
Dos bellos sellos nos llevan a sendos y hermosos rincones de esta coqueta capital que sigue conservando, a pesar de haber quedado prácticamente destruida por las fuerzas de la naturaleza a finales del XIX, muchos de sus atractivos arquitectónicos del período del imperio austrohúngaro. Las estampillas fueron puestas en circulación el 8 de junio de 2017 y muestran, vistos desde el cielo, el popular Mercado de Dolac (2,80 kunas), muy cerca de la catedral, y la iglesia de San Marcos (5,80 kunas), donde encontramos un edificio de gran importancia en la historia reciente del país (tejados de colores anaranjados y amarillentos): desde allí se proclamó la independencia y con ello el gran desastre humano de finales del XX en los Balcanes. Diseño de Vladimir Buzoliz-Stegu y fotografías de Davor Rostuhar. La impresión se realizó en minipliegos de diez efectos.
Los orígenes de la capital croata parecen arrancar de un asentamiento militar romano, la caída del Imperio latino llevaría sucesivas oleadas de visigodos, alanos, hunos y ávaros, hasta que en el VII se establecen los croatas, que coronarían en ella a su primer monarca: Tomislav.
Zagreb está en una encrucijada de caminos en esta zona centroeuropea y ello le ha dado un carácter que el viajero no tardará en descubrir, a poco que quiera adentrarse en su peculiar mundo; aunque pueda ser difícil de creer, en realidad el croata, si logras romper el hielo, rápidamente estará compartiendo con desenfado sus cuitas y milongas. Sorprende el desarrollo de la urbe que evolucionó de dos ciudades medievales que en aquella época eran independientes.
Zagreb quedó prácticamente destruida a finales del XIX, y eso hace que sea difícil encontrar restos del pasado que sobrevivieran al movimiento telúrico.
Eran dos colinas, separadas por el río, las que dieron paso a los primeros asentamientos humanos. Kaptol, que sería el centro del poder religioso, ya en 1094 sede episcopal, y Gradec, a la que una bula de Béla IV le confirió el rango de ciudad libre en 1242 (aunque hemos de colegir que en realidad eran unos privilegios cargados de una pesada servidumbre: defender la región, a cualquier precio, de las hordas turcófonas de la época).
En el XVI será la sede del ban (gobernador del imperio húngaro) que está inmortalizado en una gigantesca figura a caballo en la plaza principal. En realidad ambos núcleos eran fortificaciones que trataban de frenar el turbulento y letal ejército oriental; el río Medvescak, en cierta medida, ayudaba a medir las fuerzas pero la violencia de la guerra fue una constante en la vida de estos pueblos balcánicos.
Zagreb quedó prácticamente destruida a finales del XIX —apenas unos años después del seísmo que arrasó mi Alhama natal—, y eso hace que sea difícil encontrar restos del pasado que sobrevivieran al movimiento telúrico, aunque realmente las reconstrucciones no te hacen imaginar que antaño fueron simples ruinas.
Hoy en día, el casco viejo, el que teóricamente atrae al viajero, es precisamente la zona denominada Ciudad Alta, que incluye ambos sectores; sobre la llanura uno se encuentra una hermosa urbe con calles amplias y edificios que no dejan de sorprender por su esbeltez y belleza. Las diferentes líneas de tranvía facilitan la comunicación y el punto neurálgico sería la plaza del ban Jelacic montado a caballo; prácticamente estaremos a escasos minutos de los puntos fuertes de la historia de la ciudad. En Kaptol encontraríamos la catedral de San Esteban, la Plaza Arzobispal —el correo, aunque no lo citen las guías al uso, no deja de ser un lugar interesante para saborearlo, apenas está a unos pocos minutos de la citada escultura—, la iglesia de San Francisco y la de Santa María; tras recorrer estos puntos tomaríamos la célebre calle Skalinska y pasaríamos por el no menos famoso Puente de la Sangre (Krvavi Most) y, tras pasar un túnel-refugio para la población en la II Guerra Mundial, iríamos a parar a la plaza Markov, que es donde funciona el colorido mercado de fruta y verdura; en esa parte tendríamos el 70% de lo que suele atraer al visitante que se adentra por estos confines marcados por la violencia a pesar del aparente pacifismo de sus pobladores.
Infinidad de museos y otros edificios culturales harán las delicias de los visitantes y encontrarán las huellas del pasado político y religioso (en la zona de expansión de la ciudad está la moderna Zagreb, que ofrece también interesantes rincones para el paseante). A veces lo mejor no está ante nosotros, sino sobre nosotros: es el caso de la iglesia de San Marcos, que luce en su tejado los escudos heráldicos de Croacia, Dalmacia, Eslavonia y Zagreb; de uno de ellos se toma el nombre para la moneda croata actual: la nutria (kuna). Los bellos azulejos multicolores no dejan de sorprender a los que alzan la vista hacia el tejado; justo al lado derecho, si hemos subido por la calle de los célebres hermanos evangelizadores Cirilo y Metodio, al entrar en la plaza, nos encontraríamos el edificio del Parlamento croata, que fue el origen del último conflicto balcánico de finales del XX. Desde la ventana central se realizaría la proclamación de Independencia el 29 de octubre de 1918.
El punto final no ha sido (todavía) puesto en esta región que en cualquier momento puede volver a saltar por los aires.
Se trata de un edificio finalizado en 1910 como ampliación de las oficinas provinciales, pero la historia le tenía preparado otro papel que se confirmaría en 1991 tras declararse la independencia de Yugoslavia, y con ello se finiquitó el régimen federal que había consolidado el célebre Tito. Por cierto, el ultranacionalismo no cede y su bombardeo tampoco sirvió para bajar a la realidad a los políticos del momento. Franjo Tudjman siguió adelante y entre todos montaron aquellas imborrables escenas que la televisión nos traería en el último decenio del pasado siglo. Imborrables e imperecederas las crónicas de Arturo Pérez Reverte que llegaban puntualmente por TVE y, casi treinta años después, aún quedan huellas en algunas de las ciudades donde la locura pervivió por más tiempo; entre la sociedad, en muchos casos, la limpieza fue tan grande que ni se parece a lo que había. Ellos se conocen y no bajan la guardia, a poco que observes te das cuenta de las severas miradas que se cruzan por doquier. Vaya, que el punto final no ha sido (todavía) puesto en esta región que en cualquier momento puede volver a saltar por los aires.
Los croatas ahora se quejan y miles de ellos emprenden el camino de la diáspora (esencialmente hacia Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia, que albergan grandes colonias de ciudadanos de este pequeño país; de hecho, sumados todos, superarían a los que viven en el territorio) ante la falta de perspectivas a sus vidas. Los matrimonios mixtos ahora son la excepción y los jóvenes que se atreven, en muchos casos, acaban abandonando sus hogares en busca de un lugar en el que el odio no sea el motivo de la separación que, por cierto, en muchos casos no dejará de llegar ante la imparable demanda de nuestra hedonista y consumista sociedad.
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