Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
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“Claves lanzadas al espacio o a las aguas”, de Wilfredo Carrizales

De la hornaza salen impelidas las llaves en las horas sin horas, cerrazones del tiempo ofrendado y marchito. Las dichas de la vista las comparte el oído. Nadie había encendido la lumbre y sin embargo un esplendor lucía en lo perdido. La imagen de un insecto de sombras reptaba por los rincones y rascabucheaba su acento. La casa se inundaba con aguajes casi perezosos y aguantaba sobre el clamor de las esfinges.

Huéspedes verídicos eran las herramientas y los callejones estaban llenos de ellas. Las navajas estampaban sus batallas de espanto bajo el estímulo de las cosmogonías de cajón. Acompañados de ruidos y horrores los martillos anotaban sus carencias en el centro de los conjuros. De las sierras, las dentaduras mordían el equilibrio de las fuerzas y lo echaban abajo, sin el dolor cotidiano.

Héspero no espera a que desemboquen las tinieblas encima de las techumbres para significar y manifestarse. ¿De dónde vendrá el cristal para intervenir las caras de los astros del atardecer? Los pasajes y su liturgia aciertan en los clavos de la morada hita. La secreción del destino busca al amarillo verdoso que se esconde bajo la hondura de un tal jaez. De prisa, los misterios de las ventanas van despejando todo cuanto se obvia.

Fuera de aquí, de esta sensibilidad terrena y otrora blanca, un jubileo despierta para rodear a los átomos y a las melojas y a las bisuterías de escaso lustre. Sin miedo, apoya al huerto en su manual y a los tajos que sucumben ante el hielo. Bien que las grasas propinan alrededor de los retratos de apocados. ¿Sabrá el cuchillo acerca del artilugio del pretil? ¿Y la irredenta procesión de las arañas? ¿Joya tan pequeña y polvo?

Cesan los juglares en los eventos epónimos y sus caudales se tuercen en matojos. De pompa se agudizan las fatigas de la juguetería. El plomo, en la mitad de su oriente, levanta un asta para los desterrados. ¿Cómo elucubrar con las pobrezas de las profecías? Tomar el disfraz con una mano y despejar de pluralidades los íngrimos otoños.

La adopción del keroseno pone en fuga al rojo y desplaza el barro del candil. A este tenor, el peligro y sus pesos y medidas moverán a risa, suscitarán la confusión de un laberinto. En el fondo, los inventos defraudarán a los ratones. (Taimadamente, la legaña se estruja y sabotea las meditaciones del aprendiz de vampiro y su consorte).

Captura de unas fechas de dama en el sobresalto de una ventaja. Las monedas y su alforja se clavan en un costado de la protuberancia que no se marcha. La aldaba articula su escuadra para alcanzar la cima de un cerro. Nos abrimos camino con la delantera de un microscopio y fuera de rutina, libremente, se despliega un revoloteo. ¿Se anunciará la llamada por teléfono o primero se ensortijará un corro o una corteza? El murmullo se reviste de piedra, desvencijada, pero dadora de sazón. ¿Ha zumbado la tórtola en la criba? De los acontecimientos, destaca aquel que por su euforia consumió jergones de semillas con energía cerrada.

Octal, el parricida podó los rebrotes del tatarabuelo. Parecidos a los europeos, usó escoplos de carpintero que aventaban sucios juicios. Dentro de los cuencos los cipotes sumaban las alevosías del barro. ¿O era en el ínterin de las ollas? ¿Acaso no fue un viejo español el que amarteló el hierro y lo volvió criollísimo? Se salgaron las bufandas, entretanto y fe, en el campo que, de contiguo, solo tenía un sésamo y una preñez.

Sobre el calderón de arena, las cáscaras se asoleaban con el fracaso en pleno, mientras los rabos escudriñaban por los ojos de los difuntos. Otras guerras menos ácidas acaecían en el entorno del esmeril. Barbas, papeletas y brazos se acumulaban con suprema displicencia. ¿Llegó a cumplir su ministerio el cansón del culo mojado?

 
 

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