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Mi tristeza es mía y nada más

jueves 17 de noviembre de 2016
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Por esos días pasaba por un sentimiento de tristeza infinito, Carmen Gloria había dado fin a nuestra relación, dejándome sumido en la nostalgia. A partir de ese momento comenzaría a encontrarle poco sentido a mi vida, a vivir horas amargas. Permanecía la mayor parte del tiempo en casa, encerrado en mi cuarto, a veces escuchando música, especialmente esa canción de Favio muy de moda ese año. Interpretaba mis sentimientos, y la hacía mía cada vez que la escuchaba. Y aquel verso, “llueva o brille el sol vivo con mi soledad”, me dolía como puñal clavado en el corazón.

Esa noche regresé a mi casa enamorado y con el teléfono de Carmen Gloria anotado en la contratapa del libro de Galdós.

Carmen Gloria tenía unos quince años y yo diecisiete. La había conocido en la kermese de su colegio. Su curso tenía un stand de libros viejos, al que me acerqué buscando supuestamente una novela, un poemario, una revista, cualquier cosa después de verla atendiendo aquel stand ambientado cual librería. Mi afición por los libros resultó en ese momento un acicate para hablarle. Recuerdo haber comprado la novela Trafalgar, de Benito Pérez Galdós, nada más que para agradar a la vendedora, porque en casa estaban las obras completas del novelista español perteneciente a la llamada generación del 98. Después, a la hora del baile organizado en el gimnasio del liceo, la saqué a bailar sin pensarlo dos veces, confiado en ese primer contacto establecido tras la compra del libro. Y ella me reconoció de inmediato, claro, el de la novela, dijo, y más que bailar nos pusimos a conversar. Preguntó cómo y por qué había llegado a la kermese, dónde estudiaba, en qué curso iba, dónde vivía, si tenía hermanos… Un cuestionario completo le respondí, anticipándole después que pintaba para periodista por preguntona. Carmen Gloria se rio enseñando sus dientes blancos y contestó que sí, que le gustaría estudiar esa carrera en el futuro. Lees el futuro, dijo en medio de otra gran sonrisa y aguda mirada. Creo que después de eso me gustó más todavía, parecía una persona muy decidida.

Esa noche regresé a mi casa enamorado y con el teléfono de Carmen Gloria anotado en la contratapa del libro de Galdós. Dormí a sobresaltos, pensando en ella toda la noche. Así que no pasaron dos días cuando la llamé desde un teléfono público. Quedamos de vernos el sábado siguiente en una fiesta en casa de una amiga suya. Allí comenzó el romance. Le pedí pololeo esa misma noche, y aceptó resueltamente. Comenzaron las visitas a su casa por las tardes, después del liceo. Ella cursaba tercero medio y yo cuarto. A fin de año me correspondía dar la temible Prueba de Aptitud Académica. Situación que aterrorizaba a todos, incluidos los padres.

Probablemente me gustaba más a mí que yo a ella, por eso decidió terminar la relación. Me encantaba su entusiasmo natural, porque Carmen Gloria era alegre y risueña, en cambio yo no tenía sonrisa fácil, la vida me había dado algunos golpes brutales, pero no era tampoco la causa principal de mi nostalgia. Pasaba más bien por un muchacho serio y tristón por naturaleza. Y eso lo dijo Carmen Gloria en nuestra última conversación. Fue un baldazo de agua fría comprobarlo, claro. Pero era verdad, además siempre andaba cantando esa canción de Favio para nada alentadora. “Ya no creo en nada, ya no creo en nadie más, mi dolor es viento que el tiempo llevará…”. A ella, recuerdo ahora, no le gustaba para nada la canción. “Mi tristeza es mía y nada más, mi tristeza es mía y sola está…”. Le gustaban otras, creo que ninguna del cantante argentino, por eso de la nostalgia, claro.

Regresé a mi casa esa tarde muy abrumado, hundido en sentimientos aciagos. Y ahora, cuando vuelvo a escuchar esa canción por casualidad, apago inmediatamente la radio. Veo a Carmen Gloria radiante, cantando feliz por las calles, de la mano de otro, sin duda, porque a una mujer alegre nunca le faltan pretendientes, dijo alguien esa misma tarde. Y esa fue otra estocada letal. Desde entonces dejé de escuchar a Favio, lo dejé atrás, junto a otras nostalgias, junto al recuerdo de Carmen Gloria, por supuesto. No la volví a ver más.

Miguel de Loyola
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