
Dice Heráclito en alguna parte que todas las cosas corren y nada permanece (…), de modo que no entras dos veces en el mismo río.
Heráclito
—Evidentemente —le dije— todo fluye, como dice Heráclito, y nada permanece. No tienes más que mirarte en el espejo todos los días. Hoy llevas barba, mañana te afeitas, la barba vuelve a crecer…
—Y ayer teníamos una cabellera que era la envidia de los apaches, y hoy no tenemos ni un pelo de tontos. Ni de listos tampoco.
—Lo que sucede —añadí aprovechando que el viento había dejado de soplar— es que hay cambios que no nos afectan, o que tienen poca importancia para nosotros; otros, por el contrario, nos dejan hundidos en la miseria.
—O nos elevan al séptimo cielo. Por poner un número…
—Sí, tienes razón. Pero no sé por qué siempre se tiende más a recordar lo malo que lo bueno. Quizás porque unas cosas las vemos venir, y otras no queremos ni pensar en ellas.
—No obstante —me respondió subiéndose de nuevo la cremallera de su anorak—, todo cuanto sucede es normal. No estamos inmersos en un cataclismo o en una maldita guerra. La vida fluye con calma y con tranquilidad. Pero fluye.
Todos sabemos, desde luego, que tenemos que morir. Pero eso no implica que no suframos, y mucho, con la muerte de algunas personas.
—Es innegable, desde luego. Ahora bien, una cosa es el conocimiento teórico y otra muy distinta, la experiencia. Todos sabemos, desde luego, que tenemos que morir. Pero eso no implica que no suframos, y mucho, con la muerte de algunas personas.
—Quizás el hombre no ha evolucionado tanto como esperaba. Hay cosas que le cuesta aceptarlas. La muerte es una de ellas. Y antes, tal vez, la religión fuera un consuelo ante una desaparición imprevista o anunciada, y no por ello menos dolorosa. Pero actualmente la religión juega un mínimo papel, suponiendo que juegue alguno en estas situaciones. Ignoro, no obstante, si el hombre actual está más desesperado que el medieval, por poner un ejemplo. O más resignado.
—No lo sé. No te sé decir nada al respecto. Pero, con religión o sin ella, al hombre no le queda sino la resignación. No hay otra. Agachar la cabeza y seguir viviendo. Rezar a algún dios tal vez sea el intento de huir de la soledad y la desesperación… Hay ciertas cosas de las que no apetece hablar con un humano. Se comentan, por el contrario, con un pretendido dios. O con una nube o un árbol. Tal vez sea una forma de desahogarse, de dar rienda suelta a la tristeza. A la angustia.
—¿Y qué hacen las personas que no tienen fe en ningún dios?
—Imagino que cada uno se consuela como puede. A veces, soltando frases. La que dijo aquel cuando la anunciaron la muerte de sus hijos: “Los engendré mortales”. La procesión le iría por dentro.
—Tenía que haber alguna ley que prohibiera que los hijos murieran antes que los padres. No la hay, por desgracia.
—No. No la hay. Estamos en manos del azar. Cierto es que, a lo largo de la historia, el hombre no ha hecho más que tratar de dominarlo… No sé, tal vez la historia de la medicina se puede ver desde este punto de vista.
—Sí, pero la naturaleza sigue su camino… Recuerdo que una vez, en clase, se me desmayó una alumna. Era una chica muy desarrollada y muy atractiva. Me asusté, la verdad. A los dos días, cuando le dieron el alta, me confesó llorando, en un aparte, que estaba harta, cansada: desde que era una niña se estaba pinchando. Es diabética. Y me preguntaba, una y otra vez, que por qué le había pasado eso a ella.
—¿Y qué le dijiste?
—Nada. ¿Qué le iba a decir? Puse cara de circunstancias, y dejé que desahogara. No pude o no supe nacer nada más.
—Quizás en otra época hubiera fallecido de niña… Vete a saber.
—Sí. Es lo que te decía: vamos evolucionando, cada vez vivimos más…
—¿Pero vivimos mejor?
Por desgracia, los problemas del hombre, en el fondo, siempre son los mismos: soledad, miedo a la enfermedad. Y tal vez a la muerte.
—Por supuesto que sí. Mi padre, como el tuyo, no tuvo vacaciones. Se murió antes de tener un poco de tiempo libre. Nosotros disfrutamos de él, y sin agobios económicos.
—No todos lo pueden decir.
—Por desgracia. Y por desgracia, los problemas del hombre, en el fondo, siempre son los mismos: soledad, miedo a la enfermedad. Y tal vez a la muerte.
—Pues más nos vale irnos preparando. A nuestra edad…
—Ojalá las cosas fueran tan sencillas. Ojalá se solucionaran con una terapia o varias sesiones en manos de algún psiquiatra.
—¿No crees en eso?
—No. En absoluto. Para mí es más beneficioso una conversación con un amigo. Aunque temo cansaros. Me reprimo.
—No lo hagas conmigo.
—Rara vez lo he hecho. Me he alegrado como nunca de que me hayas llamado para salir a caminar… Llevo una semana nefasta. O mejor dicho, unos meses… El tiempo no cura nada. Es falso. Amontona desgracia sobre desgracia, y uno o se resigna o se hunde.
—Pues resígnate.
—No me queda otra. Todo comenzó con una pequeña tontería: la dependienta de una librería, con la que me llevaba muy bien, se fue. Una necedad, si quieres, pero la echo de menos. Me he hecho mayor y muy sentimental. Luego se fue la chica que me atendía en el banco donde tengo mis ahorros. Se terminó ir allí y sentir que eres una persona. Y hablar con una persona.
—No me hables. Últimamente el banco parece que ha sido inventado para obligarnos a hacer cola. Como si no tuviéramos más misión en esta vida que estar allí esperando y esperando a que ellos tengan a bien atendernos.
—Y luego ha llegado el golpe final: mi hijo se va a vivir con su novia a Francia… Llevo toda la semana recordándolo: la cantidad de veces que hemos ido al cine, al teatro, a exposiciones. Las veces que me ha acompañado al médico… Allá donde voy no hago sino acordarme de él, de los momentos felices, cuando era un niño… Ahora se va. Me quedo solo. Ya no habrá nadie en casa cuando llegue. Se terminó aquello de ¡A cenar!, ¡A comer! Me quedo solo.
Se me pasará la angustia que estoy sintiendo ahora. Pero no lo puedo remediar.
—Es ley de vida. Yo llevo diez años viviendo solo.
—Sí. Ya lo sé. Es ley de vida. Y se me pasará la angustia que estoy sintiendo ahora. Pero no lo puedo remediar. La tristeza y la melancolía no me dan ni un momento de respiro. Estoy fatal.
—Pasará. No hay nada eterno. Paciencia.
—La vida es un momento feliz, y diez mil llenos de tristeza y angustia. Y sin embargo, deseo que sea muy feliz, que le vaya bien… Yo también me fui de casa… Como tú.
—Como todos. Siempre nos quedará salir los sábados a caminar. Y algún fin de semana nos iremos a Francia a verlo…
—Eso estaría muy bien.
—Mientras podamos salir, saldremos. Luego nos quedarán los recuerdos. Y recuerda: hemos viajado mucho y lo hemos pasado muy bien.
—Lo recordaré. No puedo hacer otra cosa. El río, quiera o no, sigue fluyendo. Sin cesar.
—Así es. Pero a veces es agradable ver pasar el agua.
—A veces. Sí.
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