Claves lanzadas al espacio o a las aguas • Wilfredo Carrizales
VI

Se muelen los pedernales que desechan los días y los padrinos y las madrinas se levantan las uñas en el justo tiempo humano. A pesar de lo quebradizo de los aromas penitenciales, la rebelión de las vulvas avanza y se extiende hasta límites insospechados. Alcanzan los placeres y se desbordan. Los muertos dicen sandeces y un rosario de gente los critica. En caso de haber barbudos se ubican entre dos fuegos y se les arrojan machacadas preguntas.

La sarna se destaca por el impulso del ferrocarril. A puertas cerradas se socializa el prurito y se satisfacen agravios de la razón. Si aparece la náusea plantea con toda libertad su apetito y con una escuadra mide su ámbito.

Los preciosistas del circo son cleptómanos en las grandes tiendas. De a dos, matrimoniados, roban por conveniencia. No temen a las calumnias del secretario de actas ni a las del cocinero. ¿Qué futuro les aguarda? La alienación y el seguimiento de los anticuarios. En las terrazas se ejercitarán con las sátiras de las lechuzas y las sonatas para clave. La mala calle tendrá la inocencia del dinero y un manjar despótico.

Nortea el toro salvaje pintado sobre una pared del almacén. Lo amargo se le distingue en las venas. Un sábado se convirtió en su régimen. ¿El octavo pastizal nunca estuvo a su alcance? Habría que preguntarle al graffitero de larga cola y motocicleta sustentada. (¿Los bandidos harán sonar sus campanas antes del tiro de gracia?)

Llaman a enjugar la humedad de los prefacios, a absorber los neutrones de la astronomía, a secar los cólicos bajo las elipses... Los flacos siguen sus rutas de seda. Las hembras del sigilo transfieren sus bienes y, de costa a costa, las vajillas forman un solo organismo. A buen seguro, la sedición caerá por gravedad. A bordo de los diarios se asesinan a los reyes asexuados. Los estrafalarios sellan las bienvenidas y se causa una desordenada corrida en las festividades intermedias.

Semejante al semen el pan y la rosa promulgaban su resurrección. Las cosas exceptuadas —minucias y ángulos— interiorizaban sus impurezas y en los intervalos acaecían dobleces y engaños. La decadencia que se movía por sí misma transparentaba su vínculo con las letrinas. (¿Dentro de una cavidad cabrán más huecos y oquedades?)

Decidimos resonar con las fibras de los anatemas, en señal de puridad y conocimiento táctico. También aprobamos cazar con señuelos en las encrucijadas urbanas y señorear sobre las mujeres desnudas con cortes en las orejas. Acciones propias de los poseedores de mandados. Luego el sepia metió baza y perdió vocación.

Cobra la serpiente sus secretos a las órdenes del gobierno. El veneno hace resonar sus cascabeles y humaniza los intersticios del cuerpo. El servilismo se adhiere a su concha de protección y funda un desafío a la vuelta de la esquina.

Al sesgo, el sexteto tuvo sexo y su circuito musical dejó constancia en el estuario. Los baños y los puentes dominguearon tras las jambas del estío. Bailarinas azuzadas de azurita, en un esfuerzo moderno, expandieron las esferas sobre la luz de los cubos. Notable epifanía de la fascinación. Las dueñas anularon a los rivales y les indicaron el camino de los bosques petrificados.

Una silla habitaba en la selva y la mojaban las aguas de la umbría. El silencio consistía en unas tijeras de madera plegable y el silbido rebotaba contra las piedras autolabradas. Cristalinas eran las asimetrías y la evolución iba adjunta a los estambres de la flor que aquilataba su juicio.

 
 

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