Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXIX

Simultaneidad de los hongos con el dolor de las miasmas. Fuente de anzuelos en las islas más mencionadas en los cuentos. De color de lince los yacimientos segregan perfiles de plomo y venas rústicas. Uno se encumbra en su torrecilla y atisba un liquen trepando a través del arco iris. ¿Hará falta un placebo para el ramal de una cuerda?

Los sucesores del faro se infiltran en las aguas de la anoxia. Desde los pretiles se generan indigestiones previsibles. Las influencias de la hética se incrustan bajo el embrollo de los ganglios. Con flores de sal y rizomas se asimilan los instrumentos del viento. Un entusiasmo se impone y sincroniza sus instantes de certidumbre.

A merced de los títulos, los trashumantes van encima de las bonanzas. Aunque las tierras tengan vapores o causas tendidas, prosiguen su envaramiento hasta el borde de las mesetas.

Se arrojan los contrarios sus aleaciones a los rostros. Discuten sin cabos. Enarbolan metástasis como monedas de asomo. Penden las magias y saltan los lingotes de los sistemas. La clemencia fue execrada, expulsada de la utopía. Aguantamos con las tuberosas en los triclinios del olvido momentáneo.

Ofrecen los estudiantes músicas para todos los otoños, exotismos en los retretes y palmas para evitar los latidos. Categorías y azotes más adelante. Arriamientos de banderas a medianoche y extensos lances del llantén. ¿Impedimentos? Ninguno.

Mitologías de la modernidad en las arquitecturas de los cuadrantes. Las sombras se van depreciando hasta hacer enloquecer a quienes se esconden bajo los tinglados. Columnas para entronizar mentiras y jaquecas. Lanzamientos que no bastan, mocedades sin requiebros, delaciones y agitaciones. Ubres que se llevan los resaltos de las inquinas.

Sobran los remos de las campanas injertos en los días ajenos. Con cartones se majan las guitarras del aspaviento. Vuelan tapices con la decadencia de las mortajas. Una colección de perfumes matiza el desgaste de los laureles. Del cénit al nadir sobresalen las braguetas de los forzados por el verde de los atajos.

Al final de la escapada los reos se ríen y los montes se sumergen en la irrisión. Del mismo cognomento se estimula el orden de los bolsillos. Vivir con las pajas sobre los hombros y mantenerse en estricta neutralidad. Por ahí se consideran las fábulas de las resinas que tienden a caducar. Trueques de infusiones antes de que amartele el olvido.

El cogote, el capirote y la comparsa. Trinidad que bermejea. La eternidad se trasvasa al cauce de lo no acontecido. Por eso se secan las matrices o se hace acopio innecesario de virutas y lombrices. De inmediato tienta la acción del hincamiento.

Además hay que contar con un espejo traverso que reniegue de las olas y de su espuma perciforme. ¡Sufriera la canícula con el pollo en tercera! Nos bifurcamos en la inmediatez de las telarañas y aceleramos el espanto para los lustros adosados a centurias.

La mujer bigotuda limitó su libertad a los linderos de la plaza. De madrugada trinaba su canario y ella arropaba a su breve compás.

Planchita y palo de boj para llegar a conocer la evolución de los divorcios. El gran serafín se asoma por encima de su plan de evasión. Chiquita y muy blanca deviene la materia de la consagración. Los bizcochos se amargan y en los emplastos sucumben, tempranito, los orzuelos de la altivez. ¿Morir de lunares claveteados? De uñas.

 
 

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