Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXVII

Ribereños con la música de los bosques y encajados en las lecciones de la mosca en su cambio. La materia da vueltas y revueltas. Un testamento se columpia imitando a una puerta que contiende. Algún encono de mercurio se derrama por la región de los retoños. Cualquier escrito gana en soledad lo que pierde en empellones.

Con el cansancio se rompen los palos y remuga una bestia atrapada entre torbellinos. Fuera del plano de los gravámenes aumentan las péndolas con la gravitación en estacas. De uno a otro intervalo se desperdicia un despertador que relumbra y admite rodadas.

En el ático se relajan las costumbres tenidas por inmutables. ¿De cuántos andantes está compuesto el sinusoide más escariado? Reímos, libres, porque nunca más será sábado y las noches se relamerán con dulzuras de necrópolis.

Quien extingue sus probabilidades logra un anclaje para los hilos de la espesura. Un giro en la lengua nos aproxima al malestar de las roturas. Si esquivamos el peligro, ¿la lástima machacará al caramillo del ciego? Luego de meditar sobre una quimera un error se rasga para completar el equilibrio de los nudos.

Unas maldiciones arrastraron un cúmulo de muérdagos. Celestes, se descubren cuerpos transferidos. De quite en quite se sirven los hongos que invertebran las hambres. Obsta la embestida del oro y se propala una vehemencia bajo las cabezas cortadas. La rebelión de los niños ocurre dentro del menoscabo de la distancia. Los jefes braman, simplemente, con los cuchillos perfeccionados en su paradigma.

Cantidad de los pellizcos en los tejidos de la enfermedad de ayunos y pavores con espuelas. Los grajos se hinchan tras los quicios procurando no mostrar el color de sus duelos. Llagas borrosas sobresalen en sus escondites para importunar al relevo de las faenas extintas.

Lloviznan pormenores y circunstancias sobre el corro de los atorados. Haces y maromas se congregan como piedras para los trucos. Un hombre se acosa desnudo y sentado sobre una silla. Sus pelos y señales le dan el crédito para emprender felonías.

El mutismo obtiene el fuero de hogaño. Los graduados conocen a sus parientes por imágenes superpuestas. Los tejos y los clavos han quedado para ceremonias de arrastre. De velas se imaginan las juventudes. En los techos cuelgan renacuajos potenciados en un solo acto. Aquello llamado himen se difumina en una ilusión de mercado.

Con señales larvarias la humanidad avanza dando tropezones repetidos. ¿Cuáles bastardos se unieron para gozar de los efluvios del ajo? Huevos ruidosos en el interior de las llantas de los ilegítimos. Las putas quiebran las castidades con adivinaciones vaginales. Los cínicos aprovechan el boquete de las aguas y ganan callos en las seseras.

De las golondrinas mejor es no hablar. Ellas únicamente buscan sustituir los carmines por otras hierbas menos oclusivas. Mientras tanto sus pichones legitiman el poco hierro que se comen. ¿Les corresponderán todas las manchas en el suelo?

Soberanas aventuras transcurrieron al margen de los moradores de ciudades disipadas. Las ofrendas no tuvieron nada de heroicas, ni tampoco de los dones se sacó lustre de oferta. A las cerrazones nadie las entendía. Conjuros y rezos brotaron en los litorales. Sin embargo, al llegar las horas de las nieblas cotidianas, el precario equilibrio asumió al marrón como el color de la contingencia.

 
 

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