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Puerto Madryn o el deseo de salir adelante a cualquier precio

jueves 26 de abril de 2018
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Puerto Madryn
Fotografía: Gastón Cuello

La adolescencia marcó el camino, cada nueva carta era un nuevo viaje, imaginario, alrededor del mundo: casi doscientos países con los que en algún momento llegué a mantener correspondencia en más de medio siglo de vivencias epistolares que, a falta de otras cosas, permitían escapar de lo cotidiano, y ahora cada viaje lo disfruto más, quizá, porque no hay mucho que evidenciar y sí gran dosis de tranquilidad, paciencia y ojo avizor para ver lo que otros apenas perciben. Y, sí, es verdad: todo depende de los ojos con los que observas el presente para quedarte con imágenes que te devuelven a esos momentos mágicos que los humanos nos hemos dado en llamar nostalgia o recuerdo.

La llegada a Puerto Madryn es una de esas cosas inesperadas, aunque la región hacía años que estaba en la agenda de bolsillo a la espera de la oportunidad, pero las distancias en América son endiabladamente grandes para los parámetros europeos y ello también incide en la ya clásica pregunta: ¿cómo tan pocos hicieron tanto? Tras no alcanzar el tiempo en 2011 por problemas de transporte, algo habitual en el invierno austral en una zona donde, además, aquel año fue también duro por los elementos naturales que hubo, terremotos, volcanes, desbordamientos, etc., que son bastante habituales por el inmenso Cono Sur.

A simple vista la ciudad no deja de ser una más en la inmensidad de la planicie patagónica; sobresalen grandes bloques que me devolvían al Benidorm alicantino o al Salou tarraconense.

La entrada en el gigantesco pantalán nos dejaba apenas a cinco minutos de paseo para descubrir esa ciudad surgida prácticamente de la nada. Es cierto que había pateado años atrás la provincia del Chubut, en la parte de la cordillera, pero la zona atlántica siempre quedaba colgada, esperando su oportunidad. Encajonada en el denominado Golfo Nuevo, es el punto de partida para la impresionante Península de Valdés, donde los naturalistas disfrutan de lo lindo gracias a su fantástica fauna (ojo, no siempre es posible ver lo que atesora la zona, así que mejor asegurar lo que uno anda buscando para no amargarse el viaje: los bichos tienen sus ciclos y no siempre andan por allí para que el bípedo humano pueda extasiarse).

A simple vista la ciudad no deja de ser una más en la inmensidad de la planicie patagónica; sobresalen grandes bloques que me devolvían al Benidorm alicantino o al Salou tarraconense, aunque, por ahora, en formato pequeño. Las aberraciones urbanísticas se dan en todo el orbe y el “creced y multiplicaos” a veces parece que no se ha comprendido; supongo que, al tener los solares baratos, acaba llegando todo lo demás.

Puerto Madryn, seguramente, no sería nada si un hecho no la hubiese marcado: el desembarco del 28 de julio de 1865 de más de 150 galeses que huían de su país, su miseria (la mayoría eran de extracción minera y tendríamos que trasladarnos a la situación de los mineros en Gales en el XIX; una imagen más o menos próxima podría recrearnos alguna de las novelas de Dickens) y el fracaso independentista que vivía su zona de partida en aquel momento. ¿Valoraremos algún día el daño que estos movimientos provocan en la sociedad y que muchas veces buscan un imposible basado en una mera ilusión?

La falta de agua los llevaría poco después hacia el sur (el problema no está solucionado y es uno de los grandes costes que padece la ciudad patagónica, la traen mediante una canalización desde un centenar de kilómetros y es bastante cara, según nos explicaban los lugareños) y al año siguiente, con la llegada del trazado ferroviario que partía de Buenos Aires (casi 2.000 kilómetros) y uniría la zona costera a las tierras de Trelew (apócope de Lewis Jones, que fue el promotor del ferrocarril), hoy el centro urbano en esta zona del famoso y fértil Valle del Chubut, que necesitaba dar salida a sus productos agrícolas y ganaderos (lo mejor para entender este rincón de Gales en el Nuevo Mundo, a miles de kilómetros de las islas británicas, es participar en la tradicional fiesta galesa que celebran en el mes de septiembre).

Impresionante el grupo escultórico dedicado a “la mujer galesa”; sin ella, posiblemente, la historia habría sido otra. Su aporte en el XIX debería enorgullecer a las mujeres de todo el mundo; no sólo sobrevivieron, sino que demostraron su capacidad a la hora de emprender una vida nueva, labrarse un porvenir y mantener la llama del recuerdo de su tierra a pesar de la distancia que físicamente los separaba.

Punto aparte es su privilegiada posición, que en los tiempos que corren la hacen también un lugar de destino turístico para el exclusivo mundo de los amantes de la naturaleza o el buceo (sus aguas, cristalinas, permiten tener visibilidad incluso sobrepasados los cincuenta metros de profundidad), que es frecuente contemplar en la denominada Punta Cuevas, donde hay un grupo escultórico dedicado al indio nativo; suele ser uno de esos recoletos rincones que el aficionado a la contemplación no olvidará fácilmente y permite otear perfectamente el perímetro urbano de esa ya gran urbe en la región.

Una visita, siquiera fugaz, al Museo Provincial de Ciencias Naturales y Oceanográficas, podrá servirnos para tratar de imaginar la vida en aquellos páramos (curiosamente está instalado en el edificio Pujol, que en su momento se levantó con material llegado expresamente desde Europa, ¿algún familiar aventajado del célebre y sisador Clan Catalán? A pesar de mis preguntas impertinentes, no llegué a aclarar quién fue el citado personaje que, suponemos, apareció por allí buscando mejorar su estatus de vida).

Recomendaría una pausada visita de Puerto Rawson que nos permitirá, si el día de pesca fue bueno, saborear una infinita variedad de pescados que nos harán imaginar que estamos en la Costa del Sol.

Lamentablemente, el ferrocarril pasó a la historia; queda como mudo testigo de su paso la coqueta estación remozada y conservada con mimo; en su entorno las casitas que se levantaron para los trabajadores que entonces llegaron desde Europa para realizar la faraónica línea que en apenas siglo y medio, la falta de visión de los políticos, ha sido finiquitada, y hoy el tren es casi un extraño testigo de la historia por infinidad de países. Vaya que le pasó como al célebre tranvía, que ahora se está recuperando incluso en lugares donde nunca existió. Quizá sea ese el edificio histórico más añejo de Puerto Madryn; quedan algunas casitas típicamente galesas o el chalet del que fuera el jefe del tren en aquellas polvorientas latitudes sureñas; justo al lado se ha instalado la estación de autobuses, que puede llevarnos hasta los más lejanos confines de la Argentina, aunque, en caso de embarcarse en una aventura por carretera, recomendaremos tramos cortos para poder resistir la inmensidad de aquellos territorios.

Si uno pretende disfrutar a lo grande de su fauna, conviene saber que los trayectos son largos y si se consigue, mejor alojarse en alguna de las hosterías que suele haber en la zona cercana al Área Natural Protegida o intentarlo en el liliputiense Puerto Pirámides, el único pueblecito existente en la península, por donde a comienzos del siglo XX se extraía la sal que producía la denominada Salina Grande, que está por debajo del nivel del mar. Hoy se ha convertido en un lugar de atracción para los amantes de la acampada, pero no es fácil llegar ya que el transporte es escaso y caro. Hay infinidad de personas y microempresas que ofrecen excursiones; lo mejor es tomarse las cosas con calma y tener varios días para recorrer la zona y poder tomarle el pulso. La Oficina de Turismo puede ser de gran ayuda y está casi frente al monumento popularmente conocido como La Galesa (la mujer galesa). Recordemos que los precios son altos y fácilmente se dispara el presupuesto, sobre todo tras la última devaluación (un café 4 euros o una extraordinaria cerveza Antares de medio litro por 8 euros; por supuesto, todo dependerá también de la categoría del local, pero es un destino turístico y no conviene pensar que se encontrará mucho más barato).

Aparte de Punta Tombo (área protegida creada en 1979 a casi doscientos kilómetros de Puerto Madryn), que es todo un paraíso para los aficionados a la ornitología, recomendaría una pausada visita de Puerto Rawson que nos permitirá, si el día de pesca fue bueno, saborear una infinita variedad de pescados que nos harán imaginar que estamos en la Costa del Sol aunque, sin nuestro rico aceite de oliva, las fritadas no saben igual. Y si quiere sentirse como si estuviera en Gales, entonces váyase hasta Gaiman, especialmente en agosto, para disfrutar de su tradicional y coqueto festival.

Juan Franco Crespo
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