Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXXIV

Trenzas y maliciosos que cruzan danzando. Con la máxima velocidad se acercan los objetos de la pasión. De través, los ascendientes de los animales de aplomo barruntan debajo de las exhalaciones. Unos fingen travesuras; otros destruyen longitudes.

Se traban las lenguas en la noche que precede a los meneos. Al trasluz se observan columnas que se segmentan. La sorpresa gana sus efectos con un golpe de violación.

Las anomalías se destinan a los tabiques que proyectan figuras. Con trapos se embeben las ventosidades y los ruidos. Los muros anuncian que son mortales y los que residen a sus pies eluden la confrontación. Solos, desconocen la pluralidad.

El tiempo se parte por débil. Los envenenadores agrupan a los carbones y sus respiraciones particularizan los diafragmas. En cuanto es movimiento un acorde invade la pérdida. Síntesis de la defensa de las averías. Concrescencia o apacibilidad.

Similar en las junturas de las fiebres. Vorágine entre dos vegetales tiroteados por expertos. Soledades de fondo. Sábados con molduras y duelas. Elementos todos que fueron devueltos desde las simpatías del desarrollo. Al final, simbiosis de la unitaria.

Del sur más anual, del que habita en la selva, se atijera una tónica que vence sin predicados. Las especies se balancean y buscan respaldo en lo que se gesta sin ceremonia. Indoloro o blanco, un canino se aprovecha de manera neutral. De perfil, prematuramente, envejece quien incluyó las semillas en las corrientes del truco.

Pajarillo de los dedos amostazados, ¿pariste sigmas o sellos callados? La cuestión se arrastra junto a su significado proverbial. Las criaturas descansan y se les pliegan las ilusiones. Provectas cumbres representan los indicios de extintas patologías.

Entre la mejilla y el occipucio, un páramo con mosaicos y mandiocas. Perpetuamente se objetiva el nacimiento de las figuras labiadas. Los porcentajes se arrinconan con el promedio de los dulces y los milagros se amilanan o se refinan. De suyo, las siglas.

Los niños muerden las horas que no pertenecen al día. Luego permanecen rumores. Se amasijan vergüenzas, eminentes, broncas, alteradas. Aquende los horizontes se forran los senderos con vendimias. Se refrescan los yerbajos entrecanos. A expensas de los ángulos, se rozan las apelaciones de los labriegos. Privación de lo fatuo.

Intiman los bollos en las pasarelas y el torneo de los escudos se distribuye entre los centinelas. Desciende la imprudencia. Brazos desiguales cumplen el oficio de las agallas. Se sueldan las tristes notas y la autarquía no prima allí y verdes se tornan los trovadores en la pureza. Los rompientes administran los clamores con un cortejo de buzos. Ciertas cosas como las orillas, las frialdades, los resabios y los tatuajes circulan.

El sentido y el murciélago sobre el guante. La sangre maldecida hasta el delirio. El destierro hollado con la quintaesencia del pasmo. Un colibrí para la humanidad, para su método ilógico. Oran los químicos ante sus escuetos alimentos. Gobierno de otro costal.

Se tantean las arterias. También a lo que pulsa, al puntapié. Tuétanos hermafroditas y red de lanzas en la encontrada frontera. Pululan los predicadores. Las biblias cosidas a puntadas. Los santos, pequeños mamíferos, interferidos por las pulpas del enojo.

Perimen los brillos de las luciérnagas. Con ellas se eslabonan cantares y ciclos y constancias de la umbra. Asientos del verbo cuando presiente el peligro. Anonimato del próximo celeste. Marcos paladeados con trasfondo de lagunas insertadas. Recuerda: al maestro también le castañetean los dientes si se introduce en la viscosidad de lo atemporal.

 
 

IIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIXIIIXIVXVXVIXVIIXVIIIXIXXXXXIXXIIXXIIIXXIVXXVXXVIXXVIIXXVIIIXXIXXXXXXXIXXXIIXXXIIIXXXIVXXXVXXXVIXXXVIIXXXVIIIXXXIXXL