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Las madonas de Leningrado, de Debra Dean

sábado 10 de octubre de 2020
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“Las madonas de Leningrado”, de Debra Dean
Las madonas de Leningrado, de Debra Dean (Bruguera, 2006) Disponible en Amazon

Las madonas de Leningrado
Debra Dean
Novela
Bruguera
Colección Narrativa
Barcelona (España), 2006
ISBN: 978-8402420176
320 páginas

“Las residencias son un campo de exterminio disfrazado”.
Debra Dean

La presente reseña, una vez más, es fruto de la casualidad, pues no esperas que la radio te aparezca en un libro que, aparentemente, está dedicado al arte y al gigantesco Museo del Hermitage. Y nada más comenzar a leer me atrapó, descubriendo precisamente que eso que yo imaginaba por la portada, y por la breve introducción de Isabel Allende en la contraportada, no correspondía con el contenido real de la obra.

Buena prosa, lo que indica que tuvo un buen traductor, que atrapa al lector y lo transporta a dos hechos concretos: la Segunda Guerra Mundial y el azote del alzhéimer que no deja de abatirnos cada vez que se ceba con alguien próximo.

Se trata, en suma, de una auténtica obra de valor literario y humano; contrasta con el maniqueísmo ibérico de tono panfletario o libelo que ensombrece nuestra perspectiva y empaña nuestra convivencia al querer hacernos creer que nuestra Incivil fue realmente una cosa absurda y en la que sólo hubo unos culpables: los vencedores. Conviene leer, documentarse, ver que los hechos que pasaron no son tan fáciles de digerir ni mucho menos de propagar.

La tradujo Juan José Estrella, quien empleó perfectamente los recursos que aporta la rica lengua de Cervantes.

Por ejemplo, aquí y ahora se están viviendo, prácticamente calcados, los acontecimientos que dieron lugar a la explosión de la república. Vaya que están sacados de manual o bien siguen al pie de la letra los mismos caminos, las mismas sendas y, por consiguiente, estamos obligados a repetir la historia si nadie lo remedia.

Así que entramos en la radio de esta obra realmente ejemplar, sobre todo para aquellos que tienen en perspectiva dedicarse a narrar hechos sin tener que obligar al lector a que saque la paja (o sea: es el que lee el que saca sus consecuencias, no el que escribe que manipula al que se adentra). La tradujo Juan José Estrella, quien empleó perfectamente los recursos que aporta la rica lengua de Cervantes y, si tuviéramos que encontrarle alguna pega, simplemente serían unas cuantas palabras que hace (¿decenas o siglos?) tiempo no se usan, pero tampoco desentonan en el desarrollo general del libro.

Sí que hay que tirarles de las orejas cuando en la página 74 dicen: “Lanzan misiles de largo alcance sobre la población”… Supongo que están aludiendo a los famosos V-2 del ejército alemán… pero el concepto de largo alcance, si no me equivoco, arranca en 1953 cuando los Estados Unidos lanzaban Corporal y Redstone. La era de los grandes misiles balísticos intercontinentales se abrirá finalmente en 1957 cuando se lanzaba el Atlas y al año siguiente le seguiría el Titán y así hasta llegar al desafío actual del régimen de Pyongyang que trae de cabeza a la comunidad internacional y en donde nos jugamos mucho. Por todo lo demás, debo concluir que la novela está muy bien cohesionada, muy bien escrita y, sobre todo, a pesar de la temática, rigurosamente humana: no nos hace ninguna concesión a la descripción escabrosa de unos hechos violentos y nos humaniza ese último trance de la vida. Chapeau!

 

Y ahora vamos al mundo de la radio, que es el tema central de nuestra sección.

“El domingo por la mañana, Alemania atacó por sorpresa. Nadie, ni siquiera Stalin, supo preverlo. Nadie excepto el doctor Orbeli, director del museo. ¿Cómo si no se explica el detallado plan de evacuación que puso en marcha tan pronto como las noticias del ataque se emitieron por la radio? Se procedió a numerar y clasificar todos los cuadros, las estatuas, la mayor parte de los objetos en poder del museo” (16).

“Eso han asegurado todos los oficiales en la radio y en el Pravda, pero cuando ella se lo recuerda a Dimitri, lee en sus ojos que tal vez se trate de una mentira” (33).

La radio ha prevenido a los ciudadanos contra aquellos que contribuyen a la causa fascista sembrando el terror. Desde que se rompió la línea del Luga, se difunden historias por toda la ciudad…” (58).

“Al contemplar el temible enjambre que se aproxima hacia ellos, es más fácil dar crédito a lo que se afirma en la radio: que la maldad del enemigo no conoce límites” (75).

“El emisor receptor que Olga lleva bajo la chaqueta empieza a emitir chasquidos. Ella se desabrocha unos botones y lo saca.

”—¿Hemos recibido algún impacto? —pregunta Sergéi Pavlovich desde la oficina del director.

”Olga grita al aparato.

”—¡Un momento!” (76).

Ella se sobresalta al percibir el zumbido de aviones lejanos. ¿Quién sabe cuánto tiempo lleva ahí? ¿Una hora? ¿Dos?

“Pese a que las malas nuevas van retrasadas unos días respecto a los rumores, la gente se congrega alrededor de los aparatos de radio y difunde las declaraciones oficiales por las inmediaciones de los refugios del Hermitage. Estos días, aunque formulada en el lenguaje optimista y propagandístico de la Secretaría de Información, transmiten noticias poco halagüeñas. Por lo visto, la confianza de Víctor en la clara superioridad del Ejército Rojo sobre los alemanes era excesiva” (90).

“Han capacitado a un grupo de jóvenes para desactivar los explosivos de efecto retardado que los alemanes han empezado a lanzar, y sus hazañas se han convertido en el tema favorito de los programas nocturnos de radio. Para minimizar la pérdida de vidas, trabajan solas; una joven se arrastra hasta el hueco en que ha quedado encajada la bomba y manipula el temporizador” (95).

“Las primeras nevadas se han adelantado este año. En pleno mes de octubre, se han acumulado ya cinco centímetros de nieve en el tejado. Los locutores de la radio consideran este fenómeno una buena noticia, pues anuncia la llegada del invierno, que siempre ha supuesto la salvación de Rusia. Fue el invierno ruso el que obligó a Napoleón a emprender la retirada y ahora, según dicen, impedirá que Hitler entre en Moscú” (105).

“Empieza a cantar muy fuerte, una canción enérgica sobre la victoria del Ejército Popular que ponen en la radio todas las noches antes del fin de las emisiones. “Hermanos que luchan juntos, / que avanzan hacia un objetivo / que está al alcance de la mano, / aunque ensangrentados y exhaustos, / la marea cambiará / y nos llevará hasta la Victoria / con la frente bien alta”. Cuando, casi sin aliento, entona la segunda estrofa, la bombilla que la guía aparece parpadeando de nuevo ante sus ojos, y ella se lanza agradecida hacia la puerta” (125).

Cuando transmite los comunicados por radio, finge que Olga se encuentra allí, con ella. Sospecha que Sergéi Pavlovich no es tonto y sabe algo, que en realidad le sigue el juego para proteger a Olga, sin abrir la boca” (126).

“Ella se sobresalta al percibir el zumbido de aviones lejanos. ¿Quién sabe cuánto tiempo lleva ahí? ¿Una hora? ¿Dos? No alcanza a distinguir qué hora marca su reloj de pulsera.

Encuentra la radio y la enciende.

”—¿Hola? —está temblando, pero no de frío. Se nota el cuerpo húmedo y tibio—. Sergéi Pavlovich, aquí Plataforma Norte, estamos alerta, corto” (129).

“¿Qué sucede, Marina? —inquiere Sergéi. La radio. Marina apenas logra levantarla y acercársela a la boca.

”—Hay un… —balbucea—. Un hombre —habla en un tono prácticamente inaudible. Aspira hondo—. Hay alguien aquí arriba —murmura, aunque evita añadir que está desnudo.

”—No entiendo. ¿Te refieres a Olga Marjaeva?

”—No —susurra. El corazón late con fuerza. Todo es oro, luz, calor. Cierra los ojos bajo esa luz, y la radio se le cae de la mano. Siente que se eleva hacia la noche, palpitando con un pulso lento, y se deja llevar” (130).

“Una multitud de imágenes se agolpa en la cabeza de Marina. Un remolino de rostros y cuerpos: las mujeres desnudas de los baños públicos, las mujeres de piernas ennegrecidas que oscilan a la luz trémula tamizada por el vapor. Olga Marjaeva informando por radio de la localización de los incendios, la masa humana gris y harapienta, vagando como fantasmas” (135).

La radio dejó de emitir a principios de mes, y el último periódico se publicó el 12 de diciembre. Incluso los bombarderos han cesado. Ahora ya no hay nada que los distraiga de las penalidades, el frío y el hambre, salvo sus propios recursos. Y así, conforme el mundo se torna más pequeño, más frío, más oscuro, Marina se percata de que la gente desarrolla fijaciones” (177).

“Caminan hasta el aparcamiento y suben al coche de alquiler. Ella lo pone en marcha y apaga la radio antes de avanzar por el camino de grava y enfilar la calle desierta. A esas horas no hay ni un alma; el pueblo duerme bajo un manto tachonado de estrellas” (228).

 

La esclavitud de nuestro tiempo la tenemos entre nosotros y muchos creyendo en “mesías”.

Y hasta aquí lo que, radialmente hablando, dio de sí esta excelente obra que resultará imprescindible para los que quieren saber algo de uno de los rincones más sorprendentes en el mundo de la museística: el inmenso, colosal e inabarcable Hermitage en San Petersburgo (Rusia), aunque cuando yo lo visitaba acompañado de mi amiga Marina todavía se denominaba Leningrado.

Curiosamente, poco después de regresar a España, mis contactos con Marina desaparecieron, ni rastro, las cartas no las devolvían, el silencio… Sin duda sucedería lo que tantas veces hemos leído y que pasaba en la guerra fría, los contactos con occidentales eran severamente castigados… y así casi cuatro décadas. Lo he intentado a través de Internet, buscar por todos los medios a mi alcance… Sin resultado, sólo quedan los recuerdos de unos días maravillosos cuando el mundo estaba polarizado en capitalismo y comunismo. Hoy sólo se enseñorea uno de los sistemas y nos esclaviza, por cuatro céntimos, hasta niveles insospechados… Nos programa para el consumo, despiadado, sin rechistar, en un mundo manejado por cuatro fortunas que llevan al mundo por donde les da la gana y están acabando con toda la biodiversidad, incluso en el aspecto humano.

La necedad de los que desde la sombra alienan a las masas y las convierten en corderos con un único objetivo: su explotación. La esclavitud de nuestro tiempo la tenemos entre nosotros y muchos creyendo en “mesías” a la espera de la redención sin querer darse cuenta de que están trabajando precisamente en el sentido adverso. La globalización no va precisamente por la libertad, sino por el adocenamiento, y los medios de comunicación son la correa de transmisión de esos poderosos que todo lo controlan, todo lo dirigen. Quién sabe, quizá algún día despierte esta sociedad engreída y sobrada que nos ha tocado encontrar al final del camino.

A disfrutar de la lectura y a gozar de la vida mientras esta nos deje un poquito de aliento.

Juan Franco Crespo
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