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Noche de dragones

domingo 11 de diciembre de 2016
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No había espacio para el descanso en que no tuviese ese sueño misterioso. Aunque no podría determinar la magnitud del período en que las imágenes dominaban mi subconsciente, las mismas le confieren el grado de pesadilla en todas sus dimensiones. Según nuestros sensores de acople, de eso hace ya tres meses, tres meses de sueños ininterrumpidos y que en cierta medida me preocupaban. No he querido comentarlo con el resto del equipo, consideré guardarme el secreto y tratar de llevar un ritmo constante en todas mis actividades y protocolos, aparentar al máximo que no me estaba sucediendo nada extraño. Cuando me asignaban el turno para dormir sabía que, inevitablemente, tendría un encuentro con cientos de dragones sobrevolando en un cielo oscuro.

Los dragones lanzaban llamaradas unos contra otros; como los alces que luchaban entre ellos haciendo chocar sus cornamentas.

El trabajo de reconocimiento y de toma de muestras en el planeta Zarmina (antiguo Gliese 581g) se estaba realizando de una manera casi perfecta, a no ser por la indisposición que mostraba Shin Kwang-Hoon en situaciones en que le correspondía monitorear el perímetro sin compañía; no podía disimular su temor pero acataba sin chistar las órdenes del capitán Anton Ponkrashov, firme y estricto, con un alto sentido del cumplimiento de los objetivos y procedimientos. Shin contemplaba el paisaje como un soñador y no buscaba resaltar en el trabajo, en cambio Hakan Balta se excedía en cualquier actividad, era el propio lamebotas y en más de una ocasión llegamos a presentar algún percance. Los tres estábamos a las órdenes del capitán.

Desde el principio nos adaptamos con facilidad a la gravedad, superior a la que experimentamos en la Tierra. Aterrizamos en un sector que permanece iluminado constantemente por la enana roja Gliese 581 y —contrario a lo esperado— no encontramos formas de vida visibles. En cuanto a los microorganismos, los resultados del análisis de adenosín trifosfato (ATP) no eran muy alentadores, por lo que debíamos esperar lo que arrojaran las muestras en las placas con medios de cultivo. Luego de las pruebas definimos las coordenadas en las que iríamos a liberar una colonia de osos de agua. Shin me confesó que de niño vivió una larga temporada en Mongolia y que esas llanuras heladas y agrestes le recordaban aquellos lugares de su infancia. Después de unas largas vacaciones recalaron en su natal Seúl hasta que decidió ser astronauta y abandonar a su familia tras la ilusión de visitar el espacio sideral.

El capitán nos avisaba el turno que nos correspondía para encerrarnos en la habitación, un espacio confortable, oscuro y ambientado con piezas de música clásica: Beethoven, Haydn, Vivaldi y Bach, entre otros, nos ayudaban a entrar en un estado de sueño, necesario para recuperar la calma y la cordura. Ese era el propósito inicial. En los 5 años que duró el viaje pude disfrutar de mis horas de descanso pero todo cambió desde que llegamos al planeta, aquí se transformó en una tortura silenciosa, sí, los dragones lanzaban llamaradas unos contra otros; como los alces que luchaban entre ellos haciendo chocar sus cornamentas, de esta manera los lagartos voladores medían sus fuerzas y luego se separaban una vez que se veían envueltos en una inmensa bola de fuego mientras la mayoría, como una inmensa bandada, sobrevolaban en círculos, como los zopilotes que circundan el cielo de mis pueblos mexicanos.

A pesar de la poca fortuna en cuanto al hallazgo de formas de vida, notaba cierto entusiasmo en el capitán y en Hakan, como si nos estuviesen guardando un secreto. En dos ocasiones interrumpí, sin querer, la conversación que mantenían con cierta mesura. A todo ese cuchicheo preferí no darle importancia y me limitaba a entregar la información que me solicitaban. En una ocasión, Hakan me enseñó unos diagramas que estaba mejorando con la posibilidad de encontrar agua y así poder aplicar ciertos principios de termodinámica gracias a las condiciones que ofrecía el planeta. En Estambul se especializó en el área del manejo de fluidos del Departamento de Ingeniería Mecánica; eso fue después de abandonar la idea de ser escritor. Desde su adolescencia aspiraba a convertirse en un exponente de la novela turca, emular al gran Orhan Pamuk y ganarse el Premio Nobel de Literatura, galardón del que habían transcurrido más de ochenta y cinco años sin recaer en un escritor de su nacionalidad. Todas esas quimeras se vinieron abajo cuando su padre lo obligó, prácticamente, a inscribirse en la universidad.

Después de cumplir los últimos lineamientos, nos sentamos a contemplar la estrella Gliese 581. Calcularía que superaría en cinco veces el tamaño de nuestro sol, viéndolo desde la base. La próxima y última etapa nos correspondía visitar un sector donde la luz y la penumbra se dividen. El planeta no cumple con el movimiento de rotación al que nos tiene acostumbrada la Tierra y siempre vamos a conseguir aquí un sector iluminado y otro oscuro, de manera perenne. Nuestra misión consistía en corroborar toda la información que recibían los telescopios y las fotografías que enviaban las sondas. No podíamos evitar cierta nostalgia por los atardeceres que vivíamos en nuestros países, esa desazón que produce la caída del sol, la angustia por el día que termina porque no se repetirá otro igual.

El capitán no pudo disimular y se mostró vulnerable al manifestar un dejo de tristeza; sus atardeceres eran únicos, confesaba, los que disfrutaba en épocas de primavera en San Petersburgo, cálidos y con cierto romanticismo. Las parejas de jóvenes se tomaban de la mano y los niños invadían las plazas para descargar la energía que acumulaban en el invierno. Su abuelo, nieto a su vez de un funcionario de alto rango del PCCC, le brindaba apoyo constante en su idea de llegar a ser un cosmonauta. Le hacía énfasis en su carga genética, en que por su sangre corría el espíritu de la Madre Rusia y un compromiso firme con toda la familia en ser el mejor, en ser todo un pionero. Lo más extraño, dijo después, es que soñaba con dragones que se asemejaban a sombras voladoras y esas imágenes desaparecieron al ingresar en la escuela de astrofísica. Yo, una vez más, opté por callarme.

Luego vimos algo que llamó nuestra atención, un extraño portal por el que entraban y salían los dragones que protagonizaban mis sueños abominables.

El viaje se desarrolló sin ningún contratiempo, todo según el cronograma. Me asomé por la ventanilla y observé las laderas que describían formas caprichosas, gracias a los fuertes vientos que allí se desencadenaban. Esto me hacía recordar las historias de ciencia ficción que mi tío Hernán Monterroso me leía de niño. Aventuras y batallas que se producían en otras constelaciones, visitas inesperadas de otras formas de vida al planeta y descubrimientos de otros mundos con la finalidad de ser colonizados por la raza humana. En este renglón me encontraba, dando el primer paso junto a mis compañeros, explorando un planeta que podría albergar a futuras generaciones de hombres y mujeres terrícolas.

La luz de la estrella Gliese 581 se hacía cada vez más débil, sólo esperábamos que se activase el sensor de advertencia para el aterrizaje. En un punto específico la nave se detenía y comenzaba a descender paulatinamente. Una vez en suelo firme me di cuenta de que Shin se recluía en el cuarto de descanso, Hakan argumentaba la búsqueda de resultados en el cuarto de análisis y la mirada del capitán se clavaba directamente en mí. Me dijo que no me preocupara, que él mismo me acompañaría a hacer el primer recorrido. Salimos con cierta cautela, la penumbra del paisaje despertaba ciertos temores, en parte por lo acostumbrados que estábamos a los días iluminados. Antes de abandonar nuestro recinto de seguridad me apresuré en llevar cuanto instrumento nos sirviera para resguardar nuestra integridad, un láser pulverizador, un resonador de ondas de baja amplitud y una lámpara de alta incandescencia. Ponkrashov sonrió al ver mi estado de paroxismo.

Tras unos cien pasos de caminata empecé a sentir un mareo extraño; afortunadamente el traje que nos protegía contra el frío inclemente me ayudaba a regular los procesos relacionados con mi equilibrio y noción de la realidad. Nos detuvimos frente a un abismo, similar al Gran Cañón de Colorado. Luego vimos algo que llamó nuestra atención, un extraño portal por el que entraban y salían los dragones que protagonizaban mis sueños abominables; una cantidad infinita se congregaba sobre nosotros como una película que se negaba a finalizar, repitiéndose en un ciclo infinito. Luego perdí la noción de lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Cuando desperté, los dragones todavía estaban allí.

Nesfran Antonio González Suárez
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