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Poemas de Carlos Barbarito

viernes 14 de julio de 2017
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I

Busca en la penumbra su espalda;
un denodado esfuerzo,
como permanecer, bajo un cielo en llamas,
escondido en una trinchera.
Busca su muslo, en un amplio espacio
donde se amontona el mal
como si fuesen ramajes,
donde la vida suelta sus perros
que ladran sin tregua
a lo, para ojos humanos, invisible.
Busca y es remoto,
respiración de una figura
que la sucesión de las horas extenúa;
su mano dibuja en el aire
lo único que todavía lo embriaga:
la escena, que una y otra vez se posterga,
la luz envolviéndolos en oleadas,
por fin abrazados, sin producir sombra alguna.

 

II

Arde y es mediodía y no logra ver su rostro;
aunque no parece haber fuego, arde
y bajo el peso del mediodía el mar,
de a poco, se seca; respira
aire con cenizas, cenizas en el aire,
apenas sostenido por un muy ligero anhelo:
una llovizna blanca sobre el suelo negro.
Aquí, ahora, lo que de su rostro imagina:
un brillo entre las hojas, una sombra oportuna,
un despertar de pájaros, un dios
que, tentado por un fruto tierno, se descuida.
No logra verlo y arde y es mediodía;
hay belleza, pero envuelta en papel de muerte,
hay mañana, pero reducida a lo oscuro subterráneo,
hay vida, pero atada al ala de un ave
que, luego de muchas migraciones,
en un cielo conocido, se extravía.

 

III

¿Podrá oírlo desde su lugar actual? Vaciado
en vidrio, el destino se configuró aquel día
con aquella noche y no hubo regreso;
no fue su destino el del árbol,
ni el de la bestia, ni siquiera el de la piedra:
no era de aire, pero se volvió aire,
no era de aire, pero en el aire se perdió
su aspecto y su modo. ¿Sentada,
de pie? Pero siempre inmóvil,
recortada para siempre del papel del mundo
y puesta para siempre donde no llueve
ni hace frío ni calor ni amanece ni hay crepúsculo.
¿Podría él oírla si, al menos por un momento,
ella recuperase garganta y lengua
y en cualquier lengua lo llamara?

 

IV

Allí, estimulados y ligeros. Por fin, ingrávidos.
Detrás de puertas sucesivas, llegan
al grito que, de acontecer fuera de la casa,
alarmaría a las bandadas y arrojaría
el mar sobre las ciudades.
¿Qué aire flexible respiran en este momento
y qué misterio les hace ver con los oídos
y oír con los ojos, hasta volver
recto el eje del mundo?

Carlos Barbarito
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