En una hora precisa…
En una hora precisa, la raíz que persiste
en dirección al núcleo donde el mundo todo
se resuelve en silencio;
en un día preciso, la mano que se hunde
hasta casi alcanzar en lo oscuro un cartílago;
los ojos cerrados, imaginando
en el viaje súbitos milagrosos nutrientes;
deseada alegría que tal vez se cumpla por imposible:
allá, en lo profundo, recobrados, el vínculo, la idea.
Entremezclados, desde lo difuso…
Entremezclados, desde lo difuso a lo contenido;
a la mesa, mientras tanto, el placer
del sibarita, panes y vinos en lo oscuro;
por ahora la muerte, lejos
y la doble sagrada herejía
que pasa inadvertida ante los ojos de los aduaneros.
Es sin confesión ni plañido, el océano
que desde la mayor distancia golpea las casas;
la tormenta no abandona en el suelo despojos
y sí piezas de un antiguo alfabeto, desordenadas:
por la desnudez se agitan las cortinas,
por la desnudez una Luna llena
sobre un mapa de azules, verdes y bermejos
por el que navegan púlsares y bruñidos.
¿Y tu secreto, resurgido instrumento?
Presencias, encaramadas, invisibles;
desde las hierbas altas soplan los conjuros.
Hay, lo imagino, algo…
Hay, lo imagino, algo en alguna parte
capaz de retratarte con más o menos fidelidad
cuando, desde todas partes,
todas las voces subrayan tu ausencia;
pero ¿qué? ¿Una firme voluntad
que de mi voluntad inestable
se separa y actúa convertida
en mano invisible pero diestra?
¿O todo depende
de mi propia inhábil mano,
que poco y nada puede
ante el polvo en el aire,
la herrumbre en los picaportes?
Hubiera querido otra tierra…
Hubiera querido otra tierra y otro sol;
la vida, así lo siento, es un gesto
que no es mío, un rumor
que a duras penas logro oír
mientras el paisaje de fondo —luces mínimas
en perpetuas brumas— se lleva consigo
lo que, en cada amanecer, de mí,
silbido, invocación, ruego, apenas se asoma;
vacila el remolcador en la borrasca
—me sitúo ahora en la orilla,
me dejo golpear por la lluvia y el viento—
y las horas oscilan entre la claudicación y el desmayo,
algo me impide conocer por fin tu desnudez,
no hay diferencia entre partida y regreso;
qué es esa mano que se alza en lo remoto:
se quema, tal vez, lo que vincula
el efímero motor con el engranaje de lo duradero.
Nacer entre sangre…
Nacer entre sangre y relámpagos,
a mitad de camino entre luna vieja y luna nueva;
acaso concebido en resignación:
la tiranía de la bruma, dársena o desnudo golfo,
antes de abrir los ojos, un silencio persistente,
una divinidad en el frío y desabrigada;
—no será de nadie el reino y mucho menos tuyo—
pero aquí no reside la causa de la aflicción:
hay en lo profundo inalcanzable
una escena que se repite una y otra vez,
alguien que se arranca el rostro creyéndolo máscara.
Por tu ojo miro…
Por tu ojo miro y veo, no por el mío;
frágil es la materia de la que consisto
y demasiada la distancia al mar
para mis pies; si pregunto
hay un destello breve y luego una ventana
que se cierra. Supe
alguna vez el secreto del mago
y fue eso, y no aquella ave muerta,
lo que me arrancó la inocencia.
Qué cruza ahora el aire.
Quién fija en el suelo una estaca.
Por tu ojo y no por el mío, miro y veo.
¿De qué sirven?…
A Ogui Ranea, en memoria.
Incluso las rocas tiemblan.
Goethe
¿De qué sirven lo breve y lo vasto?
¿De qué sirve darle un nombre
a una rama quebrada por el viento,
a una costa brumosa,
a una última, desesperada posibilidad?
El genio abandona al niño;
el balde se detiene a mitad de camino
y no recoge el agua de lo profundo;
la casa cierra su única puerta
y traba su única ventana.
¿Qué pedir ahora, qué cuadrante,
qué sustancia, qué hilo de luz,
qué aspecto de la noche,
qué novedad o reiteración del día?
Voces de niños…
Voces de niños, apenas audibles.
A ras del suelo, la criatura desalada;
quién ahora comprende, se arranca
la ilusión como si de una camisa se tratase;
quién agrega al gran tapiz la figura que falta.
Signos en la materia de la lluvia,
en los mecanismos del día y la noche,
en los asilos donde cada cual se enfrenta
a sucesivos destellos sobre un fondo oscuro.
Habrá un advenimiento, pero ¿cuándo?
Sopla borrasca en la conversación de los amantes;
se alimentan de lo escaso, de lo inestable,
de un espejo que deforma.
Viento incesante contra deseo y fronda,
ningún nombre permanece apenas pronunciado,
sólo quedan voces de niños, apenas audibles,
sucesivos destellos sobre un fondo oscuro.
- Asilo de lo fugaz, de Carlos Barbarito
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