La escritora Cristina Piña es crítica literaria, profesora en letras, traductora y licenciada en letras. Hablaremos acerca de una poeta que unió en su vida la vida y la pasión en su poesía, como es Alejandra Pizarnik. Vamos a hablar de su nuevo libro, Límites, diálogos, confrontaciones, leer a Alejandra Pizarnik.
—Estábamos hablando del libro de Alejandra Pizarnik, el que escribiste sobre Alejandra Pizarnik. ¿cuándo fue la primera vez que vos, Cristina Piña, te encontraste con la obra de Alejandra Pizarnik?
Hay un punto en el cual Alejandra Pizarnik ha construido un tipo de poesía que es como que ella llama al lenguaje, “la casa del lenguaje”, es decir, su casa, y de pronto hay un punto en que lo rompe todo.
—Me encontré con la obra cuando era una adolescente, es decir, a los diecisiete o dieciocho años, y me fasciné. Esa fascinación que fui teniendo con la poesía de ella me llevó a que en un momento de 1975 hice un seminario en la Facultad de Literatura Argentina y le pregunté para el final a la profesora si podía trabajar sobre Pizarnik, y en 1976 empecé a trabajar sobre su poesía. No es solamente el hecho de esta persistencia a lo largo del tiempo, que Alejandra muere en 1972 y yo empiezo a escribir en 1976. Este año son cuarenta años de la muerte de Alejandra. Lo que pasa también es que es un fenómeno con Alejandra. Alejandra, cuando muere, tenemos la imagen de ella de una poeta fundamentalmente, solamente quienes estaban muy cerca de ella sabían que tenía cosas en prosa y se había publicado en una muy pequeña edición La condesa sangrienta, pero fuera de eso nada más. Es decir, yo cuando la trabajé por primera vez en ese seminario, que después se conoció públicamente en Tucumán en el Primer Congreso de Literatura que se hizo después de años y en plena dictadura, en 1980, un congreso que todos los profesores de literatura recordamos, además fuimos todos, fue una cantidad… Yo llevé el trabajo sobre Pizarnik, por supuesto reducido, y me hicieron en ese momento una gran deferencia porque me hicieron abrir el congreso con mi trabajo sobre Pizarnik. A raíz de esa ponencia salió mi primer libro, porque estaba una editora de poesía, Alejandrina Devescovi, que junto con Arturo Cuadrado tenían Botella al Mar, y cuando terminó el congreso me dijo: “¿Vos tenés algo más de lo que dijiste?”; dije: “Sí, yo tengo un libro”, y ahí salió mi primer libro en 1981. En 1982 publican Textos de sombra y últimos poemas, que prácticamente nos lleva a todos a cambiar nuestra perspectiva acerca de Alejandra,; porque por un lado van a aparecer los textos en prosa, “La bucanera en Pernambuco”, que es de una enorme obscenidad, humor, mezcla de lenguajes; y están Los poseídos entre lilas, que es la pieza teatral. Entonces claro, es otra Alejandra. De pronto había que acomodar aquella Alejandra que todos habíamos conocido. Yo diría que a partir de eso comienza una casi segunda época de crítica sobre Alejandra, porque de golpe estaba todo esto que había aparecido y era totalmente nuevo para quienes la habíamos leído. Yo saqué, creo que el primero de los artículos que salió en España, “La palabra obscena”, y luego de eso hubo muchas otras críticas. Esto es en 1982, es decir, diez años después de su muerte. Después el problema que había con Alejandra es que no estaba la obra, es decir, los libros habían desaparecido. Yo cuando trabajé en 1976 tuve que pedir prestados los textos porque yo no los tenía, es decir, no conocía parte de la obra y seguía sin reeditarse. En 1990, Corregidor saca lo que llamó Obras completas, que no eran completas, pero por primera vez estaba todo junto lo de Alejandra, apareció que fue una enorme alegría que se podía leer. En 1991 yo saqué la biografía, la biografía que me la encargó cuando ya estábamos en democracia. Félix Luna inició una colección sobre mujeres argentinas, a mí me pidió, como yo tenía mucho trabajo sobre Pizarnik, si quería hacer la biografía. Fue allí que me puse a investigar un año e hice la biografía. Se sumaron cosas, apareció la obra de Alejandra, no completa totalmente, pero estaban todos los libros publicados juntos, apareció la biografía, después hicieron antologías, y en 1999 aparece la correspondencia de Pizarnik hecha por Ivonne Bordelois, que fue muy importante también para quienes estudiábamos a Alejandra, porque de pronto apareció la voz privada de ella, es decir, las cartas de Alejandra. Yo no la conocía a Alejandra, hice la biografía, pero la hice a partir de la palabra de sus amigos, y de pronto me encontraba con la palabra de ella. Y luego que salieron, no son completas, pero salió en 2000 la mal llamada Poseía completa, la Prosa completa y los diarios. Apareció mucho más material del que teníamos, aparecieron esos inéditos, y por más que no es completa un montón de material más, y los diarios, es decir, los famosos diarios de Pizarnik que todos sabíamos que existían, tampoco es completa la edición de los diarios, pero bueno, es un abismo de diferencia. Te imaginarás que cuando uno va viendo que entre 1972 y 2003 va apareciendo constantemente material nuevo de Pizarnik, aparte, es decir, yo no estoy loca, ¿qué hace una loca trabajando siempre sobre lo mismo? Es que se ha ido transformando el corpus.
—Y ahí uno se da cuenta de que existen, como dentro de todos los escritores, existen diferentes etapas, diferentes períodos.
—Acá en Alejandra para mí hay una cosa clara y es un poco lo que planteo, hay un punto en el cual ella ha construido un tipo de poesía que es como que ella llama al lenguaje, “la casa del lenguaje”, es decir, su casa, y de pronto hay un punto en que lo rompe todo. Ahí es que son todos los textos obscenos, etcétera, y ahí de pronto es como si se quedara sin lugar y después se muere o se mata. Yo soy la única que ha hecho biografía sobre Alejandra, lo cual es una pena porque debería haber otra ahora. Yo hice la biografía antes de que salieran los diarios.
—¿Qué opinás, se mató?
—Eso no lo puede decir nadie, pero yo creo, lo digo en mi biografía, no se sabe si tomó, porque tomaba pastillas para todo, para dormir, para despertarse, etcétera. Desde ese punto de vista no se puede decir si se le fue la mano con las pastillas o quiso suicidarse. Yo personalmente no lo he escrito así porque mantengo esa duda. Ahora, yo, Cristina Piña, no como biógrafa objetiva de Alejandra, yo creo que sin duda se suicidó. Ella tuvo dos intentos de suicidio anteriores que fue cuando estuvo internada. Cuando uno va siguiendo la obra, ahí encontrás que se le acaba el lenguaje y para ella hay algo. Si a vos no te importa yo voy a leer el final de un poema, que es en donde uno realmente entiende hasta qué punto era fundamental la poesía para Alejandra. El poema es del último libro publicado en vida de ella que es El infierno musical y el poema se llama “El deseo de la palabra”, y al final termina así: “Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”. Acá hay una fusión entre vida y poesía absoluta, entonces cuando se le rompe el lenguaje indudablemente se le rompe la vida.
—Vida y pasión también.
—Claro, es que es eso pareciera. No es que el hecho de que Alejandra muera nos lleva a leer de otra manera, hay algo de eso, pero realmente cuando vos vas siguiendo su obra hay un punto en que se quiebra el lenguaje y lo que ella ha construido se rompe, lo rompe ella misma y se queda a la intemperie. Hay otro poema de Alejandra que dice: “Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado, yo canto”. Está todo eso presente. Yo personalmente creo que fue un suicidio, pero uniéndolo con toda esa articulación entre vida y poesía y ese querer vivir en la palabra cuando la palabra se rompe. Hay otro poema de ella que siempre me pone los pelos de punta que se llama “En esta noche, en este mundo”, y dice en un momento: “Las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia, si digo agua ¿beberé?, si digo pan ¿comeré?”. Evidentemente la respuesta es no, las palabras hacen la ausencia. Para quien ha puesto todo en las palabras, esa afirmación, ese encanto respecto del lenguaje, necesariamente en algún punto los mata.
—Impresionante.
—Y sí, es muy impresionante.
—Qué impresionante, maravilloso, subyugante, porque lo vas leyendo y uno tiene ganas de decir: “Leé otro poema”, leé el primer poema que te gustó o el poema que te gusta más.
—Hay dos libros de Alejandra que son mis predilectos, porque en la poesía de Alejandra, como en todas, hay distintos momentos: Árbol de Diana y Los trabajos y las noches, son libros de poemas muy condensados, muy bellos y llenos de sentido, y a mí me gustan especialmente esos. Este poema, que es el número tres de Árbol de Diana, me parece de una riqueza, de una capacidad de sentido inmensa, dice: “Sólo la sed, el silencio, ningún encuentro, cuídate de mí, amor mío, cuídate de la silenciosa en el desierto, de la viajera con el vaso vacío y de la sombra de su sombra”. Es un poema que a mí me parece maravilloso, absolutamente.
—Escribiste y publicaste este libro, Límites, diálogos, confrontaciones, leer a Alejandra Pizarnik. Vos decidiste ser su biógrafa. Si bien parte ya me contestaste, me gustaría saber por qué su biógrafa.
Algo me sienta a escribir, que para mí es como un ritmo o una musicalidad, porque para mí es fundamental eso en la poesía.
—Eso por el pedido de Félix Luna, porque yo siempre había trabajado, viste lo que te conté del Congreso de Tucumán, siempre había trabajado su obra. Un buen día Félix me llama y me dice: “¿Harías la biografía de Pizarnik? Vos que la conocés tanto”. “¡Caramba!”, dije yo. Yo nunca hice una biografía y nunca volví a hacer otra. Me puse a investigar y fue un trabajo que nunca había hecho, hablé con treinta y seis amigos de Alejandra porque desgraciadamente en nuestro país no hay documentación bien guardada. Por suerte quedaban muchos amigos, por más que había otros que habían muerto ya, fue realmente una pena y dificultad no poder contar con su palabra. Sí, fueron muy amigos Requeni, Rubén Vela, Ivonne Bordelois. Por ejemplo, Ivonne estaba en Holanda cuando yo hice la biografía, pero me comuniqué con ella y me mandó un texto maravilloso donde estaba sintetizado en diez páginas esa relación preciosa que tuvieron. Desgraciadamente, lo digo con toda sinceridad, no ha habido otra biografía después de la aparición de sus diarios. Yo ya la hice, ya se acabó, sigue siendo la única, pero creo que sería importante que alguien más la hiciera.
—Interesante.
—Y sí, porque ahora se pueden decir muchas más cosas, es decir, ahora se conocen más cosas, con el diario es realmente otra cosa.
—¿Vos creés que el poeta se inspira por el delirio de las musas que están en el cielo o es un trabajo arduo de cada día?
—Yo creo primero que la teoría de la inspiración no corre más, no hay musas que te “soplen”, eso no existe, pero hay sin duda algo. Acá no hablo por Alejandra, sino hablo por mí misma; hay algo de pronto, en algún momento, en el que uno siente, yo lo siento como un ritmo, yo siempre digo lo mismo, “la poesía me sienta”. Me ha pasado bajarme de un colectivo, meterme en un bar y ponerme a escribir, comprarme un cuadernillo y ponerme a escribir. Indudablemente, si no te pasa esa “cosa” es muy difícil escribir, por lo menos yo escribo así, algo me sienta a escribir, que para mí es como un ritmo o una musicalidad, porque para mí es fundamental eso en la poesía. Ahora, es ese momento en que sale el poema y después viene el trabajo de limpiarlo, de corregirlo, de dejar que pase el tiempo, y nadie te sopla, ninguna musa te sopla. Hay algo, hay un punto donde se produce algo que los antiguos lo han llamado “inspiración”, hay un punto en el que hay algo que se le produce a uno. A mí me sienta a escribir y después viene la larga tarea de corregir, ver, dejar que pase el tiempo. Alejandra varía de acuerdo con cada poeta, pero yo lo he hablado con muchos colegas míos, con muchos poetas amigos, tantos como hay quienes te dicen: “Estoy trabajando en un libro”. Con un poeta que murió, Alfredo Veiravé, el poeta entrerriano que hizo toda su vida en el Chaco, coincidíamos en algo, nunca sabíamos que estábamos escribiendo un libro, uno escribía poemas y de pronto se sentaba. Me acuerdo la metáfora de Alfredo: “Y de golpe uno empieza a dar las cartas y resulta que tenés un mazo, y de pronto se da cuenta uno de que tiene un libro”. Muchos escribimos poemas, hay gente que no, está escribiendo un libro. Yo no puedo así; yo no sé que estoy escribiendo un libro, yo voy escribiendo y después lo que pasa es que cuando te sentás con ese material te das cuenta de que hay una coordinación, de que eso responde a algo, y ahí tenés el libro. Cuando lo unís te das cuenta de que se unen, de que se arreglan. Yo creo mucho más en toda la cuestión inconsciente, no creo en la musa pero creo en el inconsciente.
—Era aquello que escribió Quinto Horacio, el poeta latino.
—Yo creo que estoy más de acuerdo con T. S. Eliot, que dice que “hay algo que de pronto se maneja más allá de nuestra conciencia”. Yo creo que es así absolutamente, que después cuando nos ponemos a leer lo que escribimos nos damos cuenta de que hay una coherencia que no habíamos visto.
—¿Cuántos años de trabajo te llevó la biografía sobre Alejandra Pizarnik?
—La biografía me llevó un año de investigación y después la escribí en dos meses y medio trabajando todos los días a la noche, a la madrugada. Este libro, en cambio, Límite, diálogo, confrontaciones, junta mi libro anterior de crítica sobre Alejandra que se llamaba Poesía y experiencia del límite: leer a Alejandra Pizarnik; que era como la mitad de este libro. Yo saqué uno solo que me pareció que ya en esta nueva edición no cabía, que es un trabajo que yo hice sobre Alejandra y el judaísmo, lo dejé de lado porque era un trabajo breve y para ampliarlo realmente, al yo no tener verdaderamente conocimientos del judaísmo, dije: “Va a ser una pavada, yo no puedo incorporar lo que desconozco”. Para un acercamiento así, menos profundo como era ese primer trabajo, sí, pero ya cuando armé este libro, ¿qué pasó? Poesía y experiencia del límite se publicó en 1999 y se agotó enseguida, quedó ahí perdido, me lo pidieron y no estaba. Yo pensé después de ese que ya estaba hecha, que no escribía más. A los dos años escribí un artículo, otro, otro y otro. De pronto me di cuenta de que tenía más artículos que los publicados, entonces lo comenté con Pampini, de Corregidor, y me dijo: “Hacé el libro”, entonces junté y es lo que he agregado a Poesía y experiencia del límite, es más de lo que era. Este libro más o menos toma mis reflexiones o mi crítica sobre Alejandra desde los años 80 hasta ahora. Prácticamente es la recopilación, hay cosas que han quedado afuera, pero es prácticamente todo lo que yo he escrito sobre Alejandra. Pero que además ha ido siguiendo. Yo te expliqué cómo variaba la producción de Alejandra, porque íbamos conociendo distintas cosas a lo largo del tiempo. También este libro ha ido siguiendo eso, Alejandra como poeta, como prosista, como escritora de textos obscenos, Alejandra en diario, en la obra completa. De golpe uno se encuentra con que eran muchas Alejandra, indudablemente.
—Por eso te pregunté de las diferentes etapas o períodos.
—Incluso a veces son etapas y períodos y a veces es tener muchas facetas en el mismo momento, porque hay momentos en los que escribe textos obscenos, poesía, prosa. Otra cosa que apareció también, que es un descubrimiento de cuando se reunió la prosa completa, que no es completa, pero tiene una gran parte, es que era una maravillosa crítica literaria Alejandra. Están los artículos críticos que son una lucidez. Es otra Alejandra que se suma, es la poeta, es la escritora de textos de prosas, algunos obscenos, otros como La condesa sangrienta.
—Además las palabras como las une.
Todos los papeles de Alejandra alguien los llevó a Europa y Julio Cortázar los rescató.
—Todo ese trabajo obsesivo de Pizarnik sobre la palabra, porque trabajaba como una loca, la corrección obsesiva, eso lo ves en las versiones, porque los papeles de Alejandra están depositados en la biblioteca de la Universidad de Princeton. Entonces, cuando ves el material de Princeton encontrás diferentes versiones, otra corrección y otra corrección. Trabajaba obsesivamente la poesía y la prosa.
—¿Alguien llevó los papeles ahí o están ahí desde un tiempo determinado?
—Esos papeles los depositó Aurora Bernárdez, porque todos los papeles de Alejandra alguien los llevó a Europa y Julio Cortázar los rescató. Cortázar habló con quien los había llevado, entonces los tomó para depositarlos en alguna universidad. Se había pensado originariamente en la Fundación Guggenheim porque Alejandra había tenido la beca Guggenheim, pero Cortázar se murió antes de poder depositarlos, entonces quedaron en manos de quien dejó como albacea, su ex mujer Aurora Bernárdez, con la anuencia de la familia, porque por supuesto la familia son los herederos, entonces se vendió a la Universidad de Princeton y ahí están todos juntos como “Papeles Pizarnik”. Está el diario completo, está la prosa inédita, hay una serie de textos en prosa, hay un montón de material.
—¿Como una donación?
—No, no, ninguna donación. La Universidad de Princeton compra los fondos. La Universidad de Princeton tiene los papeles de Mujica Láinez, los papeles de Silvina Ocampo, ha comprado muchísimo material de escritores latinoamericanos, lo cual es fundamental porque uno como especialista puede ir a consultarlos o a pedirlos, lo que fuere. Ahí están los “Papeles Pizarnik” depositados. Creo que es en 1999 o en 2000, yo no lo sé exactamente porque antes de depositarlos en Princeton se armó lo que se mal llamó Poesía completa, Prosa completa y los diarios, pero está todo completo en Princeton. A Dios gracias que está Princeton para que las cosas se mantengan juntas. Desgraciadamente, lo tenemos que agradecer porque en nuestro país no hay algo equivalente.
—¿Que encontrará el lector en el libro que acabas de presentar?
—Yo creo que va a encontrar una lectura que trata de capturar la multiplicidad del sentido de la producción de Alejandra, que por supuesto es mi perspectiva y que es producto de un largo contacto con su obra, una profundísima admiración, porque no soy masoquista, te imaginarás que si no me gustara como me gusta no me hubiera dedicado tantos años. Yo no sé lo que pueden encontrar, yo sé lo que traté de hacer, que es ir dando cuenta de esa fascinación y de todo lo que a mí me dice a lo largo de los años la poesía, la prosa, los textos de Alejandra, que son para mí enormemente ricos.
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