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Las palabras, hijas astutas en Objetos poemados / Poemas sin objeto, de Alberto Hernández

miércoles 27 de noviembre de 2019
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“Objetos poemados / Poemas sin objeto”, de Alberto Hernández

“Hacerse iguales a los objetos en la superficie quiere decir aprender. Comprender los objetos en su profundidad quiere decir inventar”.
Goethe.

La lectura del reciente libro del poeta-narrador Alberto Hernández Objetos poemados / Poemas sin objeto (Dirtsa Cartonera, 2019) nos advierte sobre un nuevo y original significado y estructura poética. Atraídos por la semántica de cada poema, conscientes de cuánto se esconde tras el potencial vigor de las palabras y de inteligencias culturales. Más allá de ideas impuestas o preconcebidas, descubriendo nuevos rincones, recovecos alucinantes del haber poético-narrativo.

La heterodoxia de objetos que nos ofrece el poeta nos recuerda al estudioso de la lengua Mariano Picón Salas, para quien las sorpresas consistían en descubrir que nuestra cultura hispanoamericana abre las puertas a protagonistas del pensamiento.

El poeta aragüeño no es nuevo en la creatividad de su docta actividad lírica. El poemario que hoy nos entrega analiza, bajo una novedosa estructura narrativa, conceptos escondidos entre objetos, cuya significación es compatible con un actual vivir que se olvida de sentimientos y reconocimientos, en el consenso generacional y en la equívoca y limitativa política oficial.

Hernández abre caminos escondidos para unos personajes que, a pesar de ser objetos, asumen el riesgo de hablar de verdades que ponen en evidencia realidades históricas, deterministas, y la vergüenza de nuestro actual panorama nacional. Los objetos revelan la expresión patológica del atraso social de patria sin padre, pueblo sin demos, y la libertad para unos pocos. Las cosas hablan de una historia que fue preparando los cambios para enajenar el país. Y son ellos, los objetos, quienes nos colocan frente a una triste e inédita realidad.

Hernández diseña el lenguaje, utiliza la luz, los colores. Crea un escenario para La Silla, El Hacha, El Cuchillo, La Página, El Pan, y tantos objetos comprometidos con el ser humano.

Alberto acuchilla el cuerpo del lenguaje con nuevas formas de una palabra no alienada, porque “no entra en la historia de la poética ni de la realidad”, dice Roland Barthes en El grado cero de la escritura.

Es en el decir donde el poeta acude a una semántica paradójica e interpela al usuario de cada objeto. Una poesía en la cual las palabras acusan el peso de las cosas. Con una visión que descubre lo arcaico. El poder elemental de lo originario, porque es la materia prima la que habla desde los poemas. Es la sustancia de cada palabra que antecede a la función; en este siglo XXI que ignora orígenes, los objetos revelan cuáles son y dónde están. Ellos se convierten en expresión de sentimientos.

Hernández diseña el lenguaje, utiliza la luz, los colores. Crea un escenario para La Silla, El Hacha, El Cuchillo, La Página, El Pan, y tantos objetos comprometidos con el ser humano, que expresan funciones, sentires, asperezas, destrucciones. Cada objeto va creando una poesía subversiva, esencial, rebelde y pragmática. Lenguajes que se constriñen a las circunstancias. Y que en algunos párrafos subordinan la disposición verbal a la comprensión ideológica. En el escenario plano del papel, los personajes negros de la palabra exhiben sus ideas.

El poeta rompe la virginidad lírica de los objetos y la enriquece con lo voluptuoso del lenguaje. Lo ambiguo, paródico, a momentos satírico, cualifica el poema “La Página”, que se revierte en su propia historia: “Se deja llevar, se deja violar, escribir, subrayar. El poema apremia tanto que la página vomita la palabra” (Hernández, p. 62).

Lo narrativo no anula lo poético, crea un set de minirrelatos líricos que introducen la incertidumbre, en un vaivén de relaciones entre los objetos y el mundo que los rodea. Es aquí donde el poeta actúa con la impronta estética que lo lleva a independizarse de normas. Así Alberto acusa, una vez más, su praxis creadora cuando los poemas anulan los límites entre verso, relato y pintura verbal.

Hernández les crea un nuevo perfil a los objetos, connotados por la tragedia cotidiana. Utiliza la luz, los colores. Crea un escenario para La Silla, El Hacha, El Cuchillo, expresiones de un siglo en crisis poética. La palabra vive su propia diáspora de distorsionados significados. Se subordina a la acción para desechar la estandarización. Cada objeto acude a una semántica paradójica, dueño de un nuevo lenguaje, anacrónico, híbrido: “Quien se sienta en la silla sabe que sus glúteos encontraron acomodo / los pies albergan la emoción de estar acompañados por cuatro de madera que vigilan la constancia del dueño” (Hernández, p. 11).

No hay metáfora que se resista al poeta, ni símil que no asome en medio de las turbulencias de las palabras.

En “El Hacha” el lenguaje sublevado dirige un mensaje puntual, un pixelado sin academicismo quiebra el tiempo lineal para darle ritmo y plusvalía a la palabra precisa: “El verdugo se acomoda la máscara de sombra al sol. / Aguza el oído en la víctima. Ajusta el rostro escondido al dolor que habrá de sufrir el condenado. / Un movimiento elíptico corta el tronco y las costillas. / La savia mancha el filo brillante que descubre la tarde. / El verdugo se limpió la cara y comienza a recrearse en la leña. / Se adelanta al fuego con una sonrisa. / ¿Y el hacha? / Cuánto de pesadumbre esconde en su silencio…” (Hernández, p. 9).

Rompe Alberto Hernández fronteras literarias con objetos que, alternando verso y prosa en su silencioso hablar, se adueñan de rumores cotidianos y comparten coordenadas de lenguaje actual.

Alberto Hernández es el prestidigitador que hace hablar lo inerte desde las vísceras del dolor, o del placer.

No es el poeta quien habla desde sus objetos. ¡No! Son ellos quienes despiertan al lector con su intensidad verbal. Quienes se introducen “de prepo” en este siglo con nuevos símbolos, adaptados a una nueva era, en la cual el pan se amasará y comerá siempre: “Los labios se fruncen felices, y las comisuras dejan escapar unos breves quejidos de placer. Un orgasmo sacude la úvula y la bóveda celeste de la boca abriga la masa que el pan bendito y revelador forma como cemento fresco” (p. 62). Años atrás Marcel Proust erotizaba una taza de té con “la pasta de azúcar que se disuelve en la punta de la lengua”.

El diario convivir no se puede aislar de las percepciones sensoriales. Barthes les dio vida y perpetuó una semántica que hoy forma parte de los escondites del lenguaje narrativo. De un García Lorca que hablaba de “el misterio que hay en las cosas”. O de Pablo Neruda en su “Oda a los calcetines”. Donde dice: “Resistí el impulso furioso de poseerlos / en una jaula de oro y darles cada día / alpiste y pulpa de melón rosado…”.

José Asunción Silva y Dylan Thomas les dieron vida a objetos queridos. Pero sólo Hernández nos coloca en un escenario donde todo se transforma en acontecimiento. Las palabras no funcionan como meros argumentos; el poeta las va llevando al terreno del habla cotidiana y es el lector quien dará la réplica. Un nuevo perfil, con símbolos diferentes, expresión de crisis poética. El lenguaje lírico también vive su propia diáspora de distorsionados significados.

Alberto Hernández es el prestidigitador que hace hablar lo inerte desde las vísceras del dolor, o del placer. Ebulliciona el lenguaje, para convertirlo en navaja que hiere el papel, con brasas de antiguas poesías, porque la lírica nace en la historia del sentir cotidiano. Al trasladar la crisis al corazón del lenguaje, descubre la naturaleza de las cosas sin destruirlas, desde la magia de palabras y nombres. “La palabra humana es el nombre de las cosas”, dice Walter Benjamin.

No tenemos los objetos, pero la repercusión de las palabras de Objetos poemados nos lleva a penetrar el mundo de las conjeturas creados por el poeta. A acercarnos a estas palabras de Foucault: “Las utopías permiten las fábulas y los discursos. Se encuentran en el filo recto del lenguaje, en la dimensión fundamental de la fábula”.

 

Epílogo

…¡Cuántas cosas! / limas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas. / Durarán mas allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido.

Jorge Luis Borges: “Las cosas”.

 

Bibliografía

  • Barthes, Roland. El grado cero de la escritura. México: Siglo XXI.
  • Borges, Jorge Luis. Obra poética. Buenos Aires: Alianza, 1981.
  • Derrida, Jacques. Espolones: los estilos de Nietzsche. Pre-Textos, 1981.
  • Proust, Marcel. En busca del tiempo perdido. Madrid: Alianza, 1981.
  • San Agustín: Confesiones. Madrid: Cátedra, 1991.
Julia Elena Rial
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