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El lenguaje cinético en los cuentos de Sueños de algodón, de Marina Sandoval

sábado 18 de junio de 2016
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“Sueños de algodón”, de Marina Sandoval

Una narradora sin mediadores, protagonista de sus sueños, es Lucía, la muñeca a quien la escritora Marina Sandoval convierte en hacedora de su propia historia. El 7 de mayo, en el escenario de la Biblioteca Estadal Agustín Codazzi, de Maracay (Aragua, Venezuela), se presentó el libro Sueños de algodón, expresión de una muñeca que transgrede los límites de su cuerpo inerte, llevada por el deseo de ser bailarina flamenca. Movida por el lenguaje cinético de su creadora, se posesiona de un espacio simbólico para crear una ficción dentro de su ficcionalidad.

La muñeca Lucía nos enseña que la pasión es la hormona de la vida en ese estadio de la infancia que precede a la reflexión.

Libro que ingresa por la puerta grande de cuentos infantiles venezolanos en este siglo XXI. Cuando los ritmos caóticos e incertidumbres conviven con los andares cotidianos, Marina Sandoval estructura sus cuentos al compás de móviles artísticos fraseados con la fantasía de las manos de la muñeca Lucía, que dice: “Muevo las manos como las alas de una paloma al vuelo”. Las mismas manos que escriben, paso a paso, la ilusión que el lector visualiza, oye y siente, porque Marina logra, con su lenguaje, que giros, taconeos y contorsiones se conviertan en música, color y movimiento. Es así como la dinámica narrativa establece sus pautas originales en unos cuentos que bailaron, el día de su bautismo, al compás de las bailaoras de la Escuela de Flamenco “Amorcito Gitano del Carmen”, a quienes la escritora dedica el libro.

La muñeca Lucía nos enseña que la pasión es la hormona de la vida en ese estadio de la infancia que precede a la reflexión. Tiempo en que la soñadora muñeca crece rodeada de niñas, cuyas clases de baile español alimentaban sus deseos de ser ella también “bailaora”. Como la Bella Otero que repicó sus tacones al compás de los octosílabos de La bailarina española, de José Martí. Que “respira con los tacones / el tablado zalamera…”. O como la enigmática Carmen la Gitana que, desde el cuadro de Ignacio Zuloaga, inspiró a Rainer María Rilke porque “Inflama su pelo a una mirada, / y de pronto, con arte osado, gira / todo su traje es ese celo ardiente…”. Al igual que los poetas, la escritora le imprime su cadencia a un lenguaje en el cual cada palabra moviliza, con su sensualidad, el significado audiovisual de vocales y consonantes, combinando el pensar y actuar de Lucía en su contexto onírico porque, como ella dice: “Yo creo en el poder de la mente y los sueños”.

Marina mueve la imagen, la viste, la regodea, al supuesto compás del cante jondo, porque “para ser auténtica bailaora necesito unos zapatos de Manuela Carrasco, con suela de cuero y de fina piel por dentro, y por fuera los quiero rojos. ¡Ah!, otra cosa, tacones de madera barnizados y con clavos”. Poco a poco la palabra de Lucía se va escapando del control de su creadora. El lenguaje duplica la personalidad de la muñeca, dualidad que encierra diferentes simbologías: temporales, visuales, libertarias, de identidad.

La posible bailaora viaja en el tiempo, siente la afinidad con un García Lorca que le dio prestigio al flamenco, cuando la cultura española lo tildaba de arte impuro. Al compás del “Cirio, candil, farol y luciérnaga” del poeta andaluz, Lucía replica al decir: “Cuando me emociono soy ave, flor, noche y día”. Al unísono con el poeta, la “bailaora” siente que el taconeo, las bulerías, los giros, la floración de los dedos, esconden no sólo el difícil aprendizaje del baile flamenco, sino también el drama del rechazo social a un arte considerado inculto hasta finales del siglo XIX.

En Sueños de algodón no se cierra el abanico, no cesan los taconeos, no naufraga la razón del sueño, perdura el halo de misteriosa pureza de una muñeca que no vuelve a encerrarse dentro de sí misma.

Así, Marina Sandoval pone en boca de la protagonista el juego de posibles interpretaciones: desplaza la libertad en los misterios de una literatura infantil expresiva, triste, que puede ser desgarradora y trágica en la infructuosa realidad de un imposible. Como lo leemos en Hans Christian Andersen, quien en el siglo XIX evoca la fantasía de la prodigiosa animación de “los endemoniados zapatos rojos”. O en Julio Garmendia quien en Cuento fantástico revela la zona íntima de sus personajes y reconoce que aventurarse en ellos es encontrar la realidad abreviada de los sueños, que, aunque irreales, convocan a la presencia de un ethos verdadero, siempre consciente de que sus personajes son: “¡Extravagancias! Como si fuéramos otra cosa que ficticios que pretendemos dejar de serlo”.

En Sueños de algodón no se cierra el abanico, no cesan los taconeos, no naufraga la razón del sueño, perdura el halo de misteriosa pureza de una muñeca que no vuelve a encerrarse dentro de sí misma, porque es la palabra la que inflama la imaginación de Lucía. Ella va inventando su propia rememoración, y su creadora, Marina Sandoval, desea que el sueño no muera en el veloz transcurrir de la infancia. Lo expresa Lucía cuando, en el último cuento, “Los zapatos rojos”, dice: “El taconeo de mis zapatos despertará a Blanca Nieves y a la Bella Durmiente y a todas las princesas que duermen en el bosque o en el fondo del mar…”.

La escritora juega al encanto de lo ilógico, aquel que le hizo decir a Goethe en Werther: “Pero, Señor, ¿estará escrito en el destino del hombre que sólo pueda ser feliz antes de tener razón o después de haberla perdido?

 

Bibliografía

  • Andersen, Hans Christian (2005). Cuentos completos. Madrid: Cátedra.
  • García Lorca, Federico (1977). Obras completas. Madrid: Aguilar.
  • Garmendia, Julio (2004). La tienda de muñecos. Caracas: Monte Ávila.
  • Goethe, Johan W. (1981). Werther. Madrid: Ediciones La Palma.
  • Martí, José (1952). Poesía. Buenos Aires: Raigal.
  • Rilke, Rainer María (2008). Antología. Madrid: Ediciones Vitrubio.
  • Sandoval, Marina (2016). Sueños de algodón. Maracay. Edición artesanal.
Julia Elena Rial
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