Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XVII

En alguna parte, salto mortal, por ejemplo. Maderamen en todo momento y gaveta para guardar los enlaces o las corbatas de las pendencias. Causas que dan lugar al encorvamiento de los cogotes, aquellos que se adhieren al crecimiento de antaño.

Los libros de homenaje deben atarse con camal para que no corcoveen y para que las páginas no abandonen las cercanías de los ojos ni de ninguna otra mixtura visual. Ahí se nombran las visitas a las murallas en días callosos, con las rodillas con ordenanzas y los calzados inútilmente descuadrados.

Ciudades invisibles, que no invencibles, erigieron nuestros ancestros, entre ausencias y muchos retardos y no faltaron pedestales que luego sucumbieron bajo tierra. Los jefes recurrían a un poderoso timbre de voz para juntar a los de su misma especie y enredarse en conciliábulos y demás perrerías al uso.

Las velocidades de marchas estaban supeditadas al viento y al rumbo de las anclas y tratándose de caballerías, las transformaciones se administraban bajo los árboles donde se cobijaban aves de plumaje oscuro y patas en espigas. ¿Quiénes guardaban la ropa sucia si viraban los acontecimientos y había pareceres contrarios? Los sirvientes de piel de camaleón que conocían de palancas, fustes y estrellas y que en medio del más extremo calor sacaban a relucir unas agujas retiradas del estaño.

Después se pensó en la posibilidad de levantar colosos, cuyas cabezas debían estar dirigidas hacia las Aguas Celestes, a fin de propiciar lluvias que bordaran hierbas sobre los terrenos y para que éstos adquirieran colorantes dotados de pactos con las urnas cinerarias.

En los equinoccios abundaban los dientes rotos, las llamas espontáneas, los espejos sin sensibilidad y los retratos calcados sobre barro. Hubo comediantes que exageraban los chismes y cuyas cabelleras exhalaban gases y que sensualmente describían las escenas de mujeres gordas retozando en los estanques, mientras los vínculos se ponían en orden y se traducían las prohibiciones de otras comarcas.

Las comidas se servían entre aspavientos y abundaba el tráfico de especias y la disciplina era relajada y nadie aplazaba la hora de atragantarse. De rayas, solía aparecer una incandescencia y cundía el miedo, mas siempre era momentáneo y no provocaba huidas ni deserciones. No todo se apuntaba y así quedaban sucesos sueltos que no entraban en los registros y esto motivaba un particular vacío en las secuencias.

Se estiraban al máximo las relaciones y se usaban fórmulas para ocultar todavía más los enigmas y abundantes ornamentos tremolaban como forma de atraer la atención de propios y extraños y era maravilla ver cómo resaltaban los estiques y los zurradores de cuero se abultaban las cabezas hasta adquirir figuras de tornillos.

Sales explotaban y fulminaban a los niños aquejados de tontería y la muerte de esos infantes cohesionaba por momentos a la comunidad y durante pocas noches se rememoraban los luctuosos sucesos y se repartía arroz cocido con azúcar de caña y a la tierra que se pisaba se la sometía al fuego para que mudara su textura y viniera pronto el olvido y se invirtiera la resequedad y se demostrara la virtud de las fuerzas ocultas en los resquicios y rincones y las manos ya desasidas aplaudían para regular un nuevo ciclo.

Giraban los cipreses y prorrumpía la paz y los dioses se volvían hombres y conversaban de ocios y negocios y entraban en rapto al no más oler las monedas de cobre y luego prosaban sobre pizarras y dejaban ambiguas adulaciones para granjearse favores.

 
 

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