Una breve parada entre montañas que no estaba prevista. Se hizo un recorte en la ruta cuyo premio era atravesar algunas montañas e inesperadamente un tramo de carretera en obras del que por suerte pudimos salir en poco más de media hora. El paisaje ya era más árido, pero en los valles, primorosamente cultivados, los terrenos realmente eran impresionantes.
Digamos que el pequeño alto en el camino era por motivos de intendencia: el cuerpo, tras la comida, a media tarde pedía emergencia, y así llegamos a esa desangelada población tras haber dejado atrás Sultandag; Cay, Haydarli y alto en Dinar, luego reanudaríamos el viaje a Pamukkale, sin duda un oasis que bien merece una estancia mucho más larga, además, tras Aksaray, el lugar con mejores precios de todo el periplo, quizá porque predomina el turismo nacional, el que mayoritariamente copa la zona (aunque no en las célebres terrazas de agua caliente) y que viene atraído por los célebres Travertinos, Laodicea o Hierápolis: aquí se cumple el lema comercial 3×1.
Dinar pertenece a la provincia de Afyonkarahisar. Está a 106 kilómetros de Afyon, corresponde al antiguo asentamiento griego de Felaenae-Apamea y actualmente cuenta con unas 30.000 almas que viven pacíficamente cerca del nacimiento del río Büyük Menderes, o sea el Meandro que desemboca en el Egeo en la zona de Éfeso.
Desde el terremoto de 1995 la zona acabó sufriendo un constante goteo de salidas hacia otras partes del país.
Mitológicamente aquí tuvo lugar el célebre duelo musical entre Apolo y Marsias. Desde el terremoto de 1995 la zona acabó sufriendo un constante goteo de salidas hacia otras partes del país o bien a algunas de las fuertes colonias turcas de la diáspora. Está en un cruce de caminos por el que pasarán los que van por carretera a Antalya, Ankara o Estambul, aunque, como tantas veces, las nuevas vías de comunicación son lugares de paso y son pocos los que se atreven a darse una vuelta.
Aunque no sea un lugar de grandes atractivos, sólo por su gastronomía ya merece la pena detenerse en alguno de sus restaurantes. Nuestro pequeño y familiar grupo de seis eligió el restaurante Anatolia (si quieren ver, hay colgadas en la red infinidad de fotos), que está frente a la gasolinera. Por cierto, el precio del carburante era de entre 50 y 70 céntimos de euro en todo el viaje; lástima que quede tan lejos, porque llenas el depósito por la mitad o menos de lo que te cuesta en España.
Definitivamente no es el mejor lugar para una parada pero ahí está, tranquila y con su encanto provincial que apenas despierta. La amabilidad de sus gentes y sus precios no te dejarán indiferente. Aunque no hubo mucho tiempo para curiosear, no dejaría de ser un buen lugar para reponer fuerzas, saborear sus delicias turcas y, para los atrevidos, hacerse con algún frasco de su célebre aceite de opio, que pasa por ser un vigorizante de primera.
Decir que el restaurante fue un oasis y la comida, la bebida y los tés resultarían no sólo los mejores, sino excelentes en todo el recorrido. Por el precio de un café en España la mesa consumía cuatro tés y unos obsequios, cortesía de la casa, pero que se venden por todo el país, un trocito de su célebre pastelito resbalando miel que en muchos lugares le llaman viagra turco. Es evidente que su dulzor te atrapa, pero de ahí al poder afrodisíaco, por mucho que fuésemos camino de Afrodisias, no es más que una forma de tratar de colocar un producto que, para nuestros paladares, puede resultar bastante empalagoso. Hay infinidad de variantes, aunque los de pistacho o de higo son los dos sabores que más me atraparon. Gracias, Tali, por dejarnos ese agradable sabor de la magnífica cocina de Anatolia.
Tocaba volver a la carretera. El restaurante Anatolia, Dinar y sus gentes, amables y serviciales, quedarían atrás y rápidamente pasarían a otro plano, sobre todo tras llegar al fastuoso Doga, en Pumakkale, poco más tarde de las seis y el sol bajando: tiempo para disfrutar del pueblo y las piscinas termales del complejo. Lástima del apretado programa y la larga ruta entre Kayseri/Urgup y Esmirna, pero es cierto que no todo lo podemos abarcar y, a veces, debemos conformarnos con saborearlo.
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