
El rojo en el azul
Jero Salmerón
Novela
Inédita Editores
Barcelona (España), 2005
ISBN: 978-8496364394
366 páginas
“Políticos sin escrúpulos que vivían de maravilla sometiendo al pueblo a un sufrimiento sin par”
Jero Salmerón
“Querían quitar del sillón a los banqueros y a los patrones explotadores para ocupar su lugar”
Jero Salmerón
“Habían masacrado a la nobleza para hacer justicia y en lugar de ello vivían como los zares”
Jero Salmerón
“En aquella época no era necesaria gran cosa para encontrarse con la punta de una pistola en la nuca”
Olivier Rolin
Estamos ante una de esas novelas que no sólo te reconcilian con el autor sino que, además, a pesar de la crudeza del tema, de vez en cuando te sacan alguna sonrisa porque, dentro de la tragedia de la guerra, también hay momentos para el humor. Insuperables esas cortas entradas en el tema del sexo, sin ser soez, no deja de hacerte volar, algo que no es frecuentemente normal en el mundo de la literatura donde la ordinariez y la chabacanería han tomado el campo.
Si hacemos una pequeña reflexión sobre los tres libros que, tratando un mismo período y un mismo tema, la Guerra Civil española, con esta obra de hoy, la de Josele Sánchez Con la piel de cordero, y la de Lorenzo Silva Recordarán tu nombre, acabamos de dar por finalizado ese trío que entraron en casa casi sin darse cuenta, ya que suelen ser adquisiciones que trimestralmente hago cuando, yendo al médico en la Ciudad Condal, me paso a husmear por mi librería de siempre y simplemente llenaba la bolsa con unos cuantos ejemplares que por su portada, su breve introducción y su sinopsis podían ser leíbles.
Finalizado el de Jero debo señalar que, globalmente, me ha parecido una trepidante historia y de un continuo ¿y ahora qué vendrá? Sin duda, se curró el trabajo para armar una novela creíble, bastante fiel y que coincide, en lo esencial, con muchas de las historias que me explicaban los mayores cuando comencé a trabajar en aquella primavera en que dos meses después cumpliría los once años.
Sería uno de esos libros que, junto al de Josele, tiene “miga”, vaya que hay argumentos para poder llegar a entender un poco lo que pasó, sobre todo ahora que el zar morado trata de hacer callar a la gente y no se le cae la cara de vergüenza; aunque ciertamente, para ello, esta gente debería tener vergüenza. Parecía como si el Covid fuera necesario para aclarar las ideas al pueblo, aunque, lamentablemente, ante la estolidez y la caradura, los medios de comunicación están haciéndoles un buen servicio y, como decía Guerra, el que abre la “boca” no sale en la imagen. Cuesta digerir conectar la radio, por ejemplo, y escuchar la cantidad de estolideces que nos largan nuestros políticos y, encima, se las dan de formados.
Genial la trama, genial el final. Jero toca todos los palos, como bien dice la contraportada: la Batalla del Ebro, el Frente Ruso y la asediada Leningrado son los escenarios de una magnífica novela de guerra e intriga, en la que nadie es quien parece ser. Un comunista desencantado. Un héroe falangista. Un soldado de la División Azul en la inmensidad rusa. Un hombre solo ante una misión imposible.
Con esas mimbres ha logrado tenerme enganchado dos días de confinamiento y, sinceramente, lo celebro. En muchas ocasiones porque los escenarios me son conocidos y en otras porque en lo esencial es algo que de una u otra manera me habían hablado. Aunque, como en la novela, hay gente que fue criada en el odio más absoluto y, finalmente, vivieron vidas de amargura. Por eso también son de agradecer las reflexiones y la magnífica puesta en escena de esta obra que, en su momento, salió al mercado y no siempre se le prestó atención. Quizá porque los intereses comerciales o los críticos literarios no son imparciales y defienden unos intereses que en nada tienen en cuenta la calidad de la narrativa.
De las tres lecturas señaladas, si hacemos la comparativa, podemos colegir que todas aportan algo aunque, como siempre que comparamos, suele haber grandes diferencias no sólo en la categoría del autor sino en la manera de encarar un tema que es espinoso. De los tres, uno parece irse más al panfletismo y los otros dos se van a narrar unos hechos y que sea el lector el que decida cuál camino seguir. Debemos colegir que la historia es la que es y que, si la manipulamos, entonces ya no es historia. En estos tiempos que corren y la manida memoria histórica, resulta gratificante encontrarte con textos en los que los personajes se tratan como lo que son y no mediante adjetivos malsonantes y que realmente insultan al que los emite. El más profesional de los autores no es precisamente el mejor en este trío que encaja en la Guerra Civil, donde ninguno fue un ángel y todos fueron demonios. O si lo prefieren, que no es lo mismo dar a que te den. Quizá por eso muchas veces cuesta ser ecuánime y ese dualismo del personaje principal es precisamente lo mejor de la novela que, en determinado momento, no sabes cuál es el mejor, el comunista o el falangista; podríamos colegir que, a pesar de las adversidades, si realmente disfrutaron tanto de la vida en ese largo camino hasta el frente soviético, en realidad vivieron varias vidas, sobre todo si tenemos en cuenta la intensidad con la que vivieron los acontecimientos.
En fin, si les gusta la temática, sepan que encontrarán un “argumento” que merece la pena transitar, incluso para ese viaje imaginario que, arrancando en el Cono Sur, volverá allí para cerrar la narración, que tiene un final realmente sorprendente e imprevisto. Vaya que por una vez no comencé por detrás —casi siempre me leo el último capítulo para saber de qué va la cosa— y me dio una gran sorpresa.
Conscientemente he colocado unas cuantas citas al principio, quizá con eso se reúne lo que podemos encontrar en esas casi cuatrocientas páginas. Y sobre el tema radial, debo señalar que la cosecha, en esta ocasión, ha sido magra, pero me agradó tanto la novela que creo que merecería la pena traerla a esta serie aunque apenas haya cuatro líneas sobre el mundo de la radio, vamos a ellas.
Entonces se jodió la radio. Nos agrupamos a las doce o así para comer. No podías sentarte. Los oficiales lo prohibieron para evitar congelaciones. Tuvimos que partir el pan y el salchichón con las bayonetas pues estaban congelados (p. 222).
Los doiches se portaron muy bien con nosotros y sus médicos nos atendieron lo mejor que pudieron. Nos dejaron dormir casi un día. El capitán Aldana, que estaba al mando, se puso en contacto con Muñoz Grandes usando una radio que nos dieron los alemanes. Le transmitió al Orejas lo jodido de nuestra situación y el lamentable estado de la tropa. Un teniente, Berruezo, me dijo que albergaban la esperanza de que el general abortara la misión porque era imposible llevarla a término (p. 223).
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