Un homenaje a mi padre
Un cielo amarillo descansaba sobre nuestras cabezas
ese 3 de octubre de 1987
un lunes en que yo iniciaba mis clases
de tercer grado con la maestra Betty.
Atardecía,
te esperábamos felices
(la camisa blanca descansaba sobre la cuerda)
a las 7 pm transmitirían
el primer capítulo de Capitán Poder
después cenaríamos viendo las noticias de las 8.
A pesar de lo frágil
la unidad se vivía a plenitud
Una tarde, por exigencia de mi mamá
te sentaste para explicarme el concepto de polvo
no era el cuento del gallo pelón
ni de las cigüeñas que traen los bebés
ni de tus andanzas de la infancia cuando eras jornalero
era el semen al que yo, con ocho años, desconocía
y de bocafloja andaba pregonando de polvos y polvazos
pero tú, muy sabiamente, me dijiste al final:
no olvides que la biblia dice
“polvo eres y en polvo te convertirás”
Ruidos a media noche
los perros ladran en el patio con desespero
no hay energía eléctrica
los apagones se dan a cualquier hora
mi esposa me pide que dé un vistazo
tomo una linterna
hago una ronda por el perímetro y calmo a los perros,
retorno a la cama, calmo a mi pareja.
Es en esos momentos
en que revive la imagen de tu sombra a medianoche
con machete en mano
buscando a los ladrones que merodeaban la casa
y de los que se presumía su identidad.
Eran tardes de sol inclemente
en que los muchachos del barrio salían a jugar fútbol
Agua Fría, Macarrón, Pantaletas, Correcaminos y el Mico entre otros
hacían la convocatoria con gritos ensordecedores.
Allí estabas para girarme instrucciones:
dar de comer a los animales,
hacer el mandado a la bodega,
mover la arena y las piedras con la pala y la carretilla
al sitio donde estaba la semana anterior
y la menos esperada, buscar ladrillos al barrio Independencia
todos, en familia, como hormigas.
Mientras los demás pateaban el balón a su antojo
yo forjaba mi carácter a tu semejanza.
Ese día no pude menos que darte un abrazo
frente a los restos de mi abuelo Víctor Manuel González.
Tenías la mirada pérdida
y, a pesar del conglomerado familiar,
noté que toda la soledad,
los recuerdos y la nostalgia del mundo
se habían escanciado sobre tu ser.
A la mañana siguiente
un día de las madres del año 1994
lo acompañamos en su descenso
con un abundante chorro de miche
y la convicción de que las agujas del reloj
van, resignadas, de atrás hacia adelante.
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