XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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Sobre el aburrimiento

jueves 9 de marzo de 2023
Sobre el aburrimiento, por Vicente Adelantado Soriano
Con la televisión llegó la gran diversión. Ofrece de todo: partidos de fútbol, deportes variados y para todos los gustos, películas, documentales.
Creo que podemos estar casi seguros de que los clásicos sufrieron aburrimiento de cuando en cuando, pero no escribieron sobre él para no ser recordados como partícipes de tan deshonesta contravención al virtuosismo.1
Josefa Ros Velasco, La enfermedad del aburrimiento.

Agradecí, por educación, el regalo del libro. Y aunque sin excesivas ganas, comencé a leerlo. Por desgracia no todo el mundo es discreto ni callado: seguro estaba de que no tardaría mucho en ser interrogado sobre las bondades o carencias de dicho libro, un ensayo sobre el aburrimiento. Me iba a ver, pues, en la obligación de decir algo sobre el regalo de marras, o a quedar como un desagradecido. Decidí entonces centrarme no en el libro sino en mi propia experiencia. Era una forma de esquivar la crítica y de solapar mi opinión. No creo, de todas formas, que tuviera mucha importancia cuanto pudiera decir sobre el ensayo. A quien menos le interesaba mi opinión era, como siempre, a quien me lo iba a reclamar.

¿Me he aburrido alguna vez en mi vida? ¿Qué es estar aburrido? Más por prudencia que por otra cosa, siempre me he propuesto evitar, en la medida de lo posible, las grandes afirmaciones o las respuestas tajantes. Es posible, por lo tanto, que sí, que me haya aburrido alguna vez en mi vida. Pero ese aburrimiento, estar sin saber qué hacer, no debe de haber sido ni importante ni angustioso cuando no recuerdo ninguna situación aburrida en concreto. Y desde luego ha estado muy lejos, ese posible aburrimiento, de llevarme a la desesperación.

Cierto es que tampoco recuerdo haber leído nada al respecto en mis lecturas de los clásicos grecolatinos. ¿Se aburrían los griegos? ¿Y los iberos o los etruscos? Nunca lo había pensado. ¿No será esto otro de los inútiles saberes tan vilipendiados por don Miguel de Cervantes? ¿Bostezaban los romanos? Seguro. Para aburrirse hace falta tener tiempo libre. Y tiempo libre no creo que tuvieran mucho ni los griegos ni los romanos. O lo sabían llenar muy bien. Con Ilíadas y Odiseas, Noches áticas, el teatro, los festivales y cosas similares. Si se lee Geórgicas, de Virgilio, o De agri cultura, de Catón el Viejo, se comprobará enseguida que tiempo para el ocio y para el aburrimiento no había, desde luego. Al menos para ciertos grupos de personas. Y hasta hace bien poco, en esos pueblos que se llaman ahora de la España vaciada, los trabajos en los campos, en la casa, en el establo y con los animales, no dejaba tiempo para nada. Vecinos hubo que no gozaron de más tiempo libre que un par de horas el domingo por la tarde para ir al bar o al casino a tomarse un café y echar la partida antes de volver a casa para ordeñar las vacas.

No deja de llamarme la atención que en griego clásico no exista la palabra ocio. Es de invención romana.

Mientras quien sí parece que se aburría era la nobleza. ¿No hablan del aburrimiento por no caer en una deshonesta contravención del virtuosismo? Creo que no hablaron del aburrimiento porque no lo consideraron un problema. No fue un problema para ellos. Ni para los esclavos. Ahora bien, afirmar como se dice en el libro que “su lucha [la del obrero] consistió, precisamente, en rebelarse contra la falta de tiempo para el aburrimiento” (p. 161), me parece, cuanto menos, una broma de mal gusto. Y no deja de llamarme la atención que en griego clásico no exista la palabra ocio. Es de invención romana. Lo cual no quiere decir que los griegos no conocieran el tiempo libre. Sin él, desde luego, no hubieran podido ni viajar ni escribir ni filosofar. ¿Se aburrían de hacerlo? Lo mejor entonces era divertirse. Es decir, cambiar de ocupación, de camino. Lo cual se les dio muy bien.

¿Se inventaron los juegos como un arma contra el posible aburrimiento? Entonces sí que se aburrían: ya en Etruria se han encontrado referencias a los juegos de pelota, a los dados y a las tabas, así como en Roma algo parecido al tres en raya, y cosas similares. Ahora bien, ¿son esos juegos signo de aburrimiento o de la necesidad de divertirse en su acepción etimológica? Desviarse del camino, de un camino para descansar en tanto se toma otro.

Los dioses no regalan nada, desde luego. Y si a lo largo de la vida, la nobleza griega y romana llenó todo su tiempo libre con muchas y diversas cosas, o tal vez con una sola, no se debe eso al destino, al cariño de los dioses o a la casualidad. Por el contrario, es fruto de un trabajo largo y constante. Su carencia sabemos a dónde conduce. No se escribe una tragedia, los diálogos de Platón, Noches áticas, y tantas y tantas obras, de la noche a la mañana. Están precedidas, por supuesto, de un arduo y duro trabajo. Evidentemente nos volvemos a encontrar con el viejo problema: para que unos pudieran disfrutar de esos estudios, o beber agua de calidad, otros trabajaron como esclavos en los campos, en las canteras y donde se necesitaba. Inútil es lamentarse por ello. Vale más que nos fijemos en algunos salarios actuales que no están generando ni filósofos ilustres ni matemáticos de renombre ni aburrimiento de ninguna clase. Aunque sí desesperación y una industria cada día más y más floreciente: la industria del ocio.

Y la televisión. Con ella llegó la gran diversión. Ofrece de todo: partidos de fútbol, deportes variados y para todos los gustos, películas, documentales. Y el gran invento del siglo XIX, en papel, llevado ahora al cine: las series, los interminables folletines de nuestra época. Capaces, eso sí, de aburrir al sol del mediodía. Si el sol del mediodía tiene valor para soportarlas.

El terreno abonado para el aburrimiento está en la especialización. No me refiero con ello a la dedicación a una ciencia y nada más. La especialización, por ejemplo, de dedicarse íntegramente al trabajo, a la familia, a los hijos o a la casa sin pensar en nada más, en uno mismo. Pues cuando desaparecen éstos, es cuando se produce el gran vacío, un enorme bostezo lleno de hastío y aburrimiento. La crisis tras el deber cumplido. Al igual que en los atracos de cine, siempre se debe tener un plan b: muerto el marido, o la mujer, y casados los hijos, nos quedan nuestras aficiones: leer, caminar, pintar, dibujar, viajar… No comienza con ello una nueva vida. No es así. Difícilmente se podrá disfrutar de cualquiera de estas aficiones si, previamente, no ha habido una preparación. Y si esa preparación no se ha descuidado a lo largo de los años. No hace falta matar a nadie para huir del aburrimiento, como parece que le propuso Valéry a Guide (p. 168).

Hay muchos caminos para recorrer. Y muchos museos que visitar.

El mundo puede ser ancho y ajeno, pero también precioso y digno de estudio. Hay muchos caminos para recorrer. Y muchos museos que visitar. Antes de que ciertos descerebrados se carguen los cuadros protestando de la forma más necia y estúpida que cabe hacerlo. Al respecto siempre recuerdo la historia de una señora mayor. Viuda y con los hijos casados y lejos de ella, le dio por estudiar latín. Un día fue al ambulatorio a pasar la visita de rigor. La enfermera le hizo varias preguntas. La anciana entendió que la enfermera se estaba asegurando de que no padecía alzhéimer. Le aconsejó tener actividad mental, aunque no detectó nada problemático. Vale más prevenir que curar. Y dicho y hecho: se puso a estudiar de nuevo historia del arte y astronomía. Dicha ciencia la llevó directamente a las matemáticas y a los griegos. Y quiso conocer su lengua. Pasar de ésta al latín lo tenía cantado. Y del arte griego y romano a todo tipo de arte. A la mujer le faltaban días y noches para estudiar todo cuando se había propuesto y visitar todos los museos del mundo. ¿Se aburrió alguna vez en su vida? Creo que no: estaba provista de una ardiente imaginación y de unos enormes deseos de aprender, de saber. A su lado, cierto es, languidecían vecinos y conocidos jugando al dominó o a la brisca en la asociación de vecinos, o viendo la televisión, hicieran lo que hiciesen. Y sin descanso. Se morían de aburrimiento, desde luego. Tal vez por falta de imaginación y ganas de trabajar un poco. Los dioses no regalan nada.

Vicente Adelantado Soriano
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Notas

  1. Josefa Ros Velasco, La enfermedad del aburrimiento. Madrid, Alianza Editorial, 2022.