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En el centenario de don Benito Pérez Galdós
Amadeo I

lunes 29 de junio de 2020
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Benito Pérez Galdós
Don Benito está lejos ya de la búsqueda de la verosimilitud con sus protagonistas, los que viven y sufren los Episodios. Don Tito, protagonista de Amadeo I, es una creación nueva, muy alejado de sus antecesores.
¿Cuándo se vio pisto igual? ¿Es que Dios y Luzbel han llegado a un arreglo? Civilización de España, ¿quién te entiende? ¿Somos un país europeo, o aquel País de las monas descrito por un inglés de cuyo nombre no me acuerdo?
Pérez Galdós, Amadeo I.

I
El autor

Amadeo I es el tercer episodio de la quinta y última serie de los Episodios nacionales. Está fechado en 1910, entre agosto y octubre, y entre Santander y Madrid. Tenía don Benito, cuando lo escribió, 67 años. Ya era, pues, un escritor granado, conocido y reconocido. Se podía permitir, por lo tanto, ciertos lujos literarios. El cambio de tono en los Episodios es uno de ellos. Cambio lógico, por otra parte. Con pequeñas pinceladas se iba anunciando por aquí y por allá.1

Téngase en cuenta que, como se ha dicho, la historia se escribe 37 años después de la abdicación. Don Tito es, por lo tanto, un escritor omnisciente.

El protagonista de Amadeo I poco tiene que ver con los héroes de las otras series, Gabriel Araceli, Salvador Monsalud, etc. Tito, o don Tito, protagonista y redactor de Amadeo I, es un pobre periodista, bajito y enamoradizo. Abandonado el pueblo natal, trata de ganarse la vida como buenamente puede en aquel Madrid de finales del siglo XIX. Es un personaje inverosímil, capaz, pese a su tamaño, de enamorar al lucero del alba. Sólo el buen hacer de don Benito lo mantiene a flote en una España de intrigas, luchas políticas y facciones y más facciones, cada vez más enconadas. Don Tito nos dará cuenta de ellas. Prim, tras los famosos tres jamases dirigidos a los alfonsinos, los Borbones, trató de poner orden en este caos, recurriendo para ello a la monarquía de Amadeo de Saboya. Don Tito será su cronista.

Le sucedió al general de Reus lo mismo que a Ibero, personaje importante de Prim:

Buscaba en la mar un barco, en la tierra un hombre, y ni hombre ni barco parecían.2

Un día, avanzada ya la narración, don Tito cae enfermo. Un amigo le ayuda a sostener su casa. Don Tito le queda profundamente agradecido prometiéndole que le devolverá el favor cuando se tercie la ocasión. Ésta se presenta muchos años después. 37 para ser exactos, los mismos que hace que don Amadeo de Saboya dejó, por imposible, el trono español. El amigo de don Tito le encarga a éste que escriba la historia de tan breve monarquía. Don Tito acepta el encargo, pese a la paga, que es un homenaje, uno más, a don Miguel de Cervantes:

Por este trabajo te pagaré lo que dio Cervantes al morisco aljamiado, traductor de los cartapacios de Cide Hamete Benengeli, dos arrobas de pasas, y dos fanegas de trigo, o su equivalente en moneda, añadiendo el gasto de papel, tinta y tabaco en los pocos días que tardes en rematar la obra…3

Le dice el amigo que puede utilizar el método que quiera, y entremezclar su historia personal, cosa que ya ha hecho, con la de la monarquía, pues los casos privados “a veces llegan al fondo de la verdad más que llegan los públicos”.4

Volviendo atrás, antes de este compromiso, cuenta don Tito que Amadeo de Saboya entró en Madrid el 2 de enero de 1871. El pueblo ardía de curiosidad por ver “la prestancia del que nos mandaba Italia en reemplazo de los en buena hora despedidos Borbones”.5

Según cuenta don Tito, don Amadeo les pareció a todos un rey gallardo y animoso hasta la temeridad, pues una monarquía nueva, la italiana, venía a hacerse cargo de “una vieja monarquía, devastada por la feroz lucha secular entre dos familias coronadas”.6

Téngase en cuenta que, como se ha dicho, la historia se escribe 37 años después de la abdicación. Don Tito es, por lo tanto, un escritor omnisciente: “Verdad es que España se sacudió a entrambas [a las familias borbónicas] como pudo; pero una y otra dejaron en los repliegues del suelo cantidad de huevecillos que el calor y las pasiones de los hombres cluecos, aquí tan abundantes, habrían de empollar más tarde o más temprano”.7 Fue más bien temprano, y duradero en el tiempo.

La entrada de don Amadeo en España no pudo ser más trágica: nada más arribar a Cartagena le dieron la noticia al rey del asesinato de Prim, el hombre que lo trajo para gobernar; el hombre de los tres jamases cuando le preguntaron por la posibilidad de restaurar a los Borbones. Como es sabido, Prim murió en un atentado, perpetrado sin duda por esa camarilla de hombres cluecos como los llama don Tito. Algunos militares estuvieron detrás del atentado.

Nada más llegar a Madrid, Amadeo I de Saboya va a visitar la capilla ardiente de Prim. El cadáver de éste le da unos cuantos consejos. Parecen sacadas de un texto de Platón o del mismo Aristóteles:

Para poseer el arte de reinar, aprende bien antes la ciudadanía. El buen rey sale del mejor ciudadano…8

Amadeo de Saboya cumple con todas las solemnidades legales, juramento en el Congreso y paseo por la ciudad. Momento que se aprovecha para hablar de un instrumento de reconocimiento, o rechazo, que el tiempo ha vuelto a poner de moda: los balcones. El narrador se percata de que en los balcones de los partidarios de Alfonso XII no están colgados sus elegantes reposteros aristocráticos, como tampoco los han colocado los federales. Estaba claro, pues, que España distaba muy mucho de formar una piña con su nuevo monarca. Por si esto no era evidente, al día siguiente se produjo el entierro de Prim. Significativo es el asesinato de este hombre, y la ceremonia masónica, consentida, en la basílica de Atocha: “El hombre que ejerció en España durante veintisiete meses una blanda dictadura, poniendo los frenos a la revolución y creando una monarquía democrática como artificio de transición, o modus vivendi hasta que llegara la plenitud de los tiempos”.9

Los nombres, tan significativos siempre en Galdós, contribuyen a crear esta dimensión mágico-realista.

Es en el capítulo II donde se nos revela el autor de la historia, escrita en primera persona. Éste se define como “chiquitín de cuerpo, grande de espíritu y dotado de amplia percepción para ver y apreciar las cosas del mundo”.10

Don Benito está lejos ya de la búsqueda de la verosimilitud con sus protagonistas, los que viven y sufren los Episodios. Don Tito es una creación nueva, muy alejado de sus antecesores. Y a éste lo acompaña, ni más ni menos, que doña Clío o Mariclío. Ésta, que no es otra que la musa de la Historia, irá adoptando diversos aspectos a lo largo del Episodio: o bien calzará los clásicos coturnos trágicos, los borceguíes del momento, o irá en zapatillas, dependiendo de las circunstancias y de los personajes con los que se encare.

Estos dos personajes dan una dimensión nueva a los Episodios. Y anticipan, sin duda, lo que luego será el realismo mágico. Nace aquí, y en los episodios restantes se acentúa con el protagonismo de doña Clío.

Los nombres, tan significativos siempre en Galdós, contribuyen a crear esta dimensión mágico-realista: don Tito, se relaciona, aunque no abusa de ello, con Tito Livio, y Mariclío tan pronto es una fregona como la musa inspiradora de Heródoto y Tucídides. Como ya se ha dicho, el protagonista, entremezclando su vida con la ajena, sigue más a Heródoto que a Tucídides o al mismo Tito Livio, aunque en éste tampoco faltan los sucesos maravillosos, lluvia de sangre, de piedras, rayos, truenos, etc.

Cuenta don Tito, en la línea de Heródoto, sus divertidas anécdotas, sus conquistas amorosas, siempre rebozadas de crítica social, nada inocentes por lo tanto. Así el marido de su primera conquista, Quintín González, aprovechando que la gente se burla de las libreas de los empleados de palacio, los llaman los langostas por el color de las libreas, advierte, como si estuviera hablando con el Amadeo I: “Mire, señor, si los españoles le atacan con discursos, injurias y aun con armas blancas o de fuego, manténgase tieso; pero si vienen con chafalditas y remoquetes, ya puede ir preparando el petate”.11 Premoniciones.

La segunda conquista de este impenitente se produce en el teatro, viendo una obra cómica. Obdulia, la dama de sus requiebros, quiere mantener el romanticismo dentro del orden. Y por ello mismo le pide el matrimonio a don Tito. Su señora, es sirvienta de una noble, la marquesa de Navalcarazo, sabe que tiene novio formal, pues de otra forma no se lo permitirían: “Que a nosotras las criadas no nos consienten gallos tapados, por más que veamos a nuestras señoras enredadas con este o con el otro caballero, que a lo mejor es el más íntimo del marido…”.12

Pinceladas sobre la buena sociedad alfonsina o borbónica. Obdulia, sin embargo, no sólo critica a la nobleza por su falta de pudor, sino que nos da un adelanto de cuanto va a suceder. Obdulia sirve como doncella en la tertulia de la marquesa de Navalcarazo. En una de esas tertulias, la marquesa incide en lo que ya dijo el marido de la otra conquista, que don Amadeo tiene los días contados, y que va a llegar la Restauración, es decir los alfonsinos. La aristocracia está trabajando para que así sea. Lanzan infundios contra el rey, se burlan de su persona, y lo acusan de ser masón. No lo era. Pero se va cumpliendo lo que pronosticó el langosta. Añádase a ello los periódicos y los buenos periodistas que nunca faltan en cualquier causa. Entre todos van creando un clima irrespirable. Los voceras actuales no han inventado nada.

Los ataques y las burlas seguirán luego con la reina. El día de su entrada en Madrid, y recepción, hubo desplantes, y falta de colgaduras en los balcones, y ausencias en Palacio. Así lo señaló El Imparcial, periódico de entonces.

Como en aquella época no se estilaba sacar las cacerolas a la calle, más que para ir a pedir la sopa boba, no hubo caceroladas. Silencios y desplantes. Eso sí.

Visto el panorama, una compañera de Obdulia llena de buenos consejos al protagonista: “Si sus negocios andan mal, y la pluma no le da para vivir, arrímese a lo católico, pues lo que es dinero no encontrará fuera del catolicismo”.13 Por catolicismo cabe entender, cómo no, los partidarios de los funestos Borbones. Ya había pensado don Tito en ello, en alcanzar alguna prebenda del Estado, pues “todos los españoles adquirimos con el nacimiento el derecho a que el Estado nos mantenga, o por lo menos nos dé para ayuda de un cocido”.14

Don Tito, como se ha dicho, more Heródoto, mezcla los asuntos privados con los públicos para que la Historia sea más verdadera, “la cual nos aburriría si a ratos no la descalzáramos del coturno para ponerle las zapatillas”.15

 

II
Una política que no es tal

La esencia de la magistratura consiste en gobernar y dictaminar lo que es recto y útil, conforme con las leyes.
Cicerón, Las leyes.

La nueva conquista de don Tito se llama Felipa. Ésta lleva a su tertulia a una tal Clío. Don Tito asegura haberla visto en alguna parte.16 La Historia no descuida la economía. En la tertulia de Felipa, un señor le descubre a Tito que el dinero de España, para el gobierno, proviene de Cuba. Los propietarios de los ingenios quieren que se legisle a su favor, y temen a los legisladores de turno: “Sobran aquí sabios, oradores, y el buen sentido se cotiza muy bajo”.17 Cuba fue otro de los problemas de la época, que se “resolvió” de mala manera. Don Tito volverá sobre ello.

Roberto Robert, conocido periodista y escritor de la época, comenta con Tito, durante una comida, parte de esas intrigas. Y parece que esté hablando de la España de hace dos días.

Es en estos momentos cuando el protagonista cae enfermo. Lo auxilia, ya se ha dicho, el amigo que 37 años después le encargará que haga la crónica del reinado de Amadeo de Saboya. El periodista bajito acepta.

Empieza don Tito contando que en España hay dos partidos, que se disputan el poder. Uno de ellos, los unionistas, “llevaban en la masa de la sangre los vicios y las malas mañas de la rancia política y de la administración apolillada”.18 Pese a todo, el gobierno, el otro partido, presidido por Ruiz Zorrilla, emprendió toda una serie de reformas. Éstas alegraron a los tertulianos del Café Oriental: eso les iba a llevar a la democracia, y a liberarse de Amadeo I. Sabían, no obstante, que Sagasta, carlistas y demás, pondrían todos los impedimentos que pudieran para que no se llegara a esa forma de gobierno. No se llegó.

Hay situaciones que se perpetúan en este corralón lleno de sol. Roberto Robert, conocido periodista y escritor de la época, comenta con Tito, durante una comida, parte de esas intrigas. Y parece que esté hablando de la España de hace dos días: “Persiguiendo venados con el Rey, Serrano conspiraba para derribar a Zorrilla, al mes de subir éste al poder. No sería verdad; pero el público, ávido siempre de novedades, se hartaba de aquella comidilla… Las cacerías fueron y son los más seguros vedados para matar las grandes reses políticas”.19 Esas cacerías fueron famosas hasta hace bien poco. Aunque han terminado por volverse en contra de los cazadores. Así lo han podido comprobar los elefantes de Botsuana y algunos españoles. Otros, igualmente, porque acudían allí con armas regaladas por grandes potentados, buscando que se legislara a su favor. Hubo hasta quien aprovechó esas salidas por el monte para acabar con su vida. La importancia de ser honestos. O, por lo menos, de leer algo. Lógicamente a don Benito no le dieron el Nobel de Literatura.

La siguiente conquista de don Tito es doña María de la Cabeza Ventosa de San José. Es una mujer de rancio abolengo liberal, que lloró durante tres días la muerte de Prim. Es además una ferviente admiradora de don Manuel Ruiz Zorrilla. En la tertulia que se forma, en una de las tiendas de telas de la Cabeza, comienzan ya los rumores sobre el Rey y la Dama de las Patillas. Esta es Adela Larra Wertoret, hija que fue de Mariano José de Larra.20 Munición para los alfonsinos. Lógicamente éstos no denunciaron nunca, ni los denuncian, los amoríos de los rijosos Borbones.

Las intrigas y las cacerías dieron sus frutos: Ruiz Zorrilla fue apartado del gobierno. Comenzaron a gobernar, cubriéndose tras Malcampo-Candau, Serrano y Sagasta.21 Y comenzaron las manifestaciones y alborotos por Madrid. Pronto se da cuenta don Tito de que todo aquello está haciendo el caldo gordo a los alfonsistas “ayudando a convertir en palabras vacías los tres rotundos jamases del general Prim”.22 No le falta razón cuando, ante el clima que se está creando, zorrillescos y sagastorros lanzaron sendas proclamas al pueblo. El fino y bajito historiador considera a ambas iguales. “Leílos yo, y la verdad, no encontré gran diferencia entre una y otra soflama”.23

En vano trataron de recoser, nombrando arbitristas, aquella tela de Pentecostés, que no había, pese a todas sus similitudes, quien la ligara.24 No era un problema político. Era de mediocridades sin luces. “De estos hombres que ponen en la mediocridad el límite más alto de sus ambiciones, nada puede esperarse”,25 le dice doña Clío a Tito. Y entre las miras de unos y otros estaba, una vez más, mantener íntegro el territorio español. Cuba, la proveedora de los monises para que se legislara a su favor, era, indiscutiblemente, territorio español. Nada de privilegios ni favores. Dinero, ingresos.

Tito, por una historia burlesco-romántica, es secuestrado por una dama. Él ha tenido el valor de herir, en un duelo, a un fantoche que le faltó al respeto a un cierto cura, valedor de Graziella. Así se llama la ninfa que lo rapta. El duelo, sin embargo, nada tiene que ver con ella ni con quien la mantiene. Graziella es definida, más hacia delante, como la hechicera Circe, barragana de un cura loco.26 Don Tito pasa dos noches en su casa. Allí habla con doña Clío.

Si don Tito, o don Benito, se mueve entre la vida propia y la Historia, también lo hace, con la misma soltura, entre el realismo y la fantasía, manteniendo un perfecto equilibrio.

No tiene desperdicio la crítica que hace a continuación doña Clío de periódicos y políticos del momento. De estos últimos sobre todo. Salen ellos, al cabo de un tiempo, del gobierno, dice, o del partido, “en completa virginidad política”.27 En realidad no buscaban más que figurar o arrimarse al sol que más calienta. No tenían más programa que las medallas, figurar, hacer de relumbrón, y su buen pasar. Añádase a lo dicho la feroz crítica que sigue. Doña Clío, es decir la Historia, cobra una menguada pensión de la Academia. “En aquella venerable casa, suele entretenerse ayudando al conserje en el barrido de la biblioteca y en quitar el polvo a los estantes”.28 Al parecer la Historia no sirve para otra cosa en este país. Tal vez por eso don Benito le dio tanto protagonismo en sus últimos episodios.

Don Tito, siendo fiel a su compromiso, no deja de dar cuenta de hechos importantes que acaecen en el país y fuera de él. Si don Tito, o don Benito, se mueve entre la vida propia y la Historia, también lo hace, con la misma soltura, entre el realismo y la fantasía, manteniendo un perfecto equilibrio. Así, tras haber pasado varias noches en casa de la ninfa Graziella, cuando la busca, al día siguiente de haber salido de ella, ésta no existe, ha desaparecido o nunca ha estado allí. Atónito se percata de la desaparición de la cueva de Circe. Lleva anotada la dirección. La mira una y otra vez. Nadie, además, conoce a esa señorita. Una vecina lo amenaza con llamar a la policía ante su necia insistencia. Busca lo que nunca ha existido. Don Tito no entiende nada.

Despedido también del contubernio con doña María de la Cabeza, por esas noches pasadas con la ninfa, Tito deambula por Madrid. Y da con don Nicolás Estévanez, un honrado militar que le da cuenta y razón de las atrocidades del ejército español en Cuba. Fusilamiento de estudiantes por una broma o ligereza de los mismos.29

Don Nicolás, un militar que renuncia al servicio, “no podía vivir en aquel campo de fieras discordias: por un lado los enemigos de la patria, por otro los que llamándose hijos de ella, la deshonraban con sus violencias y crueldades; allí la soberanía del honor militar; aquí el imperio de las ideas… Imposible residir en Cuba sin tirar el uniforme o tirarse al mar…”.30 Decide lo primero.

Su viaje de regreso a España es una odisea breve. Preciosa y amarga.

Tan imposible como residir en Cuba lo es residir en la Península, pues “no había en España voluntad más que para discutir, para levantar barreras de palabras entre los entendimientos, y recelos y celeras entre los corazones…”.31 Todo de una rabiosa actualidad, como se puede ver.

En el año 1872 Sagasta se hizo con el poder. Y siguió socavando el trono de Amadeo I. Don Tito, en el paroxismo del realismo, mantiene, en esos momentos, relaciones con tres mujeres al mismo tiempo. Enteradas unas y otras de la tripe coyunda, lo despiden, salvo Lucrecia, que fue asesinada. Lleno de tristeza y melancolía, don Tito se entrega en cuerpo y alma a la política. Hay elecciones. Concurren cuatro partidos: carlistas, alfonsinos, radicales y republicanos, unidos en la Junta Mixta, con el fin de derrotar al gobierno.32 Pese a todo, nada pueden hacer: “Todo cuanto veíamos despedía olor a muerto. Los gobiernos de don Amadeo no salían de la norma y pauta somnífera de los gobiernos anteriores a la revolución. Los vicios se petrificaban y las virtudes cívicas no pasaban de las bocas a los corazones. Administración, Hacienda, Instrucción Pública, permanecían en el mismo estado de pereza oriental. No salía un hombre que alzara dos dedos sobre la talla corriente”.33 Concluye don Tito diciendo que hace falta un bárbaro para crear un nuevo mundo. Pero ese bárbaro es quien habla con los hechos, el que derriba los viejos muros. Ni apareció entonces ni está por aquí ahora. Seguimos instalados en una mediocridad cada vez más profunda.

No pasan los años para este país.

Curiosa luego la reaparición de doña Clío en Palacio, donde a petición propia, don Tito la despoja del coturno para calzar zapatillas. Por si no queda claro el simbolismo, se expresa con palabras: “Mal andan allá arriba. Ministros y Rey han rivalizado en torpezas”.34 Sagasta, cuenta doña Clío, se opone al rey, no quiere celebrar Consejo, y el rey se lo impone. Lo demás, le replica don Tito, lo sabe, pues lo traen los periódicos. Eso no contenta a Mari Clío:

Cada periódico cuenta el caso a su modo, y con el aderezo y salsa que cada bandería suele gastar en sus guisos. Óyelo de mi boca, que no miente. Mi único guiso es la verdad…35

Curioso lo de los periódicos. Oyendo a doña Clío parece que tampoco ha cambiado nada al respecto, pese a que por aquel entonces los periodistas no tenían código deontológico. Y muchos de ahora, como no saben griego, no entienden lo que es.

La enfermedad de don Tito, el pretexto que lo lleva al pueblo, sirve, entre otras cosas, para describir el clima político fuera de Madrid.

El rey está harto de banderías y divisiones. La solución es que los ministros se presten a jurar un programa que no tienen, y que es confeccionado a toda prisa a instancias del monarca. Por todo eso la madre Clío se descalza sus coturnos. Zapatillas de ir por casa se merecían aquellos badulaques.

También la reina está echando su cuarto a cuestas: intenta apaciguar a las católicas alfonsinas nombrando buenos obispos y tendiendo un hilo con el Vaticano. Desoye los consejos de doña Clío: “¡Ay, no sabe esta buena señora con quién trata! Yo le dije: ‘No te fíes. Suponiendo que Pío IX entre por el aro, no te preconizará más que obispos carlistones, afectos a él más que a ti o a tu marido…’”.36 Ya se sabe, y ya lo dijo el otro: con la Iglesia hemos dado. El Señor nos ampare.

Poco después, efectivamente, en tanto Sagasta engrasa la máquina electoral derramando dinero, dos millones de la época, robados, los carlistas se preparan, en el norte, para una nueva guerra civil.

Entre unas cosas y otras, don Tito enferma. Enterado su padre, va a recogerlo para llevárselo al pueblo, ambiente sano, para curarlo.

 

III
Menosprecio de corte y alabanza de aldea

He aquí, pues, provado en como el ser buenos o ser malos no depende del estado que eligimos, sino de ser nosotros bien o mal disciplinados.
Fray Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea.

La enfermedad de don Tito, el pretexto que lo lleva al pueblo, sirve, entre otras cosas, para describir el clima político fuera de Madrid. La población escogida es representativa. Don Tito es originario de Durango. Allá recaban padre e hijo, en medio de un ambiente que dista mucho de ser, en contra de lo predicado por el progenitor, bucólico: “En el tiempo que faltaba yo de allí, aumentado había el rebaño de curas; la beatería del vecindario era ya un estado epidémico (…). Mi padre, que con tanto desprecio y horror hablaba de las miasmas de Madrid, no se daba cuenta del aire espeso de fanatismo que allí respirábamos”.37

No se contenta don Tito con tan atinada descripción. Las páginas siguientes de su crónica son un menosprecio de aldea. Si bien ésta produce buenos alimentos, también genera una tradición que inmoviliza todo progreso. Utiliza además una lengua, el vascuence,38 que le impide toda conquista femenina.39

La descripción que hace don Tito de las gentes de aquellos pueblos ni es halagüeña ni risueña. Son carlistas en su inmensa mayoría, “con algunos curas que olían a pólvora, y hombrachos aguerridos que apestaban a incienso”.40 Allí se estaba gestando la nueva guerra carlista. Y allí entra en contacto con un cura, antiguo guerrillero carlista, don José Miguel Choribiqueta. Aprovecha la ocasión don Tito para tratar de entender la contradicción entre la sotana y los pistolones, el altar y el campo de batalla, entre el cristianismo y la belicosidad de estos clérigos tan zafios como mal preparados:

Sólo España, fecunda en ingenios, en héroes, en santos y en monstruos, nos da estos engendros de la razón y de la sinrazón, de la fe mística y el orgullo marcial fundidos dentro de un alma…41

Como se puede apreciar, a lo largo del episodio, tanto en la corte como en las aldeas, se está viviendo un ambiente irrespirable, donde resulta imposible la gobernabilidad. Al cura Choribiqueta se le hace la boca agua hablando de la guerra.

En aquel ambiente tan bucólico se entera don Tito de las novedades de la corte: “Había caído el gobierno de Sagasta, por la porquería de dos millones que el Sagasta y un tal Romero habían sustraído de la caja del Tesoro público para llevárselo a sus propias cajas. Decíase que si los gastaron en elecciones; que en Madrid, el dinero es el mejor cebo para pescar votos”.42 El párrafo no puede ser más actual. Explica el conservadurismo de algunos partidos políticos, que se apoyan en esta vieja tradición. En aquella lejana época, sin embargo, los pollos de los dos millones tuvieron que dimitir. Ahora ya no se estilan esos trajes. Todo cambia. Y nadie ha dicho que sea para bien.

Poco después los carlistas sufren una terrible derrota en Oroquieta. Ante el ataque del general Moriones no tuvieron más que salida que volverse a Francia. Y es entonces cuando su padre le propone a don Tito, a fin de elevar la moral, que pronuncie una conferencia o discurso para la gente del pueblo. Éste acepta. Y el discurso no es sino una burla cruel que muchos de los oyentes no entienden. A algunos, sin embargo, no se les escapa la mala baba del orador.

Hay ciertos privilegios que no se pueden tocar, como se ha visto recientemente con el deseo de desarbolar a unas cuantas patrióticas figuras.

Don Tito maneja al público como quiere. Lo asusta y lo tranquiliza, y se ríe de su auditorio. Ante lo más granado de la sociedad duranguesa propone que no se luche por ningún rey. Que se establezca una república, pero regentada por el Papa. La república hispano-pontificia. Y que el Papa envíe a España legiones de curas y monjas, de todas las órdenes y de todos los países, pues con ellos se conquistará a la madre patria. “No os arredre el número, que allí hay sustento y holgadas casas para todos, y dinero de largo para cuanto hubieren menester”.43 El público llora y aplaude emocionado.

Las palabras de don Tito, dirigidas al Papa y a sus vecinos, nos llevan directamente al quinto Episodio de la primera serie, Napoleón en Chamartín. En él, Napoleón I decreta la supresión de un buen número de conventos, excesivos para el país, y de frailes, que viven de la sopa boba. Semejante decreto propició que los buenos hermanos, muy en consonancia con la prédica del cristianismo, se levantaran en armas, pese a las palabras del padre Castillo: “Fundóse nuestra Orden para redimir cautivos, no para predecir guerra ni armar soldados”.44 Como se sabe no le hicieron ni caso. Y curas y frailes salieron, pistolón al cinto, a matar franceses, que, en aquellos momentos, no eran hijos de Dios. Son varios los curas guerrilleros que aparecen por los Episodios. Algunos de ellos verdaderas alimañas.45

Entre unos y otros se lo pusieron en bandeja a aquel que dijo que para España no pasan los años. No obstante, habían transcurrido unos cuantos, sesenta y pico desde los decretos de Napoleón. Hay ciertos privilegios que no se pueden tocar, como se ha visto recientemente con el deseo de desarbolar a unas cuantas patrióticas figuras, muy en consonancia también con cierta parte de la Iglesia. A ésta tampoco le arredra nada ni se detiene ante nada, ni hace maldito caso de aquel que, según la mitología, murió por redimir al género humano de las miserias que ellos representan. Por sus obras los conoceréis.

No es de extrañar que a don Benito no le dieran el Premio Nobel de Literatura.

Evidentemente en esta república hispano-pontificia, los ministros serán los arzobispos, abades y priores de las órdenes que hubiera. Y los políticos serán sustituidos por frailes y clérigos. Hasta el mismo ejército estará en sus manos, pues no faltan, como es sabido, clérigos píos y guerreros. Sin olvidar, como hizo el Rey Narizotas, volver a instaurar la Santa Inquisición.46 He aquí los antecedentes de la orden de los patriotas que no se quieren disolver. Ésta, como la Santa Inquisición, se encargará de que no haya una voz disidente en toda la república. El fuego de las hogueras nos traerá la paz. U otras cosas, en consonancia con los tiempos.

Pese a todo, el antiguo guerrillero carlista, el párroco don José Miguel Choribiqueta, no está de acuerdo con la importación de curas y frailes, pues los extranjeros “son un hatajo de gandules que vienen aquí con hambre atrasada, y en poco tiempo consumirían todas las subsistencias de la nación, querrían mangonear ellos solos y nos reducirían a una servidumbre vergonzosa”.47

“Mangonear ellos solos”. No hay más que añadir.

Entre el público que asiste a la charla de don Tito está Mariclío. Es la única persona que, por el momento, se ha percatado de los desatinos del orador. Ha ido por allí para ver cómo anda la facción. La pérdida de la guerra por parte de los carlistas conduce al llamado Convenio de Amorabieta. Éste quedó en nada, en una paz artificiosa que volvería a romperse al año siguiente. Mariclío era partidaria, dando así cuenta de sus antiguos orígenes, de masacrar a los carlistas, como si éstos fueran persas, y aquello la rubia Salamina. No le faltó razón. Los persas volvieron a cruzar los Pirineos. Y no para traer la paz.

Se entera don Tito por Clío que, gracias a su república hispano-pontificia, algunos vecinos andan con estacas para medirle las espaldas por socarrón. Es ella misma quien, a través de telegramas, supuestamente enviados por el Papa, lo saca de tan bucólico lugar para devolverlo a la corte.

 

IV
Entre la fantasía y la realidad

Comenzó a decirme tales razones, que no sé cómo es posible que tenga tanta habilidad la mentira, que las sepa componer de modo que parezcan verdades.
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.

Doña Clío y Tito vuelven juntos a Madrid. En el tren, éste duerme en brazos de la Historia como si ésta fuera su madre y él un niño de teta. Se siente menguar. Así es de hecho. Al llegar a la corte, Clío le dice que lo toma a su servicio, para que haga lo mismo que hizo el protagonista de la primera serie, Gabriel Araceli, en Aranjuez, en la corte de Carlos IV: “Pequeño eres, más pequeño, casi imperceptible serás cuando me sirvas en calidad de corchete, confidente y mensajero”.48 Tan pequeño es que Mariclío lo dobla sobre sí mismo y lo mete en su bolsillo.

Y así don Tito se nos transforma en un duende a quien ni paredes ni puertas le cierran el paso.

Imposible no recordar a don Miguel de Cervantes. Constreñido éste sin duda, por los principios de la verosimilitud, alaba las denostadas novelas de caballería: en ellas, como en las novelas bizantinas, el principio de verosimilitud, un corsé al fin y al cabo, salta por los aires. Además, se puede hablar de todo. Y si eso se lo permitió Cervantes en algunos pasajes de Don Quijote y en sus Trabajos de Persiles y Sigismunda, lo mismo exactamente está haciendo don Benito49 en los episodios finales. Don Tito, el cínico orador, se ha transformado en un bebé.

Y al igual que, por mor de la verosimilitud, nos advierte don Miguel de Cervantes sobre el posible carácter apócrifo de la charla entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza,50 también don Benito nos previene:

Al llegar a este punto, el más delicado, el más desaprensivo, de esta historia, me detengo a implorar la indulgencia de mis lectores, rogándoles que no separen lo verídico de lo increíble, y antes bien lo junten y amalgamen; que al fin, con el arte de tal mixtura, llegarán a ver claramente la estricta verdad.51

Y así don Tito se nos transforma en un duende a quien ni paredes ni puertas le cierran el paso: se va a enterar de todo de primera mano. Es invisible, además.

Aprovechando su minúsculo tamaño, y su invisibilidad, don Tito se introduce en palacio. Tras la cena real asiste a la tertulia de los monarcas: dudas sobre el Convenio de Amorebieta por parte de la reina. Reafirma sus sospechas Díaz Moreu. Retirada la reina, don Tito se arrima al sillón del monarca. Éste, despedidos unos y otros, sale en compañía del barón de Benifayó, Montero Mayor de Palacio, sin que nadie los vea. Van a visitar a la Dama de las Patillas, es decir a Adela Larra. Ésta, así se lo dice a Amadeo, tampoco se traga el Convenio de Amorebieta, y le recuerda a qué ha venido a España:

No debiste consentir que don Manuel [Ruiz Zorrilla], desalentado y aburrido, se retirase a Tablada. Ten presente, rey de España por los ciento noventa y uno [votos], que no has venido aquí a continuar la política de los malditos moderados, de los unionistas rutinarios y pasteleros. Por ese camino no se va a ninguna parte.52

Sigue Adela Larra dando consejos al rey:

Hacer una revolución, poner todo patas arriba, cambiar de dinastía para volver a las viejas mañas, al polaquismo, al hoy tú, mañana yo, me parece que es como si quisiéramos aplicar a la vida de la patria el juego de las cuatro esquinas…53

El invisible don Tito salta de entusiasmo. Reconoce en esas palabras a la hija del primer escritor del siglo. La cual, dichas éstas, desaparece con el rey por una portezuela. Don Tito nos llena de puntos suspensivos, línea y media, lo que sucede a continuación.

Se queda solo en la estancia. Decide abandonar la casa de la Dama de las Patillas. Sale al jardín y saltando la verja llega a la calle. Allí recupera su estatura normal. Con ella a cuestas se va a su triste pensión, donde le asaltan las dudas de todo cuanto le está sucediendo: el viaje a Durango, el discurso chancero, el cura Choribiqueta, la madre Clío, su tamaño…

“Si todo fue mentiroso aparato forjado por mi exaltada imaginación y de ello puede resultar que lo verosímil sustituya a lo verdadero, bien venido sea mi engaño, y allá van con diploma de verdad, los bien hilados embustes”.54 Eso será, al fin y al cabo, lo que importe de la narración. Sin olvidar que don Tito es un criado, a tiempo parcial, de la Historia, o de Mariclío, madre de Heródoto, entre otros.

 

V
Crisis

Demórato, a un hombre de mala condición que le acuciaba con preguntas fuera de lugar y que, entre otras cosas, a menudo le preguntaba que quién era el mayor de los espartiatas, le dijo: “El menos parecido a ti”.
Plutarco, Vidas paralelas, Licurgo.

Hubo cambio de gobierno, regresó Ruiz Zorrilla, como quería Adela Larra, y sobrevino la quinta o sexta crisis. Los alfonsinos hablaban ya claramente de la Restauración, como si ésta la tuvieran al alcance de la mano. “Los clubes y casinos ardían en protestas, en arengas fogosas, en amenazas furibundas a todo lo existente”.55 Hay voces anunciando un levantamiento general. Don Tito no termina de creerse tales cosas.

Vuelve a encontrarse de nuevo con Obdulia, su antiguo amor. Alejada de su bestial marido, se van a vivir juntos. Y una noche, la del 18 de julio de 1872, le informa de que ha oído que van a atentar contra el rey:

Esta noche matarán a don Amadeo. ¿A qué hora? Cuando los Reyes vuelvan de los jardines del Retiro a Palacio. ¿Sitio? La calle del Arenal. (…) Para mí son los mismos que mataron a Prim.56

Lo dice Obdulia. Tito no le da credibilidad.

Leyendo los Episodios, y otras obras de don Benito, a menudo he tenido la impresión de que nada cambia, de que todo sigue inmutable, igual.

El atentado, como es sabido, se produjo, aunque sin consecuencias para los reyes. Quedó la frase de don Amadeo para la posteridad: “Ah, per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi”. Para eso lo había traído Prim, para gobernar en una jaula de locos.

Al día siguiente del atentado, visitando Tito el lugar del mismo, se topa con el rey; y, otra vez, con Mariclío. Ésta sabe que todo aquello favorece a los alfonsinos, y que todo es triste y penoso:

Todo lo que aquí pasa es cosa de ópera cómica, tirando a bufa (…). El quita y pon de ministerios que sólo difieren en la medida y rumbo de sus tonterías; la conspiración de las damas católicas, con su armamento de peinetas y florecillas de lis, pertenecen al orden literario del entremés con tonadilla y ovillejos (…). La demagogia misma procede hoy con más simplicidad que barbarie. Los ideales exaltados son ahora instintos movidos por la imbecilidad.57

A continuación, Mariclío envía a don Tito a Santander, donde va a ir el monarca. Aparece también por allí Adela Larra. Pasea ésta por la playa esperando la aparición del rey. Tito, en una conversación casual, se entera de que Amadeo tiene una nueva amante: la mujer de un corresponsal del Times.58 El rey, desde luego, no presta ninguna atención a la despechada Adela. Ésta decide publicar las cartas personales de su real amante. Pero lo anuncia antes de hacerlo. El monarca le manda a un mensajero con dinero y un revólver. Adela entrega las cartas y recoge el dinero.

Se entera Tito, de regreso a Madrid, de más aventuras galantes del monarca. Pero no les da crédito. Según él era una “opinión insana que se proponía desprestigiar al rey Amadeo, poniendo en circulación estas liviandades indecorosas y a veces ridículas”.59

Leyendo los Episodios, y otras obras de don Benito, a menudo he tenido la impresión de que nada cambia, de que todo sigue inmutable, igual. O por decirlo bíblicamente “lo que fue, eso mismo es lo que será, y lo que se hizo, eso mismo es lo que se hará; no hay nada nuevo bajo el sol”.60 Así es, cuando se ve a nuestros políticos participando en procesiones, cánticos, desfiles y demás parafernalias, con o sin medallas. A las católicas damas de la época se les ocurrió hacer una procesión, bien española, con mantilla y peineta, para protestar contra unos reyes extranjeros, como si los Borbones no lo fueran. Los amigos de don Tito, con ganas de burla, contrataron a chicas de la casa llana y las vistieron de la misma forma para burlarse de las piadosas y tradicionalistas alfonsinas. Así lo ve don Tito:

Las que desde el segundo tercio del siglo habían renegado de todo lo castizo, arrojando al montón de las prenderías las modas españolas, y vistiéndose, comiendo y hablando a la francesa, salían ahora con la tecla de adoptar preseas secadas del rastro indumentario. Bien hicieron los pícaros de la política en poner frente a ellas el manchado espejo de un rastro moral.61

Fue, evidentemente, una farsa ridícula hecha en el paseo de la Castellana ante las mismas narices de la reina. No obstante, conviene no olvidar las palabras del langosto. Remarcadas ahora por un fino periodista, Pepe Ferreras:

En el estúpido atentado contra el Rey y en esta farándula repugnante veo yo el principio del fin.62

Así fue. En otoño de ese mismo año, 1872, apareció la sarna de las partidas carlistas en Cataluña, el Maestrazgo y Levante. Los persas habían vuelto a cruzar el Pirineo. Tras esa sarna surgió el picor de los republicanos. El gobierno no sabía a dónde acudir. Poco después, en diciembre, en Madrid hubo tiros, heridos y un muerto. Un motín republicano. Le siguieron artículos incendiarios de los republicanos. Quizás el más famoso fue el titulado El Rey se va, escrito por Modesta Periú, una periodista famosa en su época, muerta muy joven, a los veintiséis años.

Gracias a los republicanos van a pronunciarse, a favor de la república federal, Sevilla, Barcelona, Cartagena y Cádiz. El cuerpo de Artillería se sublevó contra el gobierno, y en Guipúzcoa se pisoteaba el Convenio de Amorebieta:

Horizontes teñidos de sangre cerraban la vista por el norte y parte de Levante. La pobre España, arrullada en los brazos de la fatalidad, aguardaba su sentencia de muerte o vida con expectación pavorosa.63

El rey, por consejo de su padre el rey de Italia, Víctor Manuel, se va a decantar por los cañones, es decir por el cuerpo de Artillería. Eso supone que Zorrilla y Córdova, el que fue presidente del gobierno durante un solo día, se tenían que ir a casa. Y volvía el Duque. Y “resulta que aquí siempre estamos lo mismo. Entran y salen los eternos perros sin tomarse el trabajo de cambiar sus collares”.64

Y una vez más los balcones. Sin cacerolas en aquellos felices tiempos.

Mientras, el gobierno, por 191 votos, los mismos que trajeron al rey, han votado la disolución del cuerpo de Artillería. Amadeo I se queda, pues, sin apoyos. Entre tanto, los generales y constitucionalistas preparan un golpe de Estado. El rey, según Mariclío, no quiso participar en el contragolpe: por nada del mundo quería imponerse a la soberanía de la nación. Está meditando ya su abdicación. La Reina, además, está harta de desplantes, añora su tierra, y desprecia el fanatismo y la inferioridad mental de las aristócratas españolas: “¿Querían Borbones? Pues dárselos”.65

El 11 de febrero de 1873, Amadeo I de Saboya leyó su abdicación al trono español:

Si fuesen extranjeros, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería yo el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tales males.66

Una gabbia di pazzi.

Le respondió Castelar con florituras y retórica vacía.

Se le despedía con galas retóricas, lindísimas y bien olientes ofreciéndoles, como poético galardón, la ciudadanía de un pueblo independiente y libre. Ite, missa est.67

Y una vez más los balcones. Sin cacerolas en aquellos felices tiempos. Apunta don Tito que los de los republicanos, pese a haberse implantado la república, estaban a oscuras, en tanto en los de la aristocracia brillaban luces y faroles. Los Borbones estaban al caer de nuevo. Cuantas veces los han expulsado han regresado a hacer el bien a esta bendita patria, y a alimentarse de ella y de sus miserias. Volvieron, merced al beaterío de tanta dama y caballero bien pensante, sin olvidar a la Iglesia. Volvieron con toda su honestidad y ética a cuestas, que es mucha. De la mano de los mismos perros y con los mismos collares. El cadáver de Prim no dijo nada entonces. Tal vez porque nadie fue a visitarlo. Quizás por eso, el descendiente de Isabel II ha distado muy mucho de ser el primer ciudadano. Vale.

Vicente Adelantado Soriano
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Notas

  1. Sirva como ejemplo la historia de sor Teodora de Aransis en el episodio Un voluntario realista.
  2. Benito Pérez Galdós, Prim, capítulo XVIII.
  3. Benito Pérez Galdós, Amadeo I, capítulo V.
  4. Ibídem, capítulo V.
  5. Amadeo I, capítulo I.
  6. Ibídem.
  7. Ibídem.
  8. Ibídem.
  9. Ibídem.
  10. Ibídem, capítulo II.
  11. Ibídem, capítulo II.
  12. Ibídem, capítulo II.
  13. Ibídem, capítulo III.
  14. Ibídem, capítulo III.
  15. Ibídem, capítulo IV.
  16. Ibídem, capítulo V.
  17. Ibídem, capítulo V.
  18. Ibídem, capítulo VI.
  19. Ibídem, capítulo VI.
  20. Ibídem, capítulo VII.
  21. Ibídem, capítulo VII.
  22. Ibídem, capítulo VIII.
  23. Ibídem, capítulo VIII.
  24. Fue un general de la época quien le puso tan peregrino nombre. El buen militar quería decir la tela de Penélope.
  25. Ibídem, capítulo IX.
  26. Ibídem, capítulo XI.
  27. Ibídem, capítulo IX.
  28. Ibídem, capítulo X.
  29. Ibídem, capítulo XI.
  30. Ibídem, capítulo XI.
  31. Ibídem, capítulo XI.
  32. Ibídem, capítulo XII.
  33. Ibídem, capítulo XII.
  34. Ibídem, capítulo XIII.
  35. Ibídem, capítulo XIII.
  36. Ibídem, capítulo XIII.
  37. Ibídem, capítulo XV.
  38. Se habla allí una variante dialectal del euskera.
  39. Ibídem, capítulo XV.
  40. Ibídem, capítulo XV.
  41. Ibídem, capítulo XVI.
  42. Ibídem, capítulo XVI.
  43. Ibídem, capítulo XVII.
  44. Napoleón en Chamartín, capítulo XXII.
  45. Los ejemplos se podrían multiplicar. Pero baste al respecto recordar los capítulos VII y VIII de Zumalacárregui. Y, sobre todo, el capítulo IV de La campaña del Maestrazgo, con todas las salvajadas del cura Lorente.
  46. Amadeo I, capítulo XVII.
  47. Ibídem, capítulo XVII.
  48. Ibídem, capítulo XIX.
  49. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, véanse en especial capítulos XLVII y siguientes de la primera parte.
  50. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, capítulo IV, segunda parte.
  51. Ibídem, capítulo XIX.
  52. Ibídem, capítulo XX.
  53. Ibídem, capítulo XX.
  54. Ibídem, capítulo XX.
  55. Ibídem, capítulo XX.
  56. Ibídem, capítulo XXI.
  57. Ibídem, capítulo XXI.
  58. Ibídem, capítulo XXII.
  59. Ibídem, capítulo XXIII.
  60. Eclesiastés, 1, 9-10.
  61. Ibídem, capítulo XXIII.
  62. Ibídem, capítulo XXIII.
  63. Ibídem, capítulo XXV.
  64. Ibídem, capítulo XXV.
  65. Ibídem, capítulo XXVI.
  66. Ibídem, capítulo XXVI.
  67. Ibídem, capítulo XXVI.
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