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Kusadasi, el emporio turístico del Egeo

viernes 26 de mayo de 2023
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Kusadasi, el emporio turístico del Egeo, por Juan Franco Crespo
El autor de esta crónica en la moderna terminal marítima de cruceros de Kusadasi.

Y de nuevo en territorio turco. La realidad es como un imán: a medida que te adentras, más te atrapa, y este año nos sacamos la espina con un tiempo de estancia más sosegado, pero no por ello exento de encanto: escogimos un lugar no muy conocido para nosotros, pero de gran interés en el circuito turístico playero de la cada vez más competitiva industria turística turca.

La ciudad ronda casi los cien mil habitantes y es la puerta de entrada para acceder a la mítica y milenaria Éfeso. Goza de fama en la región por sus playas y un malecón o paseo marítimo de gran belleza por el que resulta sumamente agradable pasear o tomarlo como punto de partida para poder visitar numerosos yacimientos arqueológicos relativamente cercanos.

Al margen de Éfeso, que es el más popular, tenemos los de Priene, Mileto, Dídima o Pumakkale, la más cara de las escapadas. Otra opción que merece la pena es la isla de Samos (Grecia), a la que históricamente estaba unida Kusadasi porque los de Éfeso se la cambiaron por la antiquísima Maratesio. El nombre actual se le dio a principios del siglo XX; muchos popularmente le dan el nombre de Ada y nada tiene que ver con la alcaldesa de Barcelona.

Los historiadores te explican sus orígenes como la ciudad de Neápolis (una península algo más al sur del emplazamiento actual) que, en tiempos bizantinos, sería Anea. Para los comerciantes o aventureros genoveses y venecianos el nombre acuñado fue Scala Nuova en el momento que se alzaron con los privilegios comerciales durante su expansión mediterránea en el siglo XV, influencia que llegaría hasta la lejana corte del Kublai Kan en Pekín con Marco Polo, el gran viajero que naciera en la isla de Kórcula (actualmente Croacia). En el XVII fue de vital importancia comercialmente hablando y de ahí su impresionante caravasar levantado por Öküz Mehmet Pasha, que fuera levantado por el Gran Visir en 1618. Se encuentra a pie de muelle y actualmente alberga un centro de estudios, la planta superior vedada al visitante o curioso en los momentos de nuestra estancia; situado en pleno casco histórico, da acceso a la denominada ciudad vieja, ideal para los amantes de la vida nocturna y la gastronomía.

 

A la Isla de las Palomas le añadieron una pequeña extensión de tierra que hace de camino y sirve de dique o dársena de anclaje para barcos de pequeño calado. Fue una base naval que, desde la distancia, queda muy bien camuflada y fácil de defender; es relativamente fácil de recorrer a pesar de tener todo el perímetro amurallado, sólo necesitamos un par de horas para disfrutar de este histórico enclave y poner imaginación para trasladarnos a aquellos viejos tiempos cuando era atacada por los piratas con no muy buenas intenciones.

Al sur nos encontramos una institución museística dedicada al mundo del aceite: nada menos que casi tres milenios condensados en la historia de la extracción del denominado oro líquido.

En sus cercanías podemos encontrar ejemplos pétreos de todos los pueblos que pasaron por aquí, de ahí que los yacimientos arqueológicos sean una constante en estas tierras que pasan por ser la cuna de la civilización occidental y un cruce de caminos hacia oriente. Como curiosidad, al sur nos encontramos una institución museística dedicada al mundo del aceite: nada menos que casi tres milenios condensados en la historia de la extracción del denominado oro líquido. Sólo tendremos que desplazarnos a Davuhar, pero podemos recordar Hierápolis, donde encontramos la prensa de Domiciano al aire libre, que tenía la función de constreñir la oliva una vez pasada por las piedras trituradoras, aunque aquella modesta prensa no llegaba a profundizar tanto en esta industria como el Museo del Aceite al que hemos aludido.

Personalmente me devolvían a dos molinos que eran como mi segunda casa en mi infancia feliz. El que había frente al cortijo de mi abuelo materno (molino de Santa Ana) y el de Federico o de La Parra, que era una prolongación de mi patio de juegos y al que llegaban las reatas de mulas con sus clásicos tres sacos, y cuya temporada de molienda se iniciaba en noviembre y en marzo aún estaban triturando la cosecha que pacientemente había sido recogida por centenares de manos que, en muchos casos, pasaban un frío tremendo en aquellos rigurosos inviernos de antaño por mi Macondo natal, o sea: Alhama de Granada, la del célebre romance “¡Ay de mi Alhama!”, y que fue el omega del reinado nazarí.

Allí sí que uno podía ver cómo “la pasaban por la piedra” y, evidentemente, viendo lo que dura la temporada actual y los pocos recogedores que uno encuentra mientras pasea por los territorios jameños, el precioso y milenario producto, el fruto del olivo, con centenares de hectáreas nuevas deberían dar trabajo muchos meses más, pero la realidad es bien diferente con lo que, sin quererlo, uno exclama: ¡Cómo cambian los tiempos!, sin que por ello nos tengamos que poner a oír la melodía del cubano Eliades Ochoa.

Digamos que Kusadasi, bien comunicada por carretera y tren, está en una zona de privilegio del antiguo Helesponto y las aguas del Egeo han creado playas que, si no fuera por la vegetación mediterránea, uno podría confundir con otras cristalinas y turquesas de los trópicos. Pero si el turismo de playa no es el que le atrae, no se preocupe: la zona, con más de cinco mil años de historia habitada, tiene vestigios de los numerosos pueblos que deambularon por estos andurriales y que han dejado sus huellas.

Basta pensar en personajes míticos o de la literatura clásica helénica, vaya que la histórica Asia Menor no deja a nadie indiferente y, si le gusta curiosear, en los libros de la región tendrá horas y horas de asueto, por no decir infinidad de vivencias gracias al prodigioso viaje de la mente.

En esos trescientos kilómetros de litoral tenemos infinidad de recursos y yacimientos arqueológicos.

Para completar el periplo bastará con ampliar el campo de acción del visitante; con una semana uno puede recorrer tranquilamente la región que abarca desde Canakkale (al norte, para visitar la mítica Troya que incluiría el monumental caballo) hasta la vecina Marmaris (en el sur). En esos trescientos kilómetros de litoral tenemos infinidad de recursos y yacimientos arqueológicos. Si uno quiere tranquilidad, toca dejarse llevar, entonces vayan a los tour operadores locales que suelen realizar excursiones a precios más que competitivos; la más lejana que encontré fue la imperdible Pumakkale, que salía por 45 euros, transporte, comida, entradas y guías. También tiene opciones para ir de submarinismo, pasear en barca o a caballo, deleitarse en Adaland, etc.

Mente abierta y buen aparato locomotor harán el resto y, si le sobró tiempo, en la zona hay posibilidades para invertirlo; por ejemplo, las cercanas islas griegas; hay conexiones diarias aunque también, es necesario advertirlo, no siempre la situación es agradable para el viajero, sobre todo teniendo en cuenta los vaivenes que los conflictos armados están provocando en esa parte del orbe. ¿Son fáciles las relaciones entre vecinos?

Sólo faltaba levantar el embargo de armas al Chipre griego para comenzar a remover los huevos de la serpiente, pero esa es otra historia. Recuerden que sólo Bodrum y Estambul compiten con Kusadasi; según los guías, el mundo de la noche sigue siendo de esta bella ciudad costera.

Juan Franco Crespo
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