Servicio de promoción de autores de Letralia Saltar al contenido

El cazador

jueves 16 de noviembre de 2023
¡Comparte esto en tus redes sociales!
El cazador, por Vicente Adelantado Soriano
Comencé a caminar hacia las montañas. A los pocos pasos, aun antes de entrar en calor, empezaron a acompañarme disparos y más disparos salidos por aquí y por allá. Los cazadores de turno persiguiendo y matando a los pobres bichos moradores de aquellos montes.
Incluso quien no quiere matar a nadie, quiere tener la posibilidad de hacerlo.1
Juvenal, Sátiras.

Una tarde, caminando inocentemente, me fui a una no muy lejana librería. Mis visitas a estos establecimientos suelen ser breves: me marean los estantes y mesas llenos a rebosar de libros. Procuro, pues, ir siempre en busca de alguno en concreto. Odio mover y remover libros. No era el caso. Entré con la mente en blanco. Me pasé por la sección de rebajas y oportunidades, y vi un montón ingente de libros descatalogados sobre Grecia y Roma. A un precio irrisorio. Me los llevé todos. Tuve que llamar un taxi. Para evitar críticas de deudos, parientes y conocidos, al salir también compré un libro acabado de publicar. Me sería muy útil un par de días después.

Catalogados y ordenados en mis estantes, me entró la risa tonta: me iba a hacer falta mucho tiempo, muchísimo, para leer todo aquello. Y no lo tenía. Al día siguiente, no obstante, de baja por enfermedad, me entregué en cuerpo y alma al primero de ellos. Y así pasé dos o tres días disfrutando de la gozosa lectura. Hasta que me llamaron del ambulatorio para someterme a más análisis por si mi baja era un truco o engañifa. No lo era, pero me anunciaron el alta para dentro de cuarenta y ocho horas a más tardar. La alegría en casa del pobre dura poco.

Pese a todo, no quise renunciar a mi caminata sabatina por algún monte más o menos próximo. El viernes por la noche preparé la mochila y me fui a dormir. Al día siguiente, tras consultar mi libreta de rutas, me dirigí a la estación, saqué el billete y me subí al tren. Con uno de los libros de marras entre las manos, por supuesto. Habría leído unas cincuenta o sesenta páginas cuando llegué a mi destino.

Afortunadamente aquella mañana me había abrigado con una sudadera de color amarillo fluorescente. Era capaz de abrir los ojos de un muerto.

Ni hacía mucho frío, ni se había pronosticado lluvia o nieve. Aun así, por si las moscas, metí el libro en su bolsa de plástico, lo envolví bien y lo guardé en lo más profundo en la mochila. Cargado con ella comencé a caminar hacia las montañas. A los pocos pasos, aun antes de entrar en calor, empezaron a acompañarme disparos y más disparos salidos por aquí y por allá. Los cazadores de turno persiguiendo y matando a los pobres bichos moradores de aquellos montes. De vez en cuando también me llegaban los ladridos de enfurecidos perros. Quizás estuvieran persiguiendo a algún jabalí. Afortunadamente aquella mañana me había abrigado con una sudadera de color amarillo fluorescente. Era capaz de abrir los ojos de un muerto. Esperaba, por lo tanto, que nadie me confundiera con un bicho digno de ser guisado. Recordé las advertencias de Dersu Uzala cuando se tropieza con los soldados rusos en medio de un bosque:

—No disparar. Soy un animal humano.

Algo así les dice. No le disparan. Ahora bien, hay gente que por darle gusto al gatillo es capaz de matar a una milana bonita. No me amilané: los disparos sonaban muy lejos de por donde yo iba. No obstante, de vez en cuando, me tropezaba con viejos cartuchos gastados tirados por entre los matorrales. Llevaba ya un buen espacio del camino recorrido cuando cesaron los disparos. El silencio me invadió por completo. Era una delicia. Pensé entonces que se debería relanzar la caza con arco, flechas y lanzas. Sería más divertido y menos ruidoso.

De no ser por las armas de fuego, los castillos y las murallas todavía tendrían sentido. No se hubieran convertido en un parque temático o en bodegas o salones de actos varios. Y, desde luego, no hubiera habido las enormes matanzas que ha habido en Estados Unidos. Con un arco nunca, en un instituto, se hubiera podido matar a tantos niños como se ha hecho con los fusiles de asalto.

—Entonces, cuando no había armas de fuego, no los mataban, pero los esclavizaban y los castraban —me dije—. De armas cambiarás, y de asesinos no escaparás —sentencié parafraseando un viejo refrán.

Recordé en ese momento la historia de Hermotimo. Un niño al que castraron tras la toma de su ciudad. Vendido luego como esclavo, con el paso del tiempo llegó a ser uno de los hombres de confianza de Jerjes. Lo llevó consigo cuando partió hacia Grecia, pasando por las Termópilas. En el camino, Hermotimo se tropezó con su castrador. Se ganó su confianza, y cuando lo tuvo frente a él, con toda su familia, le preguntó qué mal le habían causado él o sus padres para que lo castrara convirtiéndolo en una ruina… Silencio. Hermotimo, entonces, hizo que aquel hombre castrara a sus hijos, y que sus hijos lo castraran a él. Así lo cuenta, más o menos, Heródoto, el gran historiador.2 Las guerras. El ser humano.

A la vera de unos pinos, al final de una espesura, distinguí a un cazador. Estaba de pie.

En estas estaba cuando el corazón me dio un vuelco: a pocos metros de mí, a la vera de unos pinos, al final de una espesura, distinguí a un cazador. Estaba de pie. Parado. Llevaba pantalones y chaleco de camuflaje, gorra roja, canana llena de cartuchos, y una larga escopeta, abierta, entre los brazos. Me paré en seco. Tuve tentaciones de volver por donde había venido. Pero pensé que era una tontería: caso de querer dispararme, lo mismo daba correr que quedarse quieto: me iba a alcanzar de todas formas. Seguí avanzando hacia él. Tal vez no estuviera tan loco como para abrir fuego sobre un animal humano.

Lo saludé al llegar a su altura. Me contestó. Tenía ganas de hablar. Me detuve, pues, a pocos pasos de la escopeta sin dejar de mirarla.

—Ha hecho bien —me dijo— en ponerse esa chaqueta. Se ve desde muy lejos.

—Pura casualidad. No sabía que hubiera cazadores por aquí. Aunque, eso sí, me han salido al paso algunos conejos.

—¿Y a dónde va por estos andurriales?

—A matar el día. A caminar.

—No debería ir solo.

—Sí. Tiene razón. ¿Hay muchos cazadores? ¿Hay peligro?

—Pocos. Los conejos han desaparecido. Los animales no son tontos. Se han ido hacia el pueblo, hacia donde no se puede tirar contra ellos.

—Sí. Pero siempre hay algún descerebrado —dije recordando, una vez más, la escena de la muerte de la milana bonita en la novela de Miguel Delibes.

—No, no crea. Esto no es América. Aquí no estamos tan locos como para ir matando a personas.

—Sí. Tiene razón. Aquello de Puerto Urraco fue una excepción.

—Nada que ver con los asesinatos en colegios. Para hacer una cosa de esas hay que estar muy mal de la cabeza. ¿Qué culpa tendrá un crío o una vieja?

—Ninguna. Pero siempre son ellos, y las mujeres, quienes pagan el pato cuando se usan las armas de fuego. No le digo nada en las guerras.

—No exagere, hombre —me dijo sonriendo—. No es lo mismo cazar conejos o liebres que disparar sobre un hombre. Nunca se ha dado un caso de esos en el pueblo. Y hay muchas escopetas. A usted no le gusta la caza, ¿verdad?

—No. No me gusta. Una vez, acompañando a un amigo cazador, disparé con una escopeta. No le di a ningún animal. Pero me asustó, y mucho, el retroceso del arma. Poco faltó para irme por los suelos provocando la estampida de los cazadores de mi alrededor. Ni quise repetir, ni me hubieran dejado. Usted, por lo que veo, tampoco ha cazado nada.

—Nada. He salido a matar el tiempo. Y sin dispararle. Aquí hay mucha afición a la caza. Yo tuve una escopeta desde bien joven. Eso me libró, haciendo el servicio militar, de ser arrestado. Tenía un pobre compañero que no metía una bala en la diana, cuando íbamos a campo de tiro, ni por asomo. Yo era un buen tirador. A aquél lo arrestaban, o lo mandaban a limpiar las letrinas. A mí me llevaban al campo a disparar.

—Yo hubiera limpiado letrinas.

—Aquel chaval siempre estaba renegando de las armas. Dijo, un día y otro, que era un cobarde. De ser valiente, decía con rabia, hubiera, ¿cómo decía él, apostadado, renegado? No me acuerdo.

—Insumiso. Declararse insumiso.

—Sí, eso es. Se hubiera declarado insumiso. Y le hubiera caído un año de cárcel o más. Y estando en manos de los militares, malo. Muy malo.

—A usted, por lo que veo, tampoco le hacían mucha gracia.

—Ninguna. Pero de nada sirve rebelarse contra ellos. Armas y militares siempre habrá. Demasiados intereses por el medio…

—Estoy de acuerdo. He leído un libro en el que se dice, y se razona, que no es cuestión, en Estados Unidos, de prohibir las armas, sino de una discusión seria y profunda sobre el destino de una nación…3

—¡Buf! Eso es imposible. No nos ponemos de acuerdo aquí para hacer cualquier cosa… Busque usted lo que quieren los vecinos preguntando… Eso es una locura.

—Algo habrá que hacer con las armas. Digo yo.

No se trata de tener policías o más leyes, sino de que cada vecino tire la basura en los contenedores.

—Yo no tengo estudios. A mí no se me ocurre nada. Pero digo lo que dijo un concejal el otro día en el ayuntamiento: no se trata de tener policías o más leyes, sino de que cada vecino tire la basura en los contenedores y no donde le salga de los mismos.

—Sentido común.

—Eso es. Sentido común. Pero ya lo estoy distrayendo demasiado. Más hacia delante, a la salida de esa revuelta, tiene una fuente. El siguiente pueblo está a unos diez kilómetros. Lejos.

—No tengo prisa.

—Pero no vaya solo por ahí, hombre —dijo tendiéndome la mano y sin soltar la escopeta. Vi entonces que estaba descargada.

Nos despedimos. Seguí caminando sin oír ya ningún disparo. Un maravilloso silencio lo envolvía todo. Vi la fuente. Pero llevaba un par de botellas de agua y no me detuve.

Vicente Adelantado Soriano
Últimas entradas de Vicente Adelantado Soriano (ver todo)

Notas

  1. Juvenal, Sátiras. Sátira 10. Alianza Editorial, Madrid, 2010. Traducción de Francisco Socas.
  2. Heródoto, Historia, libro VIII, 106.
  3. Paul Auster y Spencer Ostrander, Un país bañado en sangre. Seix Barral, 2023.
¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio