Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXIV

En familia, las espumas de las olas y en las rocas, las nubes, inconsolables, combaten contra sus quimeras. La salvación de las brujas ya no es posible. Las fieras del mar se libran en la audacia. La tristeza forma una calle a lo largo de la playa. El misterio lanza una advertencia destinada a los ciegos. Lejanos huéspedes liberan a sus yeguas entre las viñas y una flor se parte en dos. Nadie menciona a los diluvios. Las madres le sacan el pecho al fuego. ¿Desde cuál esfera se le bosteza al lápiz de los rituales?

Simpatías en las fiestas de los helechos y los sibaritas. Con la fuerza de un arrebato se columpia la fragancia de la encina. Nadie se estanca en los charcos. Un viejo se yergue sobre su orgullo. Lo estacionario reparte las cartas antes de que se establezca el reposo. Ocasionalmente los vástagos eluden los vidrios ahumados y la escasez de soportes evidencia una condición que precipita los silogismos.

De las escaramuzas los sartenes ganan su futura oblicuidad. El aviso de plata humilla a la mosca de las ruedas. Quienes tienen las uñas en la predominancia espectral comen frutos de un árbol que zumba o que truena, según la interpretación de cada uno. Un zafio vivía encima del trono que no respetaba sus ondas. ¿El vuelo de la música hacía soluble al párpado del azar? A pleno sol ardía la percha del tucán y los virtuosos moderaban sus ademanes. Breves y sueltos los colmillos alteraban los procedimientos de la conjunción.

Propincuos, los núbiles se profesaban melindres y aspavientos de renta y mordacidad. En los lumbrales ocurría el asalto de los retratos. Los adversarios se afincaban en las tendencias de las caricaturas. ¿Vencerían los niños durante los días de juicio y supresión? De lleno, las llaves alternaron con las brújulas en la extensión que vertía cernadas. Los indecisos retoñaron con el rocío en su tránsito.

Destinados a los velatorios, los comediantes rondaban los testamentos para amagar con estropicios que no conocían. Para sujetar a los molinetes se irrigaban desprecios que provocaban llagas en los oídos. Generaciones de semblanzas arrastradas por lo fortuito de la cólera del primitivo en su salón.

Allá se repiten las sustancias en el hornillo. Tal vez sea la época del desove o de la evolución de las ampollas. Llaman a curarse del sueño que crea gemelos en los cayos. ¿Dónde habrá que buscar la caja para los desfallecidos por el tabaco y la mugre? Se resiste a las infusiones para el suicidio. Los vasos se han hecho más angostos para que se hundan temprano los estímulos. ¿Y si en el mercado privan los eclipses? ¿Cómo se encontrará la ausencia bajo los escombros del fogón? Con la ética del cementerio del desparpajo. A gatas, los sujetos enjoyados dirán lo hosco de su destino.

Zarandajas en las peticiones de los que brincan con los pies atados y sucios. Contingencia de los winchester sobre las bebidas perniciosas. Poner de vuelta a la campana y exiliarse tras el sonido en la penumbra o en el ocaso de mucho vuelo. De antemano, tasar la ignorancia, dividir las jornadas dentro del bochorno, despedir luces y perplejidades. Unívocamente torcer las esquinas con las frituras bajo el brazo. Ya basta de encuentros inesperados, de súplicas ligeras o elementalismos que cesan con las fallas de la rutina. (Un martillo romo y otro aguzado golpean sobre la frente de un pigmeo).

Los óvalos sufragantes giran con filamentos de caza. Notorio es que se vayan desprendiendo las mutualidades del tajamar. Llamas y llanuras en el cuadro alcanzado por la centella que deja heridas difíciles, sangraduras de las caderas y de los atisbos de las lombrices. En los kioscos el cosmos reacciona con migajas de bondad y luego juzga el efecto causado. ¿El líquido de los tejidos se extirpará hasta el nivel del cieno?

 
 

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