Un escueto mensaje de texto el 3 de febrero de 2015 me anuncia la muerte de Carlos Noguera, quien hasta el momento se desempeñara como presidente de Monte Ávila Editores Latinoamericana y de la Fundación Editorial el perro y la rana. Más allá de estas funciones, las cuales desempeñó con dignidad y gallardía, con su persona también se va uno de los novelistas fundamentales de la narrativa venezolana de finales del pasado siglo, hijo de la llamada “década violenta”, la cual supo retratar de manera emblemática en varios de sus libros.
Con su muerte se va un amigo, generoso y conversador, amante de la tertulia inteligente y la buena música
La obra novelística de Carlos Noguera, publicada a partir de 1971, reacciona como testimonio y memoria, ficcionalizando eventos o inventando situaciones que fácilmente podemos encuadrar dentro del marco histórico señalado, definiendo una de las características más determinantes de ese período, como lo fue la violencia, tanto la violencia de Estado como su respuesta convertida en violencia guerrillera.
Los sesenta forman parte de la educación sentimental y política de nuestro autor; es durante estos años que realiza sus estudios universitarios y se une a quijotescas empresas editoriales como las revistas Intento y En Haa. Es el tiempo, también, en que se revela como escritor gracias a la publicación de dos poemarios, Laberintos (1965) y Eros y Pallas (1967). Pero sobre todo es la época de vivir y observar cada acontecimiento para aprehenderlo y fijarlo en su futura obra narrativa, que incluye los siguientes títulos: Historias de la calle Lincoln (1971), Inventando los días (1979), Juegos bajo la luna (1994), La flor escrita (2003), Los cristales de la noche (2005) y Crónica de los fuegos celestes (2010).
Son novelas en las que se maneja una técnica casi sinfónica, creando temas y variaciones sobre una época. La violencia, la tensión sexual, el descubrimiento de la vida, la literatura como forma de existencia, la juventud, el miedo, la esperanza, entran y salen de las páginas de estos libros instaurando uno de los sistemas más orgánicos que posee la narrativa venezolana de los últimos años.
Tal como lo ha expresado Luis Yslas Prado: “Entre esos autores voluntariamente dedicados a mostrar esas certezas intrahistóricas que sólo las mentiras de la ficción logran revelar, destaca el nombre de Carlos Noguera. Un escritor que ofrece la posibilidad de vivir en sus novelas ese periplo humano de una generación que se encontró frente a una pared de represión que detuvo abruptamente el caminar de sus deseos y aspiraciones. Sus historias narrativas construyen así la imagen prismática y auténtica de esos jóvenes de los sesenta e inicio de los setenta que oscilaron entre la violencia y el amor, la frivolidad y la rebeldía, la frustración y la esperanza. Noguera se detiene allí, en ese vaivén de sentires y saberes, profundizando en los pasadizos internos de unos personajes que han perdido la ilusión y luchan, por cualquier vía, para recuperarla, inventarla, o al menos aceptar, no sin sacrificios, su inevitable ausencia”.
También con su muerte se va un amigo, generoso y conversador, amante de la tertulia inteligente y la buena música, que en varias oportunidades compartiera con sus lectores su simpatía y sus conocimientos sobre el hecho literario. Estas pocas líneas son apenas un pequeño homenaje al gran escritor, al maestro, al amigo. Chau Carlitos, hasta siempre.
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