Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XIV

Abundante en ranas retozaba en su espacio exterior y luego le quitaron la vida y lo dejaron frondoso, con todas las acepciones. Un gran agotamiento se notó en las maderas. Diariamente se deshilachaban, con viento abierto o cerrado, con aroma de olibano o perfume de contienda. (En un rincón un pollito se freía como naturaleza muerta). Se encontró un sigilo más distante procedente de lo extraño suspenso y chispas.

Para favorecer a la retama procede un tinte melindroso y un modo de andar signado por la pompa. Entre las mordazas ensaya un mirto para ir alcanzando el tumor del cotorreo. El rey de las chinches tiende su jardín sin violar las reglas de urbanidad. De señales y de resquicios se confina para asegurarse el puente de las tonalidades.

Se unen las partes de la pústula tras los utensilios caseros. En primera rueda un engranaje que talla piedras y abruma los mazos de albañil. El que come tierra será benévolo con la geografía y cortés, sin pertenecer al gremio de los estremecidos.

¿Qué pasa si flota en el éter el cadáver del enamorado de una niña? Se atrasan las gestas o se superan las mofas. Incluso pueden llegar a rielar los cristales y sus tersuras. ¿Aldabonazo ulterior sobre la suma del ajedrez? Quizás y escurrimiento feliz.

Un buen trecho y las manos en recomendación y lo deiforme se le sale por los ojos y se pone en marcha sobre la corriente que no conoce actualidad. Se bendice la mesa y las pieles y las semillas de uva se tumban para admitir su perdurabilidad. Entre sonrisas o haciendo muecas se pierde la gracia y el dominio sobre las cosas duele y cuánto.

Una tutela en crecimiento, un disparate, la señal, triste, del viajero, el pretexto para disfrazarse, el proyectil que da contra la casa sin consistencia. Se sombrean las líneas del mediocre y escapa el hundimiento de su cabello. Varias mariposas cagan los pinceles y nadie se aflige ni por asomo. Fuera de la vivienda, ¿habrá una curva tildada de peligrosa? Un reloj destroza su volante y un pilluelo arruina el único chubasco al alcance de todos. Parcialmente, el verdugo adopta una apariencia lúgubre. Las palabras de las sirvientas caen en cuencos ajenos. Marca de contraste, víspera del martilleo. Semestre en la equidistancia y un progenitor común. ¿Quién merece la ajorca?

Resulta que la almeja fue robada por ser redonda y saludable y audazmente erógena. Ni hablar de volver a la rutina. Muy caro costaría y los huesos no están para chistes. De servicio, el rastrillo empluma su corral y la armonía, empollada mezcolanza, se gasta y no da cobijo. Dirigida al cielo se lanza una provocación y de allá devuelven un relámpago y una insolación. A los talones de uno hay que cuidarlos con hidalguía.

(Me hice una espiral y ¡ejem! la jaqueca que traía se deslizó más abajo. Solo conmigo mismo me herí de un tamaño gigante y convine en fundar un criadero de garzas a orillas de la autopista y pescar resfriados al por mayor y heredar espinas para coser tertulias con las pocas mujeres que me trataban aún. Me aficioné a los circuitos donde se acoplaban los toros y lancé pelotas en curva que rebasaron lo irremediable. Partí, largo, hacia los dominios de la aventura y le di forma de gancho a una ciudad que se me anticipaba sin aviso. Crucé de un salto el ululato del tren que marchaba hacia la oxidación y el declive. La mayoría de los estratos de la hojarasca pasaron por mis dedos y enarqué las cejas para amoldarlas a sus cometidos. ¿Cómo olvidar la secreción dulce de ciertas plantas que se ubicaban como amas de la casa? El lúpulo causó una conmoción en mi garganta durante un atardecer veraz que abrigaba esperanzas de ambrosía e insectos. ¿Las tuercas con salientes estuvieron junto al abecedario y al vuelo torpe de los pichones que se partieron al despegar? ¿Hubo frutos secos arqueados?)

 
 

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