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Reencuentro con Puerto Chacabuco y Puerto Aysén

martes 19 de junio de 2018
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Puerto Aysén, Chile
Puerto Aysén es una población en torno a las 15.000 almas; aparece como si aquello fuera el salvaje oeste, pero es una zona tranquila y se ubica a ambos lados del río homónimo. Fotografía: Robertoaysen

El viaje iba tomando cuerpo, me acercaba a la última etapa de lugares conocidos un lustro antes, pero que han sufrido un cambio positivo y ahora aparecen como esos lugares idílicos que a veces nos muestran el cine o los modernos medios de comunicación sobre Alaska.

Incluso en Chacabuco —donde desembarcamos con las lanchas del crucero que quedó fondeado en sus aguas, en contraste con la M/V Don Baldo que atracaba directamente en el pequeño muelle— se ha instalado un hotel y urbanizado algo más la zona. En esta pequeña población el día amaneció lluvioso, los trámites fueron rápidos y en apenas veinte minutos estaba camino de Puerto Aysén, que sí se parece ya a una población más o menos grande.

Conviene no olvidar que estamos en la Patagonia y el presupuesto tiene que ser holgado si queremos verdaderamente disfrutar de espacios prácticamente vírgenes.

La bahía de Chacabuco aparece en el extremo suroeste del fiordo Aysén y es la puerta de entrada a la XI Región por mar (la anterior, hace cinco años, tenía unas instalaciones muy básicas, ahora hay una terminal de cruceros de flamante factura y que se agradece, sobre todo si el día está lluvioso). Se trata de una preciosa ensenada, resguardada de los fuertes vientos que suelen darse por la región y donde la oscuridad suele ser frecuente y las fotos, sin buenos objetivos, apenas reflejan la extraordinaria belleza del lugar. Cualquier viajero encontrará enlace para seguir su camino con suma facilidad, infinidad de lugareños tratan de hacerse con unos pesos extras cada vez que llega el ferry o el crucero y suelen llevarte por los atractivos de la zona o bien al lugar donde se toman los autobuses (en Puerto Aysén) que te permiten acercarte a Coyhaique.

Si uno quiere visitar la zona conviene apalabrar los tramos con los conductores que suelen ubicarse al lado de lo que antaño fue la factoría de Pescanova, en una pequeña explanada con una plaza, coqueta y arreglada con un pequeño monumento. Me encontré ahora un establecimiento hotelero de lujo para estas latitudes; se trata del denominado Loberías del Sur, que te hará olvidar que estás en los confines del mundo. Impresionantes vistas a la bahía desde su restaurante o su zona ajardinada. Hay posibilidad de hacer algunas escapadas por la zona, pero conviene arreglar los precios antes de partir a pesar de que no suelen abusar y pueden resultar económicos, incluso, para un viajero solitario, pero conviene no olvidar que estamos en la Patagonia y el presupuesto tiene que ser holgado si queremos verdaderamente disfrutar de espacios prácticamente vírgenes, o de lo contrario tendremos que decidirnos por otros más trillados y por lo tanto menos onerosos para nuestros bolsillos. Si tienes oportunidad no te pierdas algunas de sus zonas termales o lacustres, suelen estar a dos o tres horas de barca y realmente merecen la pena.

Puerto Aysén es la siguiente parada (coche con doble tracción y pavimento de hormigón por poco menos de un euro el trayecto, una verdadera ganga aunque todavía algunos cuestionan el precio) tras recorrer una veintena de kilómetros que se hacen cortos si el día es claro y luce el sol (más animado en el verano, más difícil en invierno, pero en esa temporada hay menos dificultades para moverse por la zona a la que llegan los barcos chilenos —apenas llegan viajeros—, generalmente zarpan desde Puerto Montt y Quellón; hay que ser precavidos porque puedes quedarte colgado por cuestiones meteorológicas; sin embargo, no será difícil encontrar alojamiento y la gastronomía es variada, predominando el pescado y el marisco).

Si uno tiene intención de pasar a Argentina tras dejar atrás Coyhaique, conviene realizar la reserva del pasaje ya que la conexión terrestre suele tener mucha demanda, así que será el primer paso a confirmar para no quedar varado más de la cuenta. Coyhaique tiene suficiente oferta para disfrutar la ciudad y su entorno en tres o cuatro días; excelente también el restaurante Casino de los Bomberos, a unos precios realmente imbatibles y magnífica calefacción.

En cuanto a Puerto Aysén, es una población en torno a las 15.000 almas; aparece como si aquello fuera el salvaje oeste, pero es una zona tranquila y se ubica a ambos lados del río homónimo. Digamos que no es precisamente muy animada, en festivo parece una población fantasma porque se impone prácticamente el cierre total del comercio, lo que hace casi imposible que uno pueda tomarse un simple café (¡cuánto echaba de menos los que habitualmente tomo en donde vivo!). Al final conseguí en el supermercado que hay nada más pasar el puente, entrada, mano derecha, y que suele abrir todos los días del año. Poco más adelante y en la acera contraria está la “miniterminal” de la empresa que te lleva hasta Coyhaique y donde te dejan los conductores que te traen desde Puerto Chacabuco, justo en la esquina, a una veintena de metros de ese hilo vital para seguir adelante.

Si uno tiene tiempo puede perderse por el embalse y la célebre laguna de Los Palos, ambas cosas en el mismo camino (unos veinte kilómetros contando el trayecto de ida y vuelta), y tendremos que ajustar con cualquiera de los lugareños que presta servicios de transporte. Puede ser una agradable opción para los que disfrutan conversando con los habitantes del lugar y permite tener una remota idea de cómo es la vida por estos impresionantes rincones donde el agua y los bosques son el plato fuerte. Si te queda tiempo, quizá puedas darte una vuelta por un peculiar jardín botánico y un liliputiense museo de ciencias, en ambos casos nada del otro mundo a pesar de los buenos deseos.

Si lograste llegar hasta aquí seguro que puedes decir que la soledad de la región es también un encanto que permite al individuo interiorizar su propio yo.

Pero, sobre todo, no te dejes desanimar, es toda una aventura ir descubriendo estos rincones patagónicos que, muchas veces, ni aparecen en las guías al uso, a veces conviene dejarse sorprender. Recuerda que el verano allí es cuando nosotros en Europa estamos en invierno; por lo tanto, cuando todos los servicios tratan de funcionar al máximo, suelen ser buenos en este quehacer, lo realizan impecablemente en ese casi semestre sin nieves cuando suele ser factible la ruta terrestre (también aquí están notando el dichoso cambio climático, en mi primer viaje tuve que decantarme por la ruta marítima vía Puerto Montt-Chiloé ante la erupción de uno de sus volcanes que dejó impracticables varios kilómetros de esa famosa carretera al fin del mundo que es toda una gozada si el clima nos permite disfrutar de la ruta, por cierto construida durante la dictadura de Pinochet, si llueve o nieva puede convertirse en un verdadero infierno, algo no inusual cuando en veinticuatro horas tienes las cuatro estaciones). Los conductores aficionados al París-Dakar tienen aquí un lugar ideal para probarse, hay tramos en donde no encuentras un alma: por lo tanto imposibilidad de lograr provisiones, gasolina o ayuda de emergencia. Un reto para los más osados, no hay que olvidar algún que otro temporal imprevisto y la magnitud de los glaciares.

Un último consejo, ni Chile ni Argentina se andan con remilgos a la hora de aplicar su legislación. Está estrictamente prohibido llegar con alimentos, algo que provoca muchos disgustos, sobre todo a los que rellenan el boletín de aduanas y se olvidan de marcar la X en ese apartado. Si el “perrito” detecta comida puedes considerarte un afortunado si el funcionario sólo te la requisa; lo normal es que tengas que pagar una multa que puede complicarte el viaje si el oficial considera que lo tratabas de engañar: no merece la pena ni un simple caramelo, si los llevas, enséñalos antes de poner la dichosa cruz.

Si lograste llegar hasta aquí seguro que puedes decir que la soledad de la región es también un encanto que permite al individuo interiorizar su propio yo. Sin duda, la zona austral te pone a prueba y son muchos los que acaban dando media vuelta y regresan a su mundo en busca del casco urbano al que, personalmente, nunca echo en falta cuando estoy en contacto con la naturaleza.

Juan Franco Crespo
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