A mi madre
La tía Candelaria llegó esa tarde de mayo de 1987
con la noticia trágica
de la muerte de Mamá Lola
y ahí, frente a la máquina de coser
te desplomaste en un llanto desconsolado.
Era tu abuela, la mujer que participó en tu crianza
y que sigues recordando.
Era Mamá Lola, mi bisabuela
hija de Mamá Pachita
nieta de Dolores Marquesa.
Con la rutina del día a día
me fui convirtiendo en el mensajero
de tu taller de costura,
el especialista en el tema frente a los tenderos
sobre las agujas Nº 14, Nº 16,
botones, hilos, cinta elástica,
encajes, cierres de quince y veinte centímetros
siempre con la muestra del color en una mano
y con metras, trompos y perinolas en la otra.
La casa tenía apenas dos habitaciones
y un ranchito por cocina,
su puerta era de color azul
y las paredes pintadas de beige
el juego de recibo con una mecedora de mimbre
un tocadiscos con dos cornetas
un televisor a color de 13 pulgadas
dos rinconeras con piezas de cerámica
varios cuadros con paisajes bucólicos
y una máquina de coser marca Brother
que no desamparabas ni de noche ni de día.
Las mujeres del barrio llegaban de visita
con un corte de tela bajo el brazo,
les tomabas las medidas de siempre
talle, cintura, largo y cadera
y lo anotabas en un cuaderno.
Cuando terminabas tu obra de arte
se apreciaba la alegría en el rostro
de la dueña del traje
mientras los peracos y los cujíes
resistían los embates del viento
y la resequedad.
Esa tarde de domingo nos fuimos encolados
en un camión de Cadafe,
Pinocho, el perro de la señora Rosario
me había dado un mordisco en la pierna derecha
del tamaño de un mango
y sólo ellos nos llevaron al hospital
porque la soledad era abrumadora
y la sangre no dejaba de brotar
y chocar con la piedra,
la que estaba al lado del hidrante amarillo.
Mi papá se apareció esa Nochebuena
del año 1986
tras siete meses de ausencia
(todo indicaba que estaba con otra mujer)
gracias a eso puedo inferir
que fue en el mes de mayo
que te encontré llorando
en el baño improvisado
ubicado detrás de la casa.
Esas lágrimas eran absorbidas
por las hendijas del suelo agrietado.
¿Qué viento huracanado
te trajo a esta tierra de embates,
de inciertos y falsa prosperidad,
cómplice con el hombre
al que le entregarías lo mejor de ti
dos hijos
y dieciocho años de tu vida?
Del sobrante de un corte de marineritos
me hiciste un pantalón corto.
Radio Reloj nos deleitaba
con Galy Galiano, Rudy La Scala, Los Bukis
Miguel Gallardo, Karina, Raúl Santi, entre otros,
eso si no llovía. Con el ruido del zinc daba la impresión
de un bombardeo de meteoritos
y en una salida del sol
me tuve que esconder debajo de la cama
mientras se iban los dueños
de la tela de los marineritos.
No es fácil olvidar el olor a naftalina
que tenían esos billetes de cien bolívares
los que de buena gana te prestaba
la señora Elvira, el cual siempre tenía enrollado
cuando me veía bajar por la rampla
(porque sabía cuál era el motivo de mi visita)
y te decía en cada ocasión
que me daba mucha pena
pero no teníamos remedio.
El olor a naftalina
impregnaba mis dedos
y mis uñas sucias
de tanto jugar con las metras en el tierrero.
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