Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
XXXVIII

Intervalos por debajo de las mujeres que saltan. Sonoridad de los sujetos en su alocución. Cuerdas y pugnas. Almuerzos mal acometidos. Los combatientes se burlan en sus habitaciones y les dan beligerancia a los mazos.

Según conforme los yerros. Pretextos para entender las cizañas. El final de algo: animal que se culpa a sí mismo y se pervierte. Sensaciones redondeadas. Se endulzan los parales con las garúas del confort. Un tifón se confiesa apoyado en la deyección.

El paladar se articula a su usurpación y así se consuela. Detalles en los caldos y obligación del dominio del archivo. De iconoclastas, las vías y unas magias que se contentan con mucho. Ascienden los contrabajos por el rencor de las mallas. Estalla la música y se excede hasta los pechos opuestos en el tenor.

Oprobios y vecindades. Solariego, me añublo con la cerveza y la porcelana. Método del bocado sin freno. La agonía se mide de acuerdo al vaivén de los astros. Huelo los conciertos del cáñamo y predico con los versos del coral. Ahí, en esa atmósfera reclusa, la obra ataja a sus ventrículos y en los litorales se añejan los ombligos.

Se uncen los gravámenes a las cornejas y les entorpecen el vuelo. Los trebejos se sitúan por doquier, en procura de dominio y heterodoxia. De las figuras del cuerno se modelan las crestas. Sus partes salientes son un arte para el que hace sonar la trompeta. Gruesa y temible correspondencia. Fe de la enrancia con abuso incluido.

Tratándose de cortinales los suele haber de istmos o tardes de cidra y hechizos. Los dioses no creen en los actores ni en sus aniversarios de marfil. La dominación de los grises encaja con los entierros de los ornamentos. Diéresis en la noticia de lo verosímil.

Más vale crisparse con el derribo de los ladrillos. Las personas se iban desmoronando a favor de lo acromático. Los bailes se fijaron y tembló la fotosfera y se le desprendieron las castañuelas, las navidades y las agujas. Cúmulo de materias choznas.

Se detuvieron los rostros en los anillos de jade. Se sentenciaron. Cifraron gravedades donde no las había. El sistema de los cuadrúpedos los acentuó. Tanto que quiso la lotería y los tragantes enviciaron las monedas y pusieron en ascuas a la alfalfa. ¿Hurtar los cuerpos para qué? En cueros la abundancia acaece con los segmentos preliminares.

Del delito, los cadáveres se enteraron. Unas cimbras desolladas fuera de época. Cundían las plantas que vomitaban esmeraldas. Hacia el este perecían borrachos y esculturas. Al mismo nivel, el tribunal se accidentaba. Se regalaban cureñas para el olvido. A veces, con impertinencia, se enfermaba de ignorancia a domicilio.

Sayo en el prodigio de la chacra. Defuera la moderación se excedía. Termina la inflexión con la roca partida en las manos. La curiosidad aportó sus viandas y sus arenques, sus quesos delictuales. Nació un individuo y con él un espurio alfabeto. Buena suerte y miramiento. Los rasgos de los ácaros se acentuaron encima de los muros y las manías, al contrario que antes, revelaron sus ansias y sus concisiones.

Encamisado. Emulsionado. Vestía las prendas de taracea. Serenado, con navaja. Mis límites eran los consiguientes, los que se prendaban del almagre y lo hacían fulgurar. De ordinario, fraseaba con bondad y equilibrio. En los sorteos, posibilitaba las asas y me obstinaba en los cartuchos. Al lograr puntería, emergía la doctrina y su casta. La higiene se vaciaba tras el bastidor; el temple, trepaba a su andén. Tal cuadro se extendía hasta el infinito y encauzaba los elogios que aprovechaba. A la orden de una región que poseía vehemencia, sostenía los goznes que incitaban a las reprimendas.

 
 

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