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Hablan las puertas, de Marina Sandoval

miércoles 1 de febrero de 2017
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“Hablan las puertas”, de Marina SandovalLa discontinuidad que se percibe en las manifestaciones literarias, entre los siglos XX y XXI, no sólo va dirigida a la fragmentación de una línea estética que fue evolucionando desde la vanguardia, el boom y la posmodernidad para llegar, hoy, a la conexión entre la desarticulación socioeconómica con la necesidad de expresarse dentro del lenguaje de la brevedad.

La desintegración de un orden estético literario se puede comprender como la caducidad de una etapa histórica, “nuevas técnicas, nuevas expresiones”, que hoy amerita el arte de la síntesis. Aun cuando el fenómeno es mundial, la inestabilidad que se vive en Venezuela, la destrucción de su riqueza cultural, de su patrimonio histórico, tangible e intangible; la conversión de sus ciudadanos en masa proselitista; la desnutrición física e intelectual, han convertido al escritor en artífice de una nueva estructura discursiva, en afán de abreviar para ser leído, comprendido y discutido; como dijo Andy Warhol: “En el futuro cada uno va a ser célebre un cuarto de hora”. No se trata de crisis estética, todo lo contrario, es una nueva manera de relación escritor-lector para evitar el desmoronamiento de la lectura. Los escritos breves de hoy van a perdurar como producto de la diagramación literaria de un período social de sobrevivencia.

 

La paradójica y breve motricidad del silencio en Hablan las puertas de Marina Sandoval

Imágenes verbales que llaman a lo oculto, al silencio, a quienes al abrir puertas no gozarán de libertad en el segundo que dure la caída hacía el vacío.

Los ojos del lector se mueven de una frase a otra en las páginas de Hablan las puertas, de la escritora venezolana Marina Sandoval. Libro breve, entre cuyas hojas la autora nos va guiando desde el lenguaje del pensar y del silencio, refugiado en secuencias móviles, instantáneas, cuya lectura ocupa breves minutos, que esconden un tiempo comprimido en el lenguaje, mas no en la imaginación, porque “cuando los secretos se ocultan detrás de las puertas, éstos se escapan por las rendijas”.

Lenguaje sustancioso presentado en edición artesanal. Ni las maderas desgastadas, ni los cerrajes oxidados pueden sacrificar el hilo sutil “que le ha dado cuerpo a través de cuarenta y cuatro fragmentos de alguna manera indefinibles”, como dice Manuel Cabesa en el prólogo al texto. Murmullos móviles pulcramente diseñados por “las diminutas puntadas que cierran las puertas de la maldad”.

La capacidad de sintetizar en pocas líneas un concepto expresado, u oculto, entre la cinética de sus verbos, representa una manera particular de visualizar el mundo actual. Como dice Gillo Dorfles: “Un resorte metagógico que para el hombre —o mujer— de hoy resulta un hecho indiscutible”. Agregamos: también arbitrario y ficticio, que en Marina se vuelve onírico cuando “después de cien años despertó y las puertas permanecían cerradas”. Así conservan el misterio, al albur de lo incierto que se esconde detrás de ellas. Se abren para advertir que aún vive Mnemosina, quien a veces se asoma atrevida, entre frase y frase, para recordarnos que “hay puertas que esperan ser descubiertas bajo el misterio del tiempo”.

El epígrafe de Pedro Silva Estrada moldea la concisa arquitectura del discurso, sin excedentes, de ritmo en ritmo. Salidas, caídas, miedos, vuelos, expresiones de una semiosis “in crescendo doloroso”, que se inicia clausurando la maldad, y finaliza cuando “en época de tormentas las puertas de la paz permanecen cerradas a los postulados de la verdad”.

Marina Sandoval ofrece una lectura ágil, una impronta de lenguaje, como ya la apreciamos en sus libros Koko, Hilos de emoción y Sueños de algodón, cuyas características cinéticas desbordan los márgenes naturales de sus páginas. Los personajes ficticios: animales, muñecas, puertas entran, bailan, salen, pasan, empujan, caminan. Incitan a una libertad inexistente, con verbos cuyos significados apoyan la configuración móvil de su discurso. Equivalentes a un código intencional en el que la escritura manifiesta el privilegio, o la prerrogativa, de poder crear, con pocas y precisas palabras, “penetrables” verbales para disfrute del lector.

El lector se introduce en cada pensamiento, lo vive, entra y sale de él, pero la ficción lo atrapa, ya no entre las geométricas figuras de los penetrables, calculados y diseñados artísticamente por Jesús Soto, sino entre la movilidad de un lenguaje, cuyas imprevisibles puertas se abren y cierran “ante el alboroto de los curiosos”, o las que “esperan con los brazos abiertos a los amantes”. No hay retrospección, todo sucede en una dinámica actual, haciendo abstracción del pasado, porque lo importante es que “nunca permitan cerrar la puerta de la libertad… Hoy muchos sienten no haberlo escuchado”.

Marina Sandoval expresa un deseo colectivo para el cual, no sólo reclama espacios literarios, sino también su reconocimiento, el derecho a la libertad discursiva, desde la motricidad del lenguaje.  

Una libertad sin cerrojos ni aldabas, “las puertas de la libertad no tienen llaves”. Cada una que se abre sugiere una percepción subliminal, una carga mágica, inesperada, atemporal, cuyo significado ficticio revierte la simbología tradicional de protección e intimidad de las puertas. La apertura de cada una oculta el flashback de riesgos y represiones.

El trueque de significados, entre las puertas, se convierte en el referente conceptual de la diversidad, que Marina atrapa con la movilidad de las imágenes verbales. Sin excesos retóricos, para ser captadas y concebidas en su espíritu de pureza original. Como cuando “la chica se sentó en el quicio de la puerta a ver pasar la procesión de la Virgen. Vino un ángel y la tomó en sus brazos”. La escritora convierte un fugaz montaje cinematográfico en síntesis verbal.

Un estilo semoviente donde se pierde el lento saboreo de lo estático, imágenes que no se almacenan, se suceden, se mueven, desaparecen para dejar un mensaje, plus moderno, de libre movilidad recurrente, muy siglo XXI. Marina Sandoval expresa un deseo colectivo para el cual, no sólo reclama espacios literarios, sino también su reconocimiento, el derecho a la libertad discursiva, desde la motricidad del lenguaje. Porque la escritora no desea una semántica cautiva entre la brevedad de su libro, sabe que los lenguajes deben ser libres, por eso afirma: “Si corres el riesgo de abrir la puerta de la piedra serás arrastrada por el río de la miseria”. Lectura simbólica que exuda la enfermedad de nuestro cuerpo social.

 

Paradojas del silencio

“Se escondió tras la puerta del silencio. No supo más del mundo”. Marina Sandoval acude a un lenguaje que clausura la realidad con su propio significado. Un silencio amordazado por la trama verbal del misterio que se guarda tras las puertas. Habla de lo abismal, del silencio complejo de unas puertas que tienen el poder de significar el misterio de todo lo no dicho. Lo expresa Octavio Paz: “El silencio no es el fracaso sino el acabamiento; la culminación del lenguaje”. Se corresponde con el concepto de la escritora: “El silencio es inaprensible. Ya no es palabra. Es un lenguaje especial que no todos entienden”. Las puertas callan, enmudecen en el “grado cero” de su inescrutable, pero alusivo silencio. Muestran un mundo en el que todo caduca mientras las puertas sobreviven a la intemperie material y espiritual. Al desarraigo de lenguajes desaparecidos, de “puertas vestidas de silencio”.

Así, entre silencio y puertas que se expresan al abrirse, reside la paradoja de un discurso, breve y elocuente, que no puede enquistarse en la inamovilidad del silencio. Aun cuando éste deje de ser primordial para formar parte de las fugaces reflexiones de la escritora, y así entablar un diálogo discutible. Luego de leer cada pensamiento surge una réplica, un acuerdo o una contradicción porque, como dice Roland Barthes: “La crítica no es una traducción sino una perífrasis”. Todo lenguaje acepta ser resignificado. Y el silencio se transforma, hoy no es estable ni definitivo.

El silencio habla, se agita, reclama su espacio: “Quemó las viejas puertas, no quería dejar huella de su paso por el pueblo”. Una figura que se repite para recalcar que los recuerdos molestan, y desaparecen al abrir las puertas. Hay lenguaje en el silencio, el del vacío de lo inaprensible que se articula con la brevedad del paradójico significado, de la contradicción del suspenso, de un silencio que se hace cómplice de la movilidad del lenguaje, de la crisis de lo que perdura, un silencio que no anida, que también sabe ser inestable. Un tributo que este siglo debe pagar.

Hoy hablan las puertas que se abren en este siglo. Hablan desde la atmósfera impuesta por el silencio del tiempo, desde los sitios abandonados, desde la forma discursiva que desecha lo emocional, porque las puertas no son patrimonio de nadie. Un duelo que descansa sobre la trama de una deconstrucción histórica y habla desde unas puertas tan temidas como las de Gabriela Mistral en su poema “Las puertas”:

Entro como quien levanta
paño de cara encubierta,
sin saber lo que me tiene
mi casa de angosta almendra
y pregunto si me aguarda
mi salvación o mi pérdida.

 

Autores consultados

  • Barthes, R. (1982). Fragmentos de un discurso amoroso, México: Siglo XXI.
    (1985). Crítica y verdad, México: Siglo XXI.
  • Dorfles, G. (1969). Nuevos ritos. Nuevos mitos, Barcelona: Lumen.
  • De Saussure, F. (1972). Curso de lingüística general, Buenos Aires: Losada.
  • Gruzinski, S. (2001), La guerra de las imágenes, México: FCE.
  • Paz, O. (1984). El laberinto de la soledad, México: FCE.
  • Praz, M. (1976). Paralelo entre la literatura y las artes visuales, Caracas: Monte Ávila.
  • Sandoval, M. (2016). Hablan las puertas, Maracay: Editora Marina Sandoval.
  • Steiner, G. (1982). Lenguaje y silencio, Barcelona: Gedisa.
  • Victoria, M. (1965). Meditación del silencio, Buenos Aires: Emecé Editores.
  • Xirau, R. (1968). Palabra y silencio, México: Siglo XXI.
Julia Elena Rial
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