18. Pócimas otoñales
Pócimas otoñales
en un cazo de metal
a fuego lento cocinadas,
brebajes de amargas hierbas
en el bosque del amanecer
por mi mano recolectadas,
poción de brujas boreales,
poción de engendros bosqueriles,
poción de ánimas del más allá.
Y ahora un trago esperpéntico,
ahora un trago de elixir
como para revivir difuntos,
como para conjurar meigas,
como para darles vida a zombies,
como para embrujar a satán.
Un trago de tus pócimas,
un sorbo de tus brebajes,
un tazón de tus pociones,
otoño, un elixir otoñal,
para dormir esta larga noche,
para no escuchar tu aullido,
para no sentir tus brujas
merodeando mi morada
con su algarabía infernal.
21. Primera vigilia
La primera vigilia fervor
a ciegas del hermano mendicante,
devoción de discípulo en marcha
con sus sandalias de seco esparto,
inequívoca su tenaz persuasión.
Angosta, sinuosa y larga la senda,
polvorienta de tanto pie enjuto,
de tantísima estoica abstinencia
a pan ácimo, a jergón vegetal,
a penitencia, agua seca y escarnio.
Hacia la tardía primavera
los huesos acuse de recibo,
el sayo raído de mendicidad,
y bajo las órbitas oculares
los profundos surcos de la vigilia
en su morado color testimonial.
Alta tu devoción de eremita,
alto tu tenaz discipulado,
hermano de la tonsura menor.
Pero el camino largo y zigzagueante,
el esparto duro e inclemente,
la frente reseca de seco sudor.
A la mediatarde del otoño
la oscuridad, la primera helada,
los pies llagados, las carnes magras,
las alimañas en torno al jergón.
Fervor de la primera vigilia,
himno jocundo de la devoción:
los pies aún sandalias de esparto,
el sayo raído, el pan tributario,
los labios resecos de sequedad.
Estrecha la luz, hermano mendical,
a la entrada del invierno, en camino,
a pie por la primera vigilia.
23. Devocionario de otoño
Devocionario de otoño,
mínimo espacio de su amplitud,
sombrío rincón de noviembre
atiborrado de leña y fervor,
de utensilios inanimados
subiendo en la espiral del humo,
trazando su grafía luminal.
A lentas bocanadas, trepando
desde las raíces del misterio,
desde una maraña de lenguas
jamás antes oídas, enraizadas
en la mudez de la pitonisa.
Mínimo espacio del pronunciar,
buhardilla en semipenumbra
llena de voces incógnitas,
tibio de calor germinativo
y frío del despojo otoñal.
En esas claras coordenadas,
en ese entrecruce de ciegos
enredados en su clarividencia,
mi devocionario de otoño,
mi fervorosa actitud monacal
en el lento tránsito del vaho,
en su grafía reverencial.
26. Hojas
Hojas de tembloroso color,
transitorio entre la desnudez
de muchachas cayendo al vacío,
y ancianas regresando al humus,
resecas de manos agitándose,
lívidas de tránsito vegetal,
hojas volando en el derrame
de la flora en su suicidio ritual,
temblorosas en el aire agitado,
en el viento tibio llevándoos
hacia vuestro peregrino hogar,
hojas arrojándoos al vacío,
a un precipicio de cuchillas,
de espadas, guillotinas frías,
al sueño del humus regenerador,
¿de qué color mi color otoñal,
de qué color mi piel aterida,
de qué tembloroso color final,
hojas, mi seco tránsito otoñal?
28. Claire en el viento
Aquella tarde Claire de prisa
por entre las ráfagas del otoño,
temerosa de algo, perseguida
por hojas secas arremolinadas
en torno a su rubia cabeza.
¿Qué hora era, Claire, cuando los relojes
señalaban las sombrías del otoño?
La casa señorial, la casa en lo alto,
la casa elevada sobre el risco,
pesada de habitaciones y muertos,
de telarañas, murciélagos, ratas,
tenebrosa en la luz a jirones.
Claire de prisa por la tarde en penumbras,
Claire sola por la solitaria calle,
y el viento disparando sus saetas,
el viento arremolinando las hojas,
el viento del avanzado otoño.
La escalera ante ti, esposa amada,
el puente de peldaños hacia lo alto,
el último trecho de tu huida.
Unos pasos más hasta el pórtico,
la pesada puerta, el alto umbral,
la vieja escalera de madera.
Arriba el ático, arriba la luz,
arriba tu hogar defendido
por mis manos contra el otoño.
¿Qué hora era, amor, cuando los relojes
señalaban las últimas en punto?
30. Leche otoñal
Leche otoñal de tus madrigueras,
leche de tu encapuchado misterio
para alimentar mis pulsaciones,
para alimentar de tu intemperie
a mis cachorros sacramentales,
a mis lobeznos enternecedores
aullándote en su dura lactancia.
Leche de tus pezones ávidos,
leche de tus ubres manantiales,
para que hospicio generatriz,
para que adopción óntica, otoño,
y turbio de tus linfas turbias
mis pasos una danza orgiástica.
De tus madrigueras recónditas,
de tu intemperie latitudinal,
de tus misteriosos órganos,
leche otoñal, leche amamanticia,
leche de tus pezones maternales
para mis ciegos cachorros, otoño
40. Saúco
Zumo de saúco cerril,
leche de ampollas racimales
arrancadas al otoño, en diciembre,
en la fantasmagórica serranía.
Sangre de tus glóbulos, saúco,
sangre espesa de tus alambiques
cerriles, de tus venas morunas,
apretada de salud vegetal,
reverberante de minerales.
Linfa de otoñales racimos,
linfa de cerril destilería
para mi sed de sobrevivirte,
para mi temor de tus deidades,
para no caer en tus mazmorras
y enloquecer de desvarío, otoño.
50. Advocación
Bajo la advocación de las estrellas,
de noche en camino por el otoño,
con un cayado de encina sagrada,
y un zurrón con amuletos gitanos
latiendo sus interferencias
en la atmósfera sobrenatural.
Arriba las Pléyades tribunicias,
a mi izquierda la Gran Osa estelar,
y frente a mí el Auriga erguido
sobre el pescante del carro délfico,
hierático de regia dignidad.
Sobrenatural de espíritus
bosqueriles y apariciones,
de náyades nocturnas tocando
su dulce, hipnótico instrumento,
cálido su pubis, su regazo,
sus senos alucinatorios.
A través del senescente otoño,
de noche por su atmósfera lunaria,
tembloroso de labios susurrantes,
atado al mástil de las estrellas,
a sus ligamentos advocaticios.
Brujas, magos, meigas, engendros,
espíritus filiales de la luna,
ninfas nocturnas sollozándome,
tendiendo hacia mí su cabellera:
Bajo la advocación de las estrellas,
con un cayado de encina délfica
y un zurrón con amuletos gitanos,
rebosante de creencia cósmica,
intocable en la fantasmagoría.
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