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A 120 años de la masacre de Canudos en el Sertón brasileño

lunes 3 de julio de 2017
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Euclides da Cunha
Da Cunha concebía el periodismo como el ejercicio de la libertad.

A 120 años de la masacre de Canudos (1897), la imagen del escritor brasileño Euclides da Cunha y su obra Los Sertones, hoy más que nunca cobra vigencia por ser considerada el relato de la tragedia del exterminio de un poblado del nordeste brasileño, por parte de un gobierno que no aceptaba la diversidad de ideas. Expresión verbal que, golpeada por la cruda realidad, presenciada por el escritor, se estructuró en un caos de las letras para decirle a la posteridad: tendrás que leerme porque ya no me puedes ver.

En diferentes regiones del mundo, los gobiernos repiten hoy hechos de vandalismo político y de irrespeto por las ideas.

La lectura de Los Sertones, igual que El Profeta del Sertao de Lucien Marchal y La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, novelas que relatan el mismo terror, produce una sensación de inaccesibilidad, a consecuencia del tiempo transcurrido, finales del siglo XIX, recién declarado Brasil país independiente.

El enigma que plantea esta masacre, de la cual sólo quedaron vivos unos pocos testigos, se percibe en el relato de Da Cunha, quien presenció la cuarta y última incursión del ejército para exterminar este poblado, situado al nordeste de Brasil en el estado de Bahía.

Muchos se preguntarán por qué hablar, en este siglo XXI, de una tragedia producida hace 120 años, por un gobierno que no respetaba la diversidad cultural e ideológica. No sólo es por la fecha que lo recuerda sino porque, en diferentes regiones del mundo, los gobiernos repiten hoy hechos de vandalismo político y de irrespeto por las ideas. También porque poco sabemos sobre los relatos de este país fronterizo, con el cual compartimos, a pesar de la diferencia idiomática, relaciones económicas, laborales y culturales.

Nos sedujo la idea de estrechar los lazos de la literatura latinoamericana, entre todos los países que la integran. Por último porque la masacre de Canudos, poco conocida en el continente, constituye, junto con otras manchas negras de nuestra historia, un crimen cuyo conocimiento lograría evitar nuevas reediciones. También hablar de Canudos supone, en este siglo XXI, asumir la coexistencia de diversos códigos culturales, no subordinados, sobre un mismo relato.

Leer Los Sertones implica adentrar nuestro imaginario, a través de una retrospectiva histórica, en el Brasil de finales del siglo XIX. Época en la cual el país estaba en proceso de estructuración republicana. El nuevo gobierno había asumido el positivismo como lema y conducta política. La propuesta filosófica de Augusto Comte llegó a ser en Brasil causa precipitante de transformación colectiva de gran alcance, al punto que el lema “orden y progreso” ocupa, hasta hoy, el pabellón de su bandera. Esta corta frase se convirtió en un ser en sí misma, que el tiempo degradó, inevitablemente, al ser conocida la masacre.

Las ideas comtianas, que en un primer momento parecieron coyunturales para sacar adelante al país, se insertaron de manera decisiva, al punto de adquirir dimensiones insospechadas en el ataque a Canudos, poblado sobre el cual los periódicos cariocas, en confabulación con personajes del gobierno, denunciaban la existencia de un complot internacional para restaurar la monarquía. En realidad, Canudos, a 2.500 kilómetros de Río de Janeiro, estaba constituido por alrededor de 25.000 habitantes, en su mayoría analfabetas, dedicados a la labranza, la ganadería, el trabajo del cuero y las prácticas religiosas, dirigidos por Antonio Conselheiro, llamado El Profeta de la región.

Para los latinoamericanos, las desproporciones históricas son parte de la vida cotidiana, desde la conquista de América. En Da Cunha, escritor para quien la modernidad era un motivo de vida, el impacto de lo visto en Canudos significó asumir la paradoja de representar a un periódico gubernamental, y sentir el deber de defender al sertanejo. Sin embargo, tanto él como Vargas Losa atribuyen al fanatismo religioso el haberse dejado matar en defensa del poblado.

Para dilucidar una historia oficial que tiraniza, es indispensable reducir la manipulación del lenguaje

Vargas Llosa denuncia el fanatismo como autodestrucción. Da Cunha, asumiendo la tesis del médico italiano Cesare Lombroso, mandó estudiar el cerebro del profeta, convencido de que en él encontrarían datos anatomopatológicos del ser fanático.

Los Sertones es un testimonio único, geográfico, étnico y cultural de la región, de sus habitantes, de la Guerra de Canudos, como se le llamó oficialmente. A partir de 1940 los historiadores brasileños comenzaron a investigar lo sucedido; cambió la visión sustentada hasta entonces, para analizar, a través del lenguaje, el significado de una guerra injusta y cruel. En la conciencia, encerrada en cada palabra, reside la raíz de las controversias que, a través de la literatura, el cine, la música, la danza y la pintura, ha inspirado Canudos. Demostrando así que, para dilucidar una historia oficial que tiraniza, es indispensable reducir la manipulación del lenguaje, excluir los intencionales matices que, muchas veces, pueden minimizar los hechos verdaderos, e impiden desplegarlos en todo su realismo trágico.

Da Cunha supo mostrar a la posteridad cómo las microestructuras pueden crecer en el imaginario nacional, hasta convertirse en patrimonio de trabajo y dignidad. Los canudenses, personas trabajadoras, religiosas y colaboradoras, ajenas a la vida esquiva de la capital, se vieron estigmatizados por una guerra inventada que dio como respuesta cuerpos torturados, despedazados y abandonados.

El escritor expresa una búsqueda planificada tardíamente, inacabada, porque ya Canudos no existía. Si bien la presencia de los canudenses en la región como síntesis social-religiosa fue aniquilada, perduraron destellos culturales fragmentados en grupos, que constituyeron sociedades funerarias y sindicatos campesinos, unidos alrededor de un Canudos utópico. El poblado revive en la resignificación simbólica, que van creando las comunidades en la construcción de un futuro.

Euclides había escrito, al principio del conflicto, artículos en el periódico El Estado de Sao Paulo. En uno de ellos, titulado “A nossa Vendéia”, comparaba el supuesto complot con el levantamiento de los campesinos en el pueblo de Vendée, en Francia, quienes en 1793 exigían la restauración de la monarquía. Allí se leen excesos verbales que ocultan sentimientos profundos, como si el sentir tuviera, a través del lenguaje, diferentes densidades, unas más sensibles que flotan en aguas emocionales, y otras oscuras que arrastran dudas y contradicciones.

En el libro se aprecia un cambio brusco de visión, luego de que el escritor acompañara al ministro de Guerra en la última expedición, y presenciara cómo los soldados atacaban, con modernos cañones y metrallas, a un pueblo que se defendía con cabillas, machetes, agua caliente y cañones artesanales cargados con piedras. Da Cunha se dio cuenta de que el gobierno había azuzado al país con el pionerismo de una supuesta subversión.

En ese momento histórico, al conocerse la verdad, surgieron diversas explicaciones, una de las cuales afirmaba que había políticos interesados en apropiarse de Canudos, oasis fértil del Sertón. Otros querían eliminar el poblado para construir una represa, canalizando las aguas del río Vaza-Barris. Hoy sobre la superficie de las aguas de la represa de Cocorobó sobresale el arco y la cúpula de la iglesia de Canudos.

En 1902, cuando se edita Los Sertones, el lenguaje de Da Cunha se había vuelto subversivo.

Cuando leemos la literatura brasileña del contexto sertanejo nos preguntamos: ¿cómo pudo suceder la masacre de Canudos, en tierra de escritores como José de Alencar, creador de un lenguaje lírico que evoca penurias y amores de la región, y defiende la diversidad cultural del país, o José Lins do Rego, “en quien la fuerza telúrica se convierte en lenguaje y el corazón en poesía”? Los políticos ignoraban que los sertanejos vivían adheridos a sus piedras y rocas desérticas, y a la melodía que solidarizaba a sus habitantes, quienes se sintieron agredidos en su yo íntimo, hecho de fortaleza para defender su hábitat. De esa defensa quedó el silencio, reafirmado por la frase de san Agustín que difundió el gobierno: “El fin de la guerra es la paz”.

Da Cunha concebía el periodismo como el ejercicio de la libertad, y no aceptó estar restringido y sometido a la censura de los periódicos oficiales. Dio un ejemplo de conciencia social al acceder a los estratos profundos de las investigaciones, y del lenguaje, trabajando ensayo, crónica, testimonio y periodismo en un libro que aborda, desde los orígenes telúricos de los sertanejos hasta la masacre en sí misma. Para el escritor el lenguaje, a diferencia de la mayoría de los objetos de consumo, es un bien solidario, compartido por muchas comunidades. Además de apoderarse de él gratuitamente, no se agota, se recrea constantemente.

En 1902, cuando se edita Los Sertones, el lenguaje de Da Cunha se había vuelto subversivo, rescatando las palabras en su verdadero origen, con una destreza literaria que obliga a alzar la mirada, para ver a Canudos como una referencia de memoria de libertad colectiva.

Memoria que invadió los espacios culturales de Brasil en 1997, para rescatar el terrible episodio histórico a los 100 años de la masacre. El país crítico rindió homenaje a Da Cunha y a los canudenses. Obras de teatro, diversidad de músicas, poemas y exposiciones pictóricas, y la película La guerra de Canudos, dirigida por Sergio Rezende, fue trasmitida por las televisoras del mundo. Mientras la brisa rizaba el agua de la represa de Cocorobó, la escenografía, réplica del pueblo y la iglesia, con los fragmentos de vida y resistencia, hacía palpitar un espacio donde aún se percibe la topografía fantasmal, de soledad y ausencia de sus habitantes.

El habla suspendida de los canudenses tuvo efectividad social debido a la desproporción del encuentro y al terror humano. Hoy siguen existiendo, en Latinoamérica y en algunas regiones del mundo, la intolerancia y prepotencia de los gobiernos; es necesario tender un puente mediador entre dos lenguajes distintos, y conectar las simbologías de los respectivos códigos en juego, en función del respeto mutuo entre ambas partes. Canudos aparece como el barroco de los excesos del que habla Severo Sarduy, pero es un ejemplo patético que lleva a analizar cómo los sectarismos acaban hundiéndose en sus siniestras mentiras y contradicciones. Los Sertones de Euclides da Cunha nos habla al respecto.

Julia Elena Rial
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