Llaman a cenar pero…
Llaman a cenar pero nadie asiste.
Hay una nada disimulada por un mantel
y muchos cubiertos, en cuyo centro
se perfila un pez, pétreo
y, por ello, inanimado, inmóvil.
Llaman a cenar y es de inmediato
paso en falso, resbalón hacia el duro cuerno
de la Luna, falta sin corrección posible;
escala insensible, botón puesto al revés,
criaturas que excretan, sin haber probado alimento,
lo que enseguida se cubre de orugas, de moscas.
No estar a la hora precisa…
A Fercho Cuartas
No estar a la hora precisa
y arribar cuando el vacío arrecia
y es mano extendida que recoge nada
en un estrecho corredor sin objeto;
no poder ser un oído
para que oída surja del fondo una música,
no poder ser al menos un ojo
para ver fosforecer
lo que parece aletargado, neutro;
detrás de la puerta el reverso,
el lado oscuro, la noche ciega y sin llave;
lo que respira da siempre la misma cara,
lo que no respira proviene
de un falso arte de figuras
con los pies recién lavados;
falla la tijera al cortar el hilo,
el fondo de la taza se llena de ceniza;
qué orden o tesitura, en caja o en gaveta,
capaz de irradiar luz más allá de una mera sílaba,
un despojo.
Devuelta al océano…
Devuelta al océano, no queda instancia
ante el largo hueso que a todo conforma;
queda, sí, el desmayo, dolor donde más duele,
ser que, encorvado, se queja
y en el soplo inútil, el retraso,
el repliegue, la isla yerma, la oquedad.
Apagón de una única idea y, allá,
el relámpago que anuncia la tormenta
que barrerá con el seguro refugio;
devuelta al abismo, caída la hora en la orfandad,
el hijo pregunta y obtiene un ala arrancada
como respuesta. ¿Y el salmo,
la hornacina, el estipendio, la solicitud,
el viaje hacia la promesa, el rocío
de la extensa primavera, el cíclico relato
y la mano leída a mitad del camino?
En ancha y fría piedra se sienta.
Casa derribada por la tormenta…
Casa derribada por la tormenta, sin tregua
para el muslo, el nervio central, la hoja ancha
y el grito hacia más allá del muro, la raíz del árbol;
no espera en la mañana la multiplicación,
sí niños vueltos adultos de repente,
sí astilleros de los que no sale ni un solo barco,
las horas que avanzan y de pronto es ayer;
en la niebla no importan los ojos,
en el incendio no interesan los brazos,
en el eterno extranjero país que pisamos
no hay el mínimo espacio para zapatos y equipaje;
vibración de una vida malgastada,
allí, en lo profundo, torpe fantasma
y apenas una simulación, una errada maniobra,
bolsa vacía que cuelga de una rama,
clausura del conversatorio y oficio entre escombros,
hasta la lluvia en lugar equivocado.
No se culpe al que camina…
No se culpe al que camina sobre las piedras frías,
los pies desnudos, los ojos cerrados;
esta es una edad anterior a la inocencia,
incluso al ligero polvillo del azafrán en el aire;
la pregunta es cómo dormir
si el relámpago, al fondo, acrece
como acrece la cólera de los insomnes;
la pregunta es por el juicio a lo sombrío,
por el asilo de lo fugaz,
por la piel que tirita mientras todos se ausentan
incluso aquel que creyó oír
en pleno desierto la obertura de una ópera marina;
pasan las nubes por la estrecha ventana
y no hallan reposo los que buscan
oro en la estearina, amor en un ademán fosfórico;
la pregunta es por la llave maestra,
por el penúltimo desgarro,
por el que se resbala y cae y se lastima.
- Asilo de lo fugaz, de Carlos Barbarito
(selección) - lunes 10 de abril de 2023 - Lugar de apariciones, de Carlos Barbarito y Sergio Bonzón
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