Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXVI

Sobre las caderas de las enredaderas las cachuchas se balancean al paso de las brisas indecentes. Poseen un estilo propio y un cuchillo que aspavienta. Los decorados se deslizan por la general a lo largo de un condimento de capulí. Más tarde se enhebran caracoles con un ruido de piezas de bolígrafo. Rumian los signos de antaño al lado de las partículas de azogue.

Modelos de las bellotas para la cultura de los puritanos. Horizontes y desembocaduras tras el arrastre de los relámpagos. Al fuego no se le da gracias ni a los pantanos tampoco. De las colas del país se desprenden chamizas para el exilio no proclamado. Los sobrenombres se arruman con el vaivén de las generaciones. Jadeos en la continuidad de los recursos del azabache.

Un sapo funda una profecía y se salta la circunscripción de los afectos. Un culto se asevera contra el vicio de las ollas. Los vocablos no permiten prótesis bajo el sistema de inciertas coordenadas. Truenan los círculos como consecuencia de las satrapías desaforadas.

Que se admitan los sellos no significa que se acercan los estampidos. Lo estrafalario se engancha al guateque y produce un lexema para el retardado alivio. Una reguera de papel se va templando, al margen de los preceptos y las variaciones de sentido.

Reciprocidad en los rayos que se admiten sin la obligación de ser compatibles. A sabiendas, del altar se desprenden unas cenizas, tratándose de disgustos. Adelante, rajas en claro; detrás, féculas al desgaire y sin diapasón. Secados, apuntalamos múltiples motes y demás disquisiciones para perder el juicio.

Desde el código de las campanas hasta el esguince de los meteoros se amplía un armadijo de historias y lances de las vellosidades. La pereza se encharca, se vulnera el visto bueno de la angustia y resbala el utrículo en su miel de verano a priori.

Aparecieron de improviso los animales tributarios. Llegaron con sus energúmenos a cuestas y sus fardos y sus tormentos de oquedades y rapiña. La fuga en rojo con chaquetas estuvo a la orden del día. Gracias a la encarnación de los fiscales todo se resolvió.

Adiós a los domingos que no parían. Adiós a la cochambre del amasijo doctrinal. Adiós al armario rociado con alcohol. La colección de pareceres y vivaques cayó en manos del niño que menos odió. Migajas con sus temblores; entierros y oficios de la motilidad; bahías desembarcadas por rollizas y corajudas.

Se sustrajo el dolor del palacio y la harmonia mundi. Falló el amianto por poco frescor. El trabajo se restauró con su terrible máquina de admitir sobornos. El esplendor de las visitas quedó en el pasado más remoto. ¿Y la conspiración de las cigüeñas?

Hubo precursores del anonimato; chantajistas de la espesura; matraqueadores de la esperma y la levadura. Se afianzaron las mangas hasta la cintura. El contrabando mereció estudios de posgrado y soporte político. Jaqueados de noche comenzaron a renguear los hijos del acomodo.

De judías se quiso vivir. Esto dio origen a jugadores en las tinieblas. (Un pájaro negro ajustó el principio del vuelo nocturno. ¿Guácharo? Acaso). Hicieron novillos y se regocijaron en las lechadas. Lances de la cotidianidad y de lo festivo con cuello de jirafa. Materia de los sonidos que purgan, que metabolizan, que configuran. (El domador de pulgas prosiguió con sus fantasías y se salvó, requerido y contrito).

 
 

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