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El trayecto naval Chiloé-Coyhaique (Patagonia chilena)

jueves 4 de abril de 2019
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Monumento al Ovejero, en Coyhaique
Monumento al Ovejero, en Coyhaique.

El día fijado por la naviera, una furgoneta nos recoge a los pasajeros que esperábamos en la Costanera Pedro Montt y nos traslada hasta la zona de embarque de la M/V Don Baldo (si no recuerdo mal partimos de Quellón por carretera hasta el embarcadero de Queilén para zarpar a medianoche con destino a Puerto Chacabuco; esa corta ruta, en oscuridad total, no dejaba mucho para la contemplación ante lo intempestivo de la hora).

Aunque no logré descifrar el enigma, creo que el nombre del navío corresponde al de un profesor peculiar durante la dictadura militar y tiene una particular historia que ya traté en su día al escribir sobre Radio Ventisqueros de Coyhaique, ahí queda el dato y los interesados en ese material sólo tienen que darse una vuelta por www.natureduca.com/RADIOBLOG, donde lleva varios años colgado.

Quellón, Melinka, Puerto Raúl Marín Balmaceda, Santo Domingo, Melimoyu, Puerto Gala (isla Toto), Puerto Cisnes, Puerto Gaviota, Puerto Aguirre y Puerto Chacabuco era la derrota fijada.

En un par de jornadas el navío-correo realiza el trayecto que nos deja en la Región Aisén del General Carlos Ibáñez del Campo. Recordemos que fueron los militares los responsables de la mayoría de los asentamientos en los desangelados territorios para tratar de afianzar la soberanía que, en determinados momentos, cuestionaban los vecinos; incluso en la actualidad crea roces entre Argentina y Chile.

Ya de madrugada se llegaba al primer emplazamiento, desembarcan los primeros pasajeros y sus pertrechos, es el límite más septentrional de la región y las guías que tenía en mi morralito informaban que era la puerta de acceso a alguno de los paisajes más solitarios pero más bellos del mundo. Tras las operaciones necesarias, en algunos casos el barco lanzaba una lancha al agua para trasladar a los pasajeros hasta tierra firme, en otra los mismos pescadores de esos confines acudían con sus lanchitas a recoger a los suyos: Quellón, Melinka, Puerto Raúl Marín Balmaceda, Santo Domingo, Melimoyu, Puerto Gala (isla Toto), Puerto Cisnes, Puerto Gaviota, Puerto Aguirre y Puerto Chacabuco era la derrota fijada.

Estaba más perdido que un garbanzo en el océano: nada de eso aparecía en la guía y era como si de golpe te encontraras en un territorio que nadie había hollado, aunque eso era una evidencia poco creíble porque allí estaban los asentamientos, allí estaba el navío. Por lo tanto ese camino, frío y lluvioso, deparaba paisajes nuevos ante tus retinas y sorprendentes cuando entre los túmulos de nubes aparecía una brizna de sol que daba un paisaje espectral: cuánto lamento que la máquina fotográfica no estuviera a la altura porque son paisajes y experiencias irrepetibles.

Llegaba a mi destino final, a Puerto Chacabuco; ante lo intempestivo de la hora, el capitán me autorizó a quedarme en el camarote y en el barco debía dormir. Pero las condiciones meteorológicas empeoraron y en lo mejor de mis sueños, a las doce de la noche, me avisaban que el barco zarparía nada más finalizar la carga que debía realizarse durante un par de horas para regresar a Quellón antes que el temporal de nieve y frío pudiera cortar la ruta. Centenares de kilos del marisco más exquisito y el pescado más fresco entraban sin cesar en las entrañas del navío.

Fue una suerte que los negocios de alojamiento estuvieran abiertos y no hubo dificultad para encontrar dónde guarecerme: ni vestido me podía sacar el frío de encima, lavarse al día siguiente con agua a temperatura ambiente tampoco fue una delicia, así que capeaba el temporal y partía hacia Puerto Aisén, donde está la cabecera del autobús que diariamente cubre la ruta hasta Coyhaique, la capital regional que, sorprendentemente, no aparecía nevada. ¡Todavía!, sí lo estaría cuando la abandonaba casi cuatro días después.

La ciudad se fundó en 1929 para dar apoyo a los colonos y la gran estancia Compañía Industrial de Aisén, que comenzó sus actividades en la zona en 1906.

Evidentemente, si alguien llega por la región, lo mejor es tomar transporte en Puerto Chacabuco y hacer noche en Puerto Aisén, que tiene más oferta y prestaciones. Tras desayunar en esta ciudad, apenas una hora después partía hacia la capital austral por una carretera que era una delicia para los sentidos y a la que todavía no había llegado el temporal de nieve que cada vez aparecía más cerca. En esa ciudad encontraba, a pesar del diluvio, un alojamiento con cara y ojos cerquita de un acantilado que, en cierta medida, me devolvía al Tajo de las Peñas, era el curso del río Coyhaique.

La ciudad se fundó en 1929 para dar apoyo a los colonos y la gran estancia Compañía Industrial de Aisén, que comenzó sus actividades en la zona en 1906. La municipalidad adquiría carta de naturaleza en 1948 y debido a su estratégica ubicación se le designa como capital de la XI Región en 1974 (justo el año que marchaba al servicio militar). Actualmente debe sobrepasar los 40.000 habitantes y personalmente me sorprendió por las gélidas temperaturas, y eso que me informaron que todavía no se había llegado al verdadero frío glaciar que estaba llegando tarde esa temporada; también la actividad de su comercio y la pujanza de su hostelería.

De los cuatro días en Coyhaique, debo señalar la excelente impresión sobre su naturaleza (hacía años que había oído hablar de la zona gracias a las emisiones de la desaparecida Radio Patagonia Internacional que alguna noche capté en los 49 metros y cuya QSL —tarjeta de verificación en el argot de los radioescuchas y diexistas— anda por ahí como documento de aquella recepción radial a miles de kilómetros y cuyo dibujo rápidamente descubrí estaba inspirado en el río Coyhaique que me saludaba al salir de mi reducto que prácticamente daba al Tajo y que me recordaban las casas de la esquina de la calle de las Peñas, la de mis amigos Arjona Muñoz o Pepe Mijoler que, la pobre, ya entonces estaba tocada de muerte y enseñaba sus entrañas al abismo) y sus gentes. Hay varias cosillas para entretenerse, pero lo que hizo limpiarme las gafas de agua fue descubrir el Restaurante Dalí el día que paseaba por la denominada Piedra del Indio, en las cercanías del otro curso fluvial, el río Simpson y la carretera hacia el sur y el aeropuerto. Tenemos el Museo Regional de la Patagonia, la Feria de Artesanos, la Galería, el Monumento al Ovejero —otro más— y, si el medio ambiente lo permite, pues a escapar hasta la denominada Reserva Forestal, que tiene varios lugares para los que se atreven con la acampada, y las bellas Laguna de los Sapos y Laguna Verde. Otra constante es la descripción que sobre Aisén me encontré en un folleto turístico que también es aplicable a esta lejana y austral ciudad chilena: “Se pueden vivir las cuatro estaciones del año en un solo día”. Vamos, que al final decides ir como el famoso hombre de amarillo que popularizara el célebre anuncio de la desaparecida Pescanova (todavía la encontré activa en su factoría de Puerto Chacabuco, la debacle empresarial estaba todavía por llegar).

Lamentablemente, el día que perdí en Quellón (motivos meteorológicos no permitieron zarpar el día esperado) sería vital para mi proyecto.

El omnipresente Macizo Macay ejerce como vigilante fiel, rocoso y desafiante; también tiene una función protectora, sobre todo cuando llegan los vientos. Las calles ya comenzaron a mojarse cuando llegué, algo que retrasó momentáneamente la nieve, pero al día siguiente ya comenzó a cuajar y el día de mi salida hacia Argentina ya teníamos unos cuantos centímetros del blanco manto. Impecablemente limpia, me encaminaba ya hacia el denominado Paso de Coyhaique Alto para saltar hacia la Patagonia Argentina que me llevaría por el otro lado de la cordillera hasta la región de La Araucanía en ruta hacia Puerto Montt (la carretera austral estaba cortada en varios tramos debido a la destrucción que habían provocado las erupciones volcánicas que cambiaron el paisaje de la región).

Debo señalar que, lamentablemente, el día que perdí en Quellón (motivos meteorológicos no permitieron zarpar el día esperado) sería vital para mi proyecto, que era llegar hasta la Península Valdés (Argentina) y desde allí iniciar el trayecto hasta Santiago de Chile para tomar el vuelo de regreso a casa. Ante esa inevitable realidad (el autobús del día estaba completo y el lunes ya era correr riesgos innecesarios) decidí disfrutar de ese largo fin de semana en la coqueta ciudad sin más problemas.

Pasado el engorroso control aduanero. ¡Sólo nos faltó una peruana con una criatura y sin papeles que tuvieron que venir a recogerla! Y pensar que los ilegales llegan a España y les dan el Gratis Total. Tras el paso-control-decomiso de cualquier cosa que tuviera origen animal, unos kilómetros más y nos obsequian una cena caliente (la bebida la pagas tú: un té bien caliente 5 euros, el más caro que tomé en mi vida, pero teniendo en cuenta que en aquel cruce del Dr. R. Rojas sólo había un horizonte infinito sin rastro de vida, sólo la inmensidad nevada y en caso de querer caminar, nieve hasta las rodillas, pues no resultó del todo un precio abusivo). A pesar de todo, los caminos estaban despejados y avanzábamos a buen ritmo. ¡Qué contraste con la situación vivida en Cataluña con las nevadas del invierno de 2015!

Juan Franco Crespo
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