fran Lebowitz
La escritora estadounidense Fran Lebowitz y su Checker Marathon gris plateado de 1979. Fotografía: Chang W. Lee • The New York Times

El bloqueo creativo de Fran Lebowitz cumple cuarenta años. Publicó su primer libro, Metropolitan Life, en 1979, y dos años después el segundo y último, Social Studies. En 1991 firmó un contrato para una novela sobre los ricos que quieren ser artistas y los artistas que quieren ser ricos, pero hasta el momento no la ha escrito. Fran Lebowitz, exitosa y famosa como pocos, demuestra que no escribir no sólo es divertido sino rentable.

En el último texto de su último libro, “To Have and Do Not”, que trata sobre los escritores que firman acuerdos económicos por libros que no han escrito y que incluso venden los derechos cinematográficos, Lebowitz bromea con su agente literario: “El año pasado gané cuatrocientos dólares por las cosas que escribí. Este año me han ofrecido dos sumas de seis cifras por las cosas que no he escrito. Obviamente, me he movido en este negocio en la dirección equivocada. Resulta que no escribir no sólo es divertido, sino que también parece enormemente lucrativo. Llama al tipo de la película y dile que tengo algunos libros todavía no escritos, quizás unos veinte”.

Fran Lebowitz es su propio personaje, una Dorothy Parker de nuestro tiempo, una especie de Oscar Wilde.

Hablando un poco más en serio, se aconseja a sí misma que debe pensar un poco más en el dinero. “Mi problema es que odio el dinero, pero me encantan las cosas. Es una combinación horrible. Me encantan las cosas, me encanta la ropa, me encantan los muebles. Y si te gustan las cosas, debería gustarte el dinero. Si odias el dinero, deberías odiar las cosas, pero yo no soy un monje budista”.

Nació en Nueva Jersey en 1950 y llegó con doscientos dólares a Nueva York a los dieciocho años. “Trae dinero”, le dijo muchos años después a la veinteañera que en alguna charla solicitó su consejo antes de viajar a la misma ciudad. Como los doscientos dólares pronto se acabaron, Lebowitz fue limpiadora, vendedora, taxista e incluso poeta. Escribió un libro de poemas que nunca le publicaron. No lo lamenta: la poesía no era lo suyo.

Fran Lebowitz
Lebowitz retratada por Peter Hujar en 1974.

Pero de la importancia de Lebowitz no hay duda. The Paris Review le dedicó en 1993 una de sus famosas y consagratorias entrevistas: “A Humorist at Work”. Andy Warhol y David Letterman la contrataron en su época, y Peter Hujar la fotografió cuando era una muchacha bella. Jueza en la serie La ley y el orden desde 2001 hasta 2007, y en la película de Scorsese El lobo de Wall Street, donde le impone una fianza de diez millones de dólares a Leonardo DiCaprio. La Biblioteca Pública de Nueva York destaca sus palabras en un imán: “Piensa antes de hablar. Lee antes de pensar”. Vanity Fair la considera una de las mujeres mejor vestidas del mundo. Su gusto es muy preciso y peculiar: jeans y trajes masculinos. Sus gafas de pasta y sus botas de vaquero recién lustradas. Y el cigarrillo. Así la inmortalizó Annie Leibovitz para el mes de mayo de 2016 del calendario Pirelli. Desde otros meses la acompañan mujeres poderosas: la escritora y cantante Patti Smith, la humorista Amy Schumer, la productora de cine Kathleen Kennedy, la escritora y actriz Tavi Gevinson, la polifacética Yoko Ono, la artista Sharon Neshat, la campeona Serena Williams, la modelo Natalia Vodianova. Tal es la talla de esta mujer.

La escritora ahora tiene setenta años y sigue sin celular, sin tablet, sin Internet. Pero viva, no obstante: “A algunos les molesta que esté tan viva”.

Fran Lebowitz es su propio personaje, una Dorothy Parker de nuestro tiempo, una especie de Oscar Wilde. “No tengo poder, pero estoy llena de opiniones”, dice. Las opiniones son su poder. La gente paga por oírla, y la cara de regocijo de su público no tiene precio. El mismo Oscar Wilde envidiaría sus deslumbrantes frases: “Mi animal favorito es el filete”, “Las verduras son interesantes, pero carecen de sentido cuando no van acompañadas de un buen corte de carne”, “Si usted es de la opinión de que la contemplación del suicidio es prueba suficiente de carácter poético, no olvide que las acciones hablan más que las palabras”, “El éxito no me estropeó, siempre he sido insufrible”. Lebowitz aconseja no hablar de sexo con los niños pequeños: “Rara vez tienen algo que añadir”. Observa que muy pocas personas tienen verdadera capacidad artística y es indecoroso y poco productivo forzar la situación: “Si usted tiene un ardiente deseo de escribir o pintar, simplemente coma algo dulce y la sensación pasará”.

Martin Scorsese la retrató en el documental de 2011 para HBO Public Speaking, y vuelve a hacerlo ahora, con la misma estructura y esta vez para Netflix, en Pretend It’s a City (Supongamos que Nueva York es una ciudad): durante siete deliciosos capítulos de media hora Lebowitz habla y Scorsese ríe a carcajadas. Por una parte, considera a Times Square como el peor barrio del mundo y, por otra, se ofrece como alcaldesa nocturna de Nueva York. Las frases para enmarcar son numerosísimas, y su habilidad para construirlas resulta asombrosa.

En este segundo documental, sazonado con conversaciones de otras épocas con Alec Baldwin, Spike Lee, Toni Morrison, David Letterman y Olivia Wilde, y caminatas por las calles de Nueva York, no aparecen dos escritores que vimos en Public Speaking: James Baldwin y Truman Capote. Ni el precioso auto de Lebowitz, un Checker Marathon gris plateado de 1979. En el rostro y el caminado de Lebowitz se siente la década que separa los documentales. La escritora ahora tiene setenta años y sigue sin celular, sin tablet, sin Internet. Pero viva, no obstante: “A algunos les molesta que esté tan viva”.

Fran Lebowitz
Annie Leibovitz incluyó a Lebowitz entre las figuras para el calendario Pirelli 2016.

Rememorando su amistad con músicos famosos, Lebowitz cuenta que Charles Mingus suspendió su propio concierto y la persiguió, furioso, por las calles de Nueva York, y explica de paso por qué en el mundo del arte nadie es más amado que los músicos. “De verdad creo que los músicos y los cocineros son responsables por la mayor cantidad de placer en los humanos”, precisa. Y suelta otra frase para enmarcar: “La música es una droga que no mata”.

Sobre Warhol apunta, venenosa: “Nunca me llevé bien con Andy y él nunca se llevó bien conmigo. Le ha ido mucho mejor desde que murió”. Y explica de inmediato: “Vendí todos los Warhol antes de su muerte. Los vendí para pagar los arreglos del apartamento. No sólo tomo malas decisiones con propiedades. Y la verdad, creo que por eso Andy murió. Porque apenas murió los precios subieron”.

El documental es una maravilla de principio a fin. De hecho, ya se considera uno de los estrenos más importantes de la historia de Netflix.

Su apartamento es otro divertido tema de conversación o al menos prueba una virtud de Lebowitz: hacer reír a la gente con sus desgracias cotidianas. Después de un año de búsqueda, viendo propiedades cada día más caras, pagó un precio excesivo que luego se vino abajo por un apartamento lo suficientemente grande para darle cabida a sus diez mil libros. Ni la poesía ni los bienes raíces son lo suyo. Y, como para repetir el caso de Warhol, arrojó a la basura montones de fotos de Robert Mapplethorpe, un artista que nunca quiso pero que no demoró en cotizarse.

Uno de los momentos más deliciosos del documental está dedicado a Picasso: “Si vas a una subasta y sale un Picasso, silencio. Baja el mazo y dan el precio, aplausos. Es un mundo que aplaude el precio y no el Picasso. Todo dicho”. Lebowitz riega sal en la herida: “Es decir, aplauden el precio. Deberían aplaudir el Picasso. ¿Acaso no pintaba bien? No se trata de si tú compras bien”.

Scorsese sabe lo que hace. El documental es una maravilla de principio a fin. De hecho, ya se considera uno de los estrenos más importantes de la historia de Netflix. No sólo vale la pena verlo sino volverlo a ver. Y ojalá haya otro más cuando Lebowitz cumpla los ochenta.

Triunfo Arciniegas
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