Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
II

Un aderezo de espumas. Se oyen las máquinas del sueño sonar; se las escucha entre el estrépito de extrañas convulsiones. Iba una muerte desgañitándose de balas y cicatrices. El adarce saliendo de la pared donde los bichos colonizan los resquicios y más tarde descalabran los flagelos que conllevan fuerzas. Las palomas bravías lanzadas contra los espantajos en las rías tenidas por espaldas de la aurora.

Muy sensible a la fulguración, la greda avanzaba ocultándose bajo los pliegues de la imposta. Se inclinaba el astrolabio hacia lo inconmensurable o hacia el ladrillar que reunía calma, sencillez y pacto. La tercera brida cruzó su borde y las investiduras de los animales anularon el primer cuadrante de la rosa de los vientos. Porque aún no existían las chirimoyas las plazas se veían desnudas, sin ensambles ni guarniciones.

Los llantos, flor y fruto de los músculos, se desdoblaban en páginas paganas, con la perrería atosigando la providencia y la reciedumbre de la soflama haciendo añicos el espejo de las tunas. (La macaón abrigaba los azules con un jadeo de motivada distancia, como en los cuentos de las flotillas). No obstante, durante los eclipses, los ecos rebotaban contra las vocales de los murciélagos y los paralizaban en reciprocidad.

Represado en un vitral dormía el duque torpe. Su lavamanos se notaba malquistado y la alegoría respectiva permutaba sus elementos y los convertía en vehículos de la iniquidad. De rotación en rotación, las pupilas del noble jalonaban una lección y visualizaban unos maitines en las reverberaciones del badajo. A partir de allí, quejidos.

En la leche, un lechuzo se alimenta de un queso que mana excrecencias. Las manifestaciones de la agonía se suavizan al ser englobadas por el fuego de alguna guitarra. La espalda socorre a su mariposa mientras los narcisos flotan sobre su onanismo. ¿Quién osa oponerse al hilo en el tiempo del extravío en la espesura? Los insensatos abren sus paréntesis siempre y cuando el desamparo no los convierta en historia para el menudeo. El rumor del mundo rebota encima de las cabezas de los que perseveran en las lecturas.

Se sentaron en el poyo de la ventana, llanos, solteros. Un silabeo dividía las fingidas escaramuzas. Anejo a la oquedad un barro se alzaba tras el azimut. Quedaron exceptuados de contemplar el milagro los longevos, las comedoras de hiedra y algunos que andaban descalzos por indeferencia. Hubo vibraciones que resolvieron múltiples avatares. De pajas, se atiborraron los hiatos en el infinito. Un facsímil indagó en la celada. La honra arrastró sus ramos y sus alrededores y, propiamente dicho, tartajeó.

Las esquirlas esquivaron los apóstrofes del clima y se recluyeron, a posteriori, en el gálibo, promotor de la cólera y demás ítems. Doquiera se daban manzanas nacían enigmas y las culpas se repartían entre los ausentes o los lenguados. Los trabajos se tornaron más aguerridos, más explícitos, con graves consecuencias para la cacofonía. Por boquetes escapaban los hijuelos y retazos de liturgia de lo doméstico. Espurios, los huesos de los huertos se desecaron dando origen a crepúsculos que no divertían.

Los siglos se aglomeraron en un frenesí de humo y diarreas de niño. Lo que antes se igualaba se trastocó. Lo idóneo fue desechado. Solo los fonemas de alusión no fueron sometidos a edictos. Dentro de las rutinas persistían las imágenes y los códices adquirieron visos de realidad. Se fecundaron los tejidos para pacificar a los faros y al punto más elevado del oleaje. Con jabón y costal se pulió la efigie de julio y de seguidas los helechos florecieron por vez primera. Surgieron bailarines en medio de luces, imitaciones de luciérnagas para las deudas del noviciado. Las montañas se extinguieron junto con sus nieves de anonimia. Cantando bajo la lluvia de meteoros se erigieron estelas.

 
 

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