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Las pirámides y la Esfinge

martes 5 de septiembre de 2023
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Arquitectónicamente: impresionantes y majestuosas. Teóricamente teníamos un hotel asignado desde el que se podían contemplar, disfrutarlas, extasiarse ante el espectáculo, pero ya sabemos que hay “duendes” y en la letra pequeña va el gazapo (¿o ya está todo atado?), donde la organización se reserva el derecho de trasladarte a otro establecimiento por causas de fuerza mayor, así que además del crucero, también nos birlaron los hoteles previstos; en El Cairo fuimos alojados en Heliópolis, una zona moderna y en constante expansión, cerca del aeropuerto, pero justo en la parte contraria a las pirámides de Guiza, con lo que la información de la agencia de viajes, antes de partir, sobre lo bien situado que estaba el hotel que nos habían seleccionado, se esfumó.

El restaurante fue otra de las constantes en el tiempo cairota, siempre a una hora larga del hotel con el autobús; caminando sería algo así como la distancia de Alhama a Moraleda. Así que era toda una odisea llegar a él y, casi siempre, más tiempo de vehículo que de visita en algunas instalaciones de esa populosa urbe de la que ya escribimos, en alguna de nuestras entregas, que sobrepasa, ella solita, más de la mitad de la población de España.

Tocaba aceptar la cruda realidad del papel mojado y la nula correspondencia entre la documentación que te entregan antes de partir y la realidad a la que te enfrentas; salvo el extraordinario legado de monumentos, todo lo demás fue un fiasco tras otro. La reclamación siguió su curso, ya la dimos por finalizada y es extraordinariamente sorprendente lo poco que valoran las incomodidades provocadas al viajero, aunque tenemos que colegir que ellos manejan extraordinariamente los tiempos ya que, de los treinta del grupo, cuando esto escribo, apenas reclamamos tres. O sea, nos rebelamos sobre la marcha, pero luego no exigimos nuestros derechos y así nos va, aunque claro está que, al final, acabas desistiendo porque en las denominadas instituciones u organismos que Bruselas nos ha ido imponiendo son todavía más desangeladas las respuestas. O sea que debemos colegir aquello de “Virgencica, que me quede como estoy”, o el clásico de nuestros patios de escuela “que no te pase ná”.

Hay que ganarse la vida y muchos lo logran colocando sus más variadas ofertas de abalorios.

Normalmente, a las nueve de la mañana el autobús se ponía en marcha y sobre las diez ya estábamos haciendo la serpiente de acceso a las monumentales y majestuosas pirámides: chamarileros, camelleros y vividores por doquier. Hay que ganarse la vida y muchos lo logran colocando sus más variadas ofertas de abalorios: imanes, pañuelos, papiros, figuras de todo tipo relacionadas con el lugar y precios de risa. Por ejemplo, veinticuatro imanes, que al comienzo los ofrecen por apenas diez euros, acaban costando cinco.

Pero vayamos a las pirámides, que es a lo que hemos venido. Las presentaciones, el tiempo de asueto, las fotos y, de nuevo, la serpiente para acceder a su interior —alguna vetada a las masas y con pago extra—, que es realmente claustrofóbico y agotador, ¿cómo lo soportaban quienes las construyeron?

Deambulas más por la desértica zona que el tiempo real dentro de aquellas gigantescas moles de piedra. Las dos horas pasan volando y nos reencontraremos para dar satisfacción a los que quieren darse el paseo en camello; el resto será tiempo libre para buscar las mejores fotos o las mejores sombras ante el terrible y abrasador astro rey o Ra, el dios egipcio que se nos adelantaba a lo que nos llegaría a España en el verano de 2023.

Las pirámides de Guiza impactan en el árido territorio en que se localizan. En su origen simbolizaban el poder (divino) de los faraones. Fueron numerosos los que se dedicaron a crear estos gigantescos monumentos en tan peculiar formato y con el objetivo final de contentar a los dioses-reyes de cada momento. De paso la arquitectura, el arte y la técnica dieron un gran salto cualitativo hace cinco milenios y aún hay unas variopintas hipótesis de cómo y cuándo se gestaron. El mayor constructor, dicen, fue Esnofru, pero estas que nosotros contemplamos corresponden a su hijo Keops, que las levantó en la zona de Guiza en el lejano 2589 a. C. a unos quince kilómetros del suroeste del Cairo y en el comienzo del desierto.

Son las únicas de las siete maravillas del mundo antiguo que han llegado hasta nosotros.

Son las únicas de las siete maravillas del mundo antiguo que han llegado hasta nosotros; esas mastodónticas moles fueron levantadas durante varias generaciones de la dinastía IV del Imperio Antiguo (2686-2181 a. C.), y su función: ser necrópolis real de la antigua capital de Egipto, Menfis (aunque el topónimo es más famoso porque fue la cuna del inolvidable Elvis Presley en Estados Unidos). En menos de un siglo o tres generaciones, hicieron posibles esos túmulos mortuorios, que son una verdadera mina para el país en los tiempos actuales. No hay humano que llegue a la populosa capital y no haga las consabidas visitas tras pasar, evidentemente, por caja.

La Gran Pirámide impone —requiere reserva previa, pago adicional y cupo diario limitado—, es la primera que te encuentras tras pasar el torniquete de control; explicaciones, mastabas —tumbas—, calzadas, miles de personas, tiempo para las fotos y punto de encuentro para desplazarnos en grupo hasta la de Kefrén, que es la que se visita de forma habitual por la mayoría de los que llegan hasta ellas… Después quedará tiempo añadido para la de Micerinos, la más pequeña, pero tras las contorsiones y las rampas o pasarelas por aquellos estrechos pasadizos ya no quedaba tiempo para querer repetir la experiencia, la edad no perdona.

El paisaje es realmente espectacular y las explicaciones sumamente entretenidas y, a veces, hasta fantásticas. Tras las pirámides, de nuevo en marcha, ahora hacia la Esfinge a la que los lugareños llaman Abu al Hol (el padre del terror, que vendría a ser nuestro jameño hombre del saco), que pasa por ser la primera y colosal estatua del Antiguo Egipto, el bullicio es enorme y eso que fuimos madrugadores. Allí, ante la imponente mole que representa a Kefrén, eres realmente pequeño; suerte que el clima seco de finales de octubre permitía un paseo —controlando el tiempo para regresar al punto de encuentro y siempre midiendo la distancia para no tener que hacer esperar al resto y, debo confesar que el grupo, en este viaje, fue realmente germánico en el horario— relativamente relajado y en el que sólo tenías que ir provisto de agua para no deshidratarte aunque, eso sí, el líquido elemento tendrás que dosificarlo para que las evacuaciones, al caminar más, no sean tan frecuentes.

Simplemente uno acaba exclamando “¡qué poco hemos avanzado!” cuando está ante estas gigantescas e inverosímiles construcciones.

¡Menudos arquitectos estaban hechos!

Juan Franco Crespo
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