Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

La corte de Carlos IV, de Benito Pérez Galdós

domingo 26 de agosto de 2018
¡Comparte esto en tus redes sociales!
Benito Pérez Galdós
En la obra de Benito Pérez Galdós hay un gran equilibrio entre el folletín y la novela realista, si juzgamos los Episodios como tal.
Hay una medida en las cosas que es la que el artista debe encontrar. Y esto no se puede aprender: es obra del instinto, de la inspiración, de esa misteriosa ponderación espiritual que engendra la armonía.
Azorín, El político.

La corte de Carlos IV, novela de don Benito Pérez Galdós, se terminó de escribir en 1873. Tenía Galdós 33 años. Fue la segunda novela de la primera serie de los Episodios nacionales. El primero, Trafalgar, está ambientado en octubre de 1805, cuando tuvo lugar la famosa batalla naval. Terminada ésta, tras recuperarse el protagonista, Gabriel Araceli, parte hacia Madrid en busca de empleo. Allí será testigo de los acontecimientos más importantes del siglo XIX español.

Esta primera serie de los Episodios, dedicada a la Guerra de la Independencia, está protagonizada por Gabriel Araceli. Araceli, no obstante, tendrá que ceder el protagonismo a otros personajes, dada la imposibilidad de estar, al mismo tiempo, en tantas y tantas acciones como tuvieron lugar en aquellos años. Así pues, por mor de la verosimilitud, el protagonista de Gerona será un amigo de Gabriel, Andrés Marijuán.1

Ya en La corte van a aparecer personajes secundarios que tendrán luego un claro protagonismo en otros episodios.

Galdós se percató pronto de los problemas de verosimilitud que le planteaba un único protagonista para presentar tantos y tan variados campos de batalla, intrigas o maniobras: la acción naval de Trafalgar, por ejemplo, tuvo lugar en octubre de 1805, y la obra de Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas, con la que se abre La corte, se estrenó en Madrid en enero de 1806. En tan breve espacio de tiempo, Gabriel se repone de la naval batalla, viaja a Madrid y encuentra colocación. No tiene mucha importancia el tiempo en estos dos episodios. Pero en otros será crucial. Y tal vez Galdós ya comenzó a percatarse de ello en este mismo momento.

Es posible, por otra parte, que don Benito tuviera en mente, cuando comenzó a escribir Trafalgar, que la unión entre los diversos episodios viniera dada por un único protagonista. Si fue así, tampoco tardó nada en rectificar, pues ya en La corte van a aparecer personajes secundarios que tendrán luego un claro protagonismo en otros episodios. Esos cruces de personajes, marca de don Benito, contribuirán a potenciar la verosimilitud al dotar a éstos de un trasfondo novelístico, es decir, de vida. Sus personajes se cruzan tanto en los Episodios como en muchas de sus novelas, o de éstos a aquéllas. Así, y por no citar más que un ejemplo, sor Teodora de Aransis es la protagonista del sexto episodio de la segunda serie, Un voluntario realista. Pero nos enteramos de su muerte en el convento, y no fuera como parecía deducirse del final de Un voluntario, en el capítulo 10 de La desheredada, novela que no forma parte de los Episodios. Los ejemplos se pueden multiplicar.

Es posible, también, que se apercibiera de esa forma de dotar de vida a sus personajes conforme iba avanzando en la escritura de los diversos episodios. Sea como fuere, sí que aparece ya en este segundo episodio el motivo folletinesco que conducirá a Gabriel por buena parte del país en guerra. Es decir: había una espina dorsal de todos los Episodios de esta primera serie, un fin que los iba uniendo a todos aunque fuera débilmente.

En La corte aparece por lo tanto esa intriga, típicamente de folletín, que traspasará toda la serie hasta su conclusión. Es el engarce entre los diversos episodios. Dicho enlace es el enamoramiento de Inés y el origen de ésta, origen y familiares ya intuidos por el lector en esta segunda novela. No obstante, Galdós, astutamente, no hace recaer la intriga en quién es la verdadera madre de Inés, entrevisto por cualquier lector. Por el contrario, Inés es apartada de Gabriel, llevada de acá para allá por tíos, deudos y parientes. El protagonista corre tras ella. Y así, buscándola, llega a los campos de batalla, donde se coció buena parte de la historia de España a principios del siglo XIX.

No deja de ser llamativo que Inés siempre sea llevada a donde se va a producir un encuentro armado. O así se lo hagan creer al protagonista. Un truco que, a veces, hace sonreír. Pero que es lo menos importante de los Episodios.

El problema de la verosimilitud, aun así, es determinante en la escritura de los Episodios. Es sin duda por ello que los protagonistas irán cambiando según termine la serie que encarnan. Y sí, don Benito debió percatarse muy pronto del problema, ya que en el episodio final de la primera serie, La batalla de los Arapiles, aparece quien será el protagonista de la segunda. Protagonismo, no obstante, que compartirá con otros personajes. El coprotagonismo será la característica de los restantes episodios. Con esto quedaba resuelto uno de los grandes problemas.

El otro problema, y que, al parecer, no preocupó mucho a don Benito, fue su gran afición por el folletín. Cierto es que procura ser mesurado cuando aparece algún personaje de este tipo de novelas; pero no por eso deja de resultar un tanto molesto que, siempre, dichos personajes, casi sin variaciones, repitan las mismas cosas y con idénticas palabras. Don Celestino Santos del Malvar, tío de Inés, aparece repitiendo siempre, a lo largo de catorce años, la esperanza, nunca truncada, de alcanzar una canonjía, “pues él, aunque era un gran latino, jamás pudo conseguir colocación”.2 Su fe nunca decae. Otro personaje de similares características es el tío de la marquesa Amaranta, un viejo y necio diplomático pidiendo siempre que no le rueguen, pues no puede contar lo que siempre acaba diciendo, y que no tiene ningún interés: “…sin alterar nunca los sucesos reales, se suponía hombre de importancia, y su prurito consistía en defenderse de ataques imaginarios y en negarse a revelar secretos que no sabía”.3 Tampoco éste cambiará a lo largo de la novela.

Don Benito es muy cuidadoso con los personajes reales. Siempre, por otra parte, aparecen contextualizados, es decir descritos en su ambiente.

Con tales materiales, y algo más, mucho más, se compone esta novela. La perfecta construcción de ella hace que nos olvidemos de la verosimilitud y de sus problemas, de los folletines y de las situaciones folletinescas. El contrapeso es la historia, y el ambiente, perfectamente retratados por el novelista. Y la novela se transforma en una unión perfecta y armónica de todos sus elementos.

Evidentemente don Benito Pérez Galdós escribió mucho, tanto teatro como novela. Es posible, por lo tanto, que olvidara algunas cosas, y otras se le pasaran por alto, pero en términos generales se puede decir que en su obra hay un gran equilibrio entre el folletín y la novela realista, si juzgamos los Episodios como tal. Hay también una perfecta trabazón entre lo fabulado y lo real. Es decir, entre los diálogos que crea don Benito, y que pone en boca de personajes ficticios, Gabriel, Inés, Pepita, Amaranta… y aquellos que realmente se pronunciaron y que fueron dichos o escritos por reyes, ministros o favoritos, la reina María Luisa, Fernando VII, Godoy, etc.

Este es el gran acierto de don Benito: no hay duda de que los Episodios pueden y deben ser considerados como novela histórica. Ahora bien, raro es en ellos oír hablar a reyes, monarcas o personajes que existieron y tuvieron un papel más o menos determinante en la historia. Y cuando lo hacen por regla general dicen aquello que nos han transmitido los textos. Don Benito es muy cuidadoso con los personajes reales. Siempre, por otra parte, aparecen contextualizados, es decir descritos en su ambiente. Ese fue el gran trabajo de Galdós, trabajo para el que contó con la ayuda de Mesonero Romanos, y que éste mismo elogió encarecidamente.4

Galdós, con gran acierto, y una excelente documentación, recrea el ambiente del momento. Para comprobarlo no hay más que leer el genial capítulo II de la presente novela. En él hace hablar a los personajes, ficticios, para conectarlos con los reales a través de testimonios, cartas, legajos, o de otros personajes que dicen lo que se dijo o se escribió en el momento. El ejemplo más claro reside en las palabras y opiniones, generales, del chorizo pedante, jefe de los chorizos, y compañero de Gabriel durante el estreno de El sí de las niñas. A través de él Galdós no dejará de constatar, como si imitara a Velázquez, es decir con poca pintura y menos palabras, otra de sus grandes preocupaciones: la educación, tema, también, de El sí de las niñas, y que aparecerá siempre a lo largo de todos los Episodios.

Y es aquí, en esta armonía, donde yace uno de los grandes logros de esta pequeña joya de la literatura. Así no hay más que asistir con Gabriel, en el capítulo II, al estreno de El sí de las niñas. Estreno que, en la novela, es interrumpido continuamente por los enemigos de Moratín y por quienes defendían un teatro tan necio como absurdo y tan absurdo como alejado de la realidad. Sabemos, sin embargo, que durante el estreno no ocurrió incidente alguno. Ahora bien, es de sobras conocida la rivalidad entre los dos teatros de Madrid, entre los chorizos y los polacos; y cómo unos se entretenían en reventar las obras de los otros con gritos, silbidos y garrotazos, entre otras lindezas. Y es ese ambiente, histórico, el que recrea, perfectamente, Galdós.5

El novelista, sin embargo, no se quedó ahí, y deja entrever otro de los grandes y graves problemas del momento, cuya sombra crecerá a los largo de los otros episodios:

Además el señor Moratín se va a encontrar con la horma de su zapato, por meterse a criticar la educación que dan las señoras monjas. Ya tendrá que habérselas con los reverendos obispos y la santa Inquisición, ante cuyo tribunal se ha pensado delatar El sí, y se delatará, sí señor.6

Se produjeron esas denuncias, con graves consecuencias para el teatro.7

No deja de ser genial la forma de conectar lo “real”, lo sucedido en el teatro durante el estreno, con la ficción, pues la intriga para reventar la obra de Moratín se la atribuye éste al ama de Gabriel, Pepita González, cómica enemiga del autor de El sí.

Antes de asistir a esta representación, a la que, directa e indirectamente, va encaminada toda la novela, Galdós, con su insuperable maestría, ya ha tenido buen cuidado de mostrarnos por dentro la corte del rey.

En un perfecto equilibrio, el teatro será la parte principal del segundo capítulo, y de los últimos de la obra. Será en estos capítulos finales, del XXII al XXVIII, donde Galdós dé muestra de toda su maestría componiendo y creando una intriga de novela policíaca. En estos capítulos vamos a asistir a una función teatral, en casa de un noble, que se convierte en la solución a una intriga política, en la eliminación de una rival. Una ficción, la obra de teatro, con un toque de realidad que va a hacer saltar la pieza por los aires poniendo bien al descubierto, por si antes no había quedado meridianamente claro, toda la corrupción de aquella corte, que vive de intrigas y bajezas morales.

No se juzga ni denuncia a nadie, tal como hace Amaranta, partidaria de los reyes, con Lesbia, favorable al príncipe de Asturias, y conocedora de algunos vergonzosos secretos de la reina, por temor a lo que esa persona sabe y puede revelar: se le monta una obra teatral para desprestigiarla y anularla.

Antes de asistir a esta representación, a la que, directa e indirectamente, va encaminada toda la novela, Galdós, con su insuperable maestría, ya ha tenido buen cuidado de mostrarnos por dentro la corte del rey, ubicada en aquellos años en el Escorial. Para ello, Gabriel Araceli ha tenido que hacerse criado de una condesa, Amaranta, quien lo introducirá en palacio. Gracias a esto Gabriel será testigo de la Conjura, donde se puso bien a las claras toda la podredumbre y corrupción de la corte: indiferencia del rey cuya única preocupación era la caza, adulterios de la reina, intrigas del príncipe, movimientos de los cortesanos, etc.

No deja de ser curioso que en la obra siempre haya una cierta dualidad: chorizos y polacos, Amaranta y Lesbia, y populacho y pueblo. Es un enfrentamiento encarnizado en ocasiones. También el populacho cree, como Lesbia, a pies juntillas, que Godoy, a quien no perdonan que haya subido de la nada a lo más alto, ha engañado al príncipe, y que él, y sólo él, es el artífice de la Conjura, sin olvidar que Napoleón va a venir a Madrid a poner a cada uno en su lugar. Alguien estaba muy interesado en que ese parecer se creyera como un dogma. Pero el pueblo, representado por Pacorro Chinitas, un amolador amigo de Gabriel, no es de esa opinión. Y sabe, además, dónde está el problema:

Creo que somos unos mentecatos si nos fiamos de Napoleón. Ese hombre, que ha conquistado la Europa como quien no dice nada, ¿no tendrá ganitas de echarle la zarpa a la mejor tierra del mundo, que es España, cuando vea que los reyes y príncipes que la gobiernan andan a la greña como mozas del partido? (…). Debemos estar preparados, porque de nuestros reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer nosotros.8

Esas luchas e intrigas llevan aparejadas, tal como sucedió en la corte de Carlos IV, todo un mundo de corrupción manejado por siniestros personajes. El conocimiento de ese mundo, al que trata Amaranta de convertir en espía de su rival, será el que lleve a Gabriel a plantearse el papel, lleno de prebendas, que le quiere hacer jugar la condesa Amaranta. Se percata inmediatamente, y sabe que el mejor medio de hacer fortuna es el espionaje y la intriga: “El que posee secretos graves lo tiene todo”.9 Palabras proféticas de Araceli.

Gabriel, no obstante, antes, y basándose en una conversación con Inés, y visto lo visto en el Escorial, ya ha tomado una seria resolución, que suena a folletín, y que hará reír a más de un político y hombre de pro de la actualidad:

Yo soy hombre de honor, yo soy hombre que siento en mí una repugnancia invencible de toda acción fea y villana que me deshonre a mis propios ojos; y además, la idea de que pueda ser objeto del menosprecio de los demás, me enardece la sangre y me pone furioso. Cierto que quiero llegar a ser persona de provecho; pero de modo que mis acciones me enaltezcan ante los demás y al mismo tiempo ante mí, porque de nada vale que mil tontos me aplaudan, si yo mismo me desprecio. Grande y consolador debe de ser, si vivo muchos años, estar siempre contento de lo que haga, y poder decir por las noches, mientras me tapo bien con mis sabanitas para matar el frío: “No he hecho nada que ofenda a Dios ni a los hombres. Estoy satisfecho de ti, Gabriel”.10

En tal tipo de sociedad, a fin de triunfar será fundamental la eliminación de todo rival. Por el método que sea. Y a eso, como hemos dicho, va encaminada la parte final de la novela.

En multitud de ocasiones se ha hablado de la enorme influencia que tuvo sobre don Benito don Miguel de Cervantes. No es mi intención llevar esas influencias hasta el límite; pero no deja de ser curioso que para denunciar la corrupción, Cervantes se valiera de la ficción, la nobleza riéndose de don Quijote, o de Berganza,11 un perro que puede hablar, descubriendo que el lobo no es otro que los pastores encargados de cuidar el rebaño. Y Galdós aprovecha el teatro, una carta real introducida en obra teatral, para provocar la eliminación de la rival, cosa que consigue y que, como se verá después, fue un empeño inútil, pues no tardó nada en desencadenarse la Guerra de la Independencia, y la posterior represión de Fernando VII. El derroche de energías, por lo tanto, para deshacerse de un solo rival, es enorme. Y de aquí surge una de las principales críticas, no escritas por Galdós: ¿no hubiera sido mejor aprovechar esa energía, como la de los Duques de El Quijote, en otros menesteres? Por ejemplo en aquellos que le podían cerrar el paso a Napoleón, y a lo que fue peor que el propio Napoleón: el deseado, Fernando VII y su hermano. Y al igual que en El Quijote, también hay crítica a la nobleza: aquélla, la del siglo XVII, se entretenía en reírse de un loco, y ésta, la del siglo XIX, en montar obras para arrinconar a los rivales. Todo fue inútil como no podía dejar de suceder, y no quedó sino pronunciar aquello de Vae victis!

Vicente Adelantado Soriano
Últimas entradas de Vicente Adelantado Soriano (ver todo)

Notas

  1. Para más información al respecto véase Vicente Adelantado Soriano, “Algunos aspectos de los Episodios nacionales, de D. Benito Pérez Galdós”, en Isidora, revista de estudios galdosianos, Madrid, 2005, p. 11 y ss.
  2. Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, cap. III.
  3. Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, cap. VII.
  4. Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón, Editorial Castalia, Madrid, 1994, p. 254, nota 41.
  5. Los chorizos eran partidarios del teatro del Príncipe, y los polacos del teatro de la Cruz. Aunque Luis Mariano de Larra sostiene, en el prólogo a su zarzuela Chorizos y polacos, que más que seguir o defender a teatros, seguían y defendían a compañías teatrales. En La corte, Gabriel forma parte de los chorizos, quienes atacan a Moratín. Cap. II.
  6. Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, cap. II. Ese temor inquisitorial hizo que Moratín dejara de escribir para la escena a los 46 años de edad. Y no olvidemos que frailes y curas, con pistola al cinto, van a recorrer muchos de los Episodios.
  7. Véase La corte, edición de Dolores Troncoso, Madrid, 2001, p. 181, nota 35.
  8. Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, cap. XXI.
  9. Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, cap. XXVII.
  10. Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, cap. XIX.
  11. Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, segunda parte, caps. XXXI y ss. Y El coloquio de los perros.
¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio