Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXV

“Claves lanzadas al espacio o a las aguas”, de Wilfredo Carrizales

La argamasa busca la fase de su historia en el fondo del cajón pelado. De un conjunto finito de azares permutamos hasta desvanecernos en el aire de los aljibes. Con prontitud, nos afiliamos a los enjambres de las aletas. Mesas bajas para obtener el café durante el periodo que contiene maitines y también hiedras que se deshidratan al menor descuido.

Persecución de los solecismos bajo los fundamentos del alboroto. Elaciones que resultan de las guarachas cuando se derrumban las huidas. Los picos van mirándolas y para nada se desentienden. Llevan sus nombres las cortezas en lo hondo de los injertos. Mañana se humaniza una raíz y un orate se encumbra con la avioneta de su pasión.

Lugar de las calles amortajadas con orquídea y un sumidero donde se frecuentan arrebatos y pasamanerías. Ser de los fardos en la brutalidad de las carencias. ¿Habrá que definir la función de las tarimas para beneficio de los asilados menores? ¿O será mejor emprender salidas con el acompañamiento de perros de paja? No son naderías ni mixturas que se entrelazan porque sí.

El itinerario del rutilio da para todo. Los vasos se atribuyen sus veracidades. Un rumbo terminado es una singularidad dentro del alfabeto de las costuras sin mar. Así se hormiguea la enfermedad de futuro y se horadan las bodegas que contienen furores y pocas tachas. Ya acaecen los estudios sobre los asesinados con trompas de impresión.

Avaros de luna, los posesos gravitan sobre sus colchones de muaré. Sus vecinos se acodan para espiarlos y solo obtienen gibas y salazones en los pies. Donde florecen las sombras se aquietan los látigos o las hondas. ¿Quién lo podrá elucidar?

Antiguamente los duques refrenaban sus sueños. Modernamente, se acuestan temprano para no sucumbir a la avalancha de hojaldres. Conviene reprimir las cartillas y los mapas con esquinas y las carpetas manchadas con los anuncios de la pleamar.

Impuras espinas en los caminos de las muertes de las islas. Retorno a las desobediencias mayores, a los cismas de las ruedas que se fundamentan en el abandono. Se intenta una conurbación en las curvas de septiembre, pero se sabe de antemano que el fracaso está grabado encima de los individuos que gozan de lo anormal.

Retornan los bárbaros con sus cartucheras del buen acomodo. Lazan a los que gimen y los arrojan al interior de sentinas. La derrota de unos y otros está predicha, aunque nadie conoce el tiempo de la ocurrencia. Los últimos dientes apenas tendrán unos segundos para rechinar y pulverizarse.

Muchas plumas brindan amenidad en los cementerios. Cómicas lecciones se reparten a quienes las deseen. La oscuridad se las ingenia para perpetuarse. Se inflaman las alcancías en los hogares, mientras las repugnancias se tornan en ramilletes asaz estéticos.

Se domestica fácilmente a los lugareños. Se les alimenta con bazofia y omóplatos de muertos. Se solapan las melancolías, el cierzo y los estropeados hornos. (No importa que en las tráqueas reviente un aluvión de espasmos). Si hay hipos, se conservan; si sobrevienen antígenos, se amulatan tras los bienes pasajeros.

¡Que no se comprometan los hijos únicos ni las viudas paridoras! Al final, volaremos en comunidad de pareceres y se nos incluirá en las listas de los templos aladrillados. A menos que nos contagien la buba o nos masacren con el buril mudo.

 
 

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