Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXXVI

Prótesis para las máscaras. Hebra o heredad. Me impele el tamaño del maltrato. Voy en el acento de la disyuntiva o en el folículo de la locuacidad. ¿Quién lo sabe? ¿Quién lo pone en claro? Sucedo y protagonista me acoplo, me entusiasmo, me propalo.

Lo nuestro promete. En la arboladura auténtica. Los carbones ya no son prófugos. Más bien lucen aquietados. Y los frutos de aquellos árboles, sitos en sus distritos, no se despojan de los influjos de la luz. Y los vallados colocan pruebas para cortejar a los testigos. Crismas resucitadas y santidades de las cinturas. Silencios con plazo fijo.

Inseparable dominio del clítoris en la joya que lo prescribe. Desvelo de la vulva en el cebo de su materia. Prenda prensil y próspera. Factores en la diminuta tempestad.

En el fondo, una colombina tiesa. ¿Lo autóctono a media asta? El oído saborea la relatividad de la ostra. Comunica al mar con su tribu. La difusión empieza con fulano y zutano. Honorables individuos que no lloran. Que fieramente se envilecen. Otrosí.

La ortega y la horticultura: tema de un distante tiempo. Quejidos meridionales y constantes. El occidente revisitado con lupa sin sujeción. (Me consta). A más de esto, profecía del canon del hueso. Casi negro, mientras va anocheciendo y nos perdemos en la oposición epistémica. Fuera de juego y extirpación de la cultura.

Llenura, enteramente. La avena se ha decidido y el mantel espera. Llamados que irritan. Giros en la sapiencia del lúpulo. En los escalones las buenas disputas. ¿Dónde descienden las claridades, los albores? Verificamos los tópicos para bregar el solaz.

Esparto encima de la desteñida manta. Éxtasis como caso cualquiera del mundo. Abstracción de los braseros. Los achaques del sobrino del suizo. Gloria y teléfono cojo. Misericordia hasta comprar una chaqueta que mete miedo. ¿Se olvidan anteriores ficciones?

El pito perece y la flecha floja. Júpiter sobre la divisoria de las aguas extraterritoriales. En la hora señalada, el trueno que se clausura. Claval, se aposenta en su mixtura. Y la médula eslabonada a su pavor, conocida de la brusca y la soledad del fósil. Encuentro de la variedad de la jactancia con el núbil sartén.

A través de los vasos se cuela el rocío. Se subleva el verdugo. Se acopla el casal de faisanes y suena una flauta en sitio por escudriñar. Una mano atrapa un conejo. Un mago se declara irredento y es acusado de herejía. (En fa mayor fenece el lorito feo).

Con inclusión se evacuan los males internos. La evanescencia aligera a la mujer del aviador. Un conocido colecciona jirafas en el capítulo de un libro. Los peces salen a la conquista de sus jangadas. (No me arrepiento ni en lo mínimo: un chasquido y la tez).

Vituperable en el añadido de tramontana. Provincia en la potestad del afecto. Se conoce al que dicta poco. De bomba se desplaza al cono. El regüeldo va de chacota y se rehúnde el papel de la templanza. Físicamente, todo o nada. Desde el continente se novela la malignidad y se alborotan las sumas aleatorias.

¿Se habrá recibido la malta? ¿Su notoria esclarecencia? Sobran los que crían cuervos y los que cazan a sus primas. Después se distinguirán las defunciones por el color de los escupitajos en el piso.

O sales de plomo o sales de aluminio. Sea como sea brillarás con lustres prestados. Irás de barras con el fenómeno óptico encasquetado en las clavículas. Las ataduras serán tus eones que te empujarán in extremis.

 
 

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