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Pesadumbre
Podredumbre

jueves 27 de abril de 2023
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Pesadumbre/Podredumbre, por Vicente Adelantado Soriano
Entre patatas, morcillas, chuletas, longanizas, vino tinto y de varios colores, ajoaceite, aceitunas y alcachofas, hemos tenido una charla muy interesante.
¿Es posible que sin luchas y sin gritos agudos lleguemos a dialogar unos con otros y a hacer la paz?1
Aristófanes, Las avispas.

Me llamó cuando estaba sentado en la butaca. Acababa de comer. Necesitaba descansar los ojos tras toda una mañana de trabajo. La butaca está encarada hacia la calle. Si levanto la persiana del comedor puedo ver un buen trozo del cielo. Y a algunas vecinas cuando salen a sus galerías a tender la ropa. A menudo me duermo contemplando ambas cosas. Estaba ya dando las primeras cabezadas cuando sonó el móvil. A aquellas horas no podía llamarme nadie sino él, mi vecino. No me equivoqué. Me proponía ir a tomar un café a la otra punta de la ciudad. Medio dormido, y sin ganas de hacer nada, acepté la invitación.

—He tenido una comida con varios amigos. Tan calvos como yo —me explicó— y, como siempre, nos hemos propasado. Necesito deshacerme de los excesos caminando o moviéndome.

—A mí me vendrá bien salir para despejarme —le contesté.

—Ha estado usted trabajando toda la mañana, ¿no?

—Desde las cinco de la madrugada, más o menos. Se me caen los ojos.

—Es usted —dijo con una amplia sonrisa— la negación de las palabras divinas.

El de hoy no es mi verdadero trabajo, como usted sabe. El verdadero me hace sudar de lo lindo. Aunque no tanto como si estuviera cargando y descargando mercancías.

—¡Vaya! —exclamé—, en esta vida me han dicho muchas cosas y definido de muchas maneras. Pero nunca nadie me ha calificado de negación divina.

—Usted hace esos trabajos por afición, ¿no? Pone en evidencia aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

—No es que sude mucho. Pero el de hoy no es mi verdadero trabajo, como usted sabe. El verdadero me hace sudar de lo lindo. Aunque no tanto como si estuviera cargando y descargando mercancías. O labrando la tierra.

—Siempre hay cosas peores si se mira atrás.

—Es posible. Dice el refrán que toda comparación es odiosa. Pero si no comparamos las cosas, no sabremos a qué carta quedarnos, ¿no le parece?

—Desde luego.

—Le hablo de memoria. Hace tiempo que lo leí. Pero hay un diálogo de Platón, lo he traducido, el cual siempre me ha hecho mucha gracia: se trata de dilucidar a quién se prefiere, a Odiseo o a Aquiles. La astucia o el mentir sin quererlo. O algo así, ya no lo recuerdo muy bien.

—¿Y usted qué prefiere?

—A mí Aquiles siempre me ha resultado un tanto odioso. No soporto ni la desmesura ni la cerrazón mental ni la violencia. No conducen a nada.

—Algo así he vivido hoy durante la comida con mis amigos. Afortunadamente ya se ha terminado el mundial de fútbol, y se ha podido hablar de otras cosas. Importantes también para el mundo.

—No sabía que tuviera amigos aficionados al fútbol.

—No. A ellos no les interesa mucho. Han hablado de la corrupción, de los sobornos, de los muertos haciendo los estadios en Qatar por las pésimas condiciones laborales. Sin olvidar el lavado de cara de un régimen despótico efectuado por ese puñetero deporte de masas.

—Permítame citarle a la Biblia, ya que me ha acusado de ser la negación de las palabras divinas: Nihil est nouum sub sole. No precisa traducción. Imagino.

—Imagina bien. Panem… mire, yo no sé latín. Pan y circo. Aunque el circo permanente puede llegar a cansar y a aburrir.

—En cualquier arte o materia es muy difícil mantenerse en la cumbre. Se puede llegar a ella. Pero no es un lugar muy adecuado para permanecer allí. Al menos no por mucho tiempo.

—A veces la condición humana, como la historia, es parecida a los dientes de una sierra: arriba y abajo, arriba y abajo. Y ahí reside su utilidad, la de la sierra. Bueno, a veces no: siempre se parece a una sierra, o a un bucle… Por lo tanto deberíamos aprender a tener paciencia: ni siempre estaremos en la cresta de la ola, ni hundidos en lo más profundo del valle.

—Ha venido usted —le dije sonriendo ampliamente— de un poeta subido.

—Entre patatas, morcillas, chuletas, longanizas, vino tinto y de varios colores, ajoaceite, aceitunas y alcachofas, hemos tenido una charla muy interesante. Y muy limpia.

—La buena mesa siempre hace hablar a la gente.

Tanto orgullo y tanta tontería para terminar como terminamos.

—Un amigo, recordando la vejez de su madre, nos ha contado, brevemente, sus miedos: caer en el bucle en el que cayó aquélla. Preguntar siempre lo mismo, una y otra vez; no retener las acciones o las palabras inmediatas, y conservar intacto el recuerdo del ayer, de la adolescencia y de la juventud. La pobre mujer vivía en una guerra civil permanente. En la nuestra. Era un tormento.

—Sí. Eso debe de ser terrible. Yo también he conocido algún caso similar. El de un viejo profesor al que fui a visitar. Parece mentira la poca cosa que llega a ser el hombre. Tanto orgullo y tanta tontería para terminar como terminamos.

—Quizás una cosa sea consecuencia de la otra. El miedo nos lleva a cometer verdaderas estupideces. O el desconocimiento. Para el caso es lo mismo.

—Esa es precisamente —para que no me haga tan alejado de los dioses— la parte que más me gusta de la Iglesia. Y más si se pronuncia como debe hacerse: voz solemne y profunda: memento homine quia puluis eris et in puluis reuerteris.

—Sí, pero mientras estamos aquí, cualquier tontería nos sirve para enzarzarnos en riñas, peleas y guerras. Tal vez sea la forma más estúpida de sentirse vivos. Al menos la de algunos zoquetes.

—Ahora lo ha dicho usted. Yo me siento muy vivo haciendo traducciones, leyendo y dando clases. Incluso adormeciéndome en mi querido butacón. No necesito matar a nadie. Es una estupidez.

—Ya, pero, y ya que estamos tan bíblicos, sabe que de todo hay en la viña del Señor… Este amigo, durante la comida, nos contaba que su madre, la que vivía en el bucle, y sus hermanos, dejaron de hablarse por cuestiones de herencia, por cuatro bancales de mala muerte y un par de fotografías.

—Típico del Mediterráneo.

—Mi amigo echaba de menos a sus primos. No tiene hermanos. Y las pocas semanas pasadas con sus primos los recuerda con verdadero cariño… Los padres alejaron a los hijos los unos de los otros. Y no tenían ningún derecho a hacerlo.

—La familia.

—Dice mi amigo que le resulta imposible, cuando piensa en su familia, y en otras instancias, no recordar otra imagen de su infancia. Se le ha quedado grabada en la mente a fuego y sangre: aquellos viejos retretes de algunos bares. Un cuartucho feo y alto, sin ventilación. El retrete propiamente dicho era una blanca placa de cerámica, con la forma de dos pies elevados sobre la placa, y con un agujero en el centro. Siempre estaba lleno de hojas de periódicos, de mierda y embozado. Era asqueroso. Las paredes estaban adornadas con huellas de dedos nada limpios. De un gancho de alambre colgaban trozos de periódicos para limpiarse… Era una cosa totalmente inmunda. Olía que apestaba… Otro amigo ha aprovechado la descripción de tan asqueroso lugar para hablar de otras instancias similares… No, no voy a decir nada: sé cuánto le molesta hablar de política.

—Ya lo ha hecho, ¿no? Es usted muy astuto —le dije sonriendo.

Y pensar que el retrete era, antiguamente, un lugar alejado, solitario y con frutas en su centro: melocotones, ciruelas… Olía muy bien.

—Bueno —respondió sonriendo él a su vez—, todo esto no nos ha impedido disfrutar de la comida y de la bebida. A algún amigo, muy fino él, le han dado arcadas con eso del retrete, pero como el resto estamos instalados en él permanentemente… Aunque no es bueno quedarse a vivir ahí.

—¿No estará usted predicando la revolución?

—Hombre, tanto como eso, no. Pero algo de policía y aseo, sí.

—Muchas personas son como las moscas. O como los escarabajos peloteros. Viven de excrementos y en los excrementos: es su medio natural.

—Vaya día que llevo. Y pensar que el retrete era, antiguamente, un lugar alejado, solitario y con frutas en su centro: melocotones, ciruelas… Olía muy bien. Allí se retiraba el señor a meditar.

—Y a pesar de la descripción de tan bellos parajes, ¿usted y sus amigos han podido comer sin problemas?

—Hemos comido y bebido sin problemas. Y, además, en demasía. ¿Qué le parece?

—Que el tema se lo merecía. Además, ya lo decían los romanos: Felices hispani, quibus vivere es bibere.2

—Un consuelo de idiotas, como el fútbol.

—Pida un café bien cargado y vámonos para casa.

—Sí. Es lo mejor. Otro día hablaremos de política.

—Vale. Otro día.

Vicente Adelantado Soriano
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Notas

  1. Aristófanes, Las avispas. Cátedra Letras Universales, Madrid, 1987. Traducción de Francisco Rodríguez Adrados.
  2. Felices hispanos para quienes vivir es beber.
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