
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2022 en su 26º aniversario
Recuerdo claramente como Ahmed me llamaba con un acento de toque natural “my brother”. No sonaba exactamente a como conocía en inglés el uso de esas dos palabras. Pero podía sentir el afecto, la empatía o la voluntad mutua de servir y de escoger el servicio a pesar de no ser el más óptimo, todo yendo mucho más allá de las palabras. Lo que más me llamaba la atención era el redoblante sonido de las erres que son la pesadilla de quienes aprenden el castellano. Ahmed, venido de Paquistán a trabajar como taxista, sin reglas exactas de tránsito e inventando las suyas propias y servir a su familia. Y yo, bien lejos, mucho más lejos de la mía, llegado a Kuwait a trabajar de forma temporal o tal vez por largo tiempo.
Mucho después, ya dedicado a otros oficios, entre ellos a enseñar y a aprehender lenguajes, encontré la semilla de la razón de aquellas palabras, el protoindoeuropeo. La explosiva semilla de donde creció el árbol de los lenguajes que cubre buena parte del mundo. Todos los indicios antropológicos apuntan al África como el paraíso terrenal en donde el hombre decidió caminar sobre sus extremidades posteriores, erguir la cabeza para tener una visión más amplia y tomar entre sus dedos los precarios elementos que le sirvieron de herramientas para la caza, para la pelea, para la subsistencia.
La última era glacial fue dando tregua y el norte se fue haciendo más agradable y amable hacia la evolución de las especies. El hombre migró hacia la tierra no prometida pero satisfactoria. El lenguaje era sólo una ilusión, un vano intento de unificar los gestos, gritos y gruñidos. No se sabe si por acuerdo o, lo más probable, por la observación de la naturaleza, por imposición de superioridad, aparece el primer intento de lenguaje, un ente protozoico que comenzó a moverse en el territorio al norte del mar Negro, tal vez en un área que hoy batalla por mantener su nombre como Ucrania y por volver a sus días de relativa paz. De allí que palabras como guerra, war, arma, garra, arrasar y muchas otras poseen un sonido primitivo que viene desde muy dentro del cuerpo, desde muy dentro de la evolución.
Puedo palpar, en algunas de las lenguas de las que he aprendido, la similitud, la esencia de la raíz y la savia que me ha llegado hasta mi heredada lengua materna.
En esa región estalló la semilla de un árbol cuyas ramas se extendieron hacia la India, hacia Rusia, hacia el Mediterráneo, hacia las zonas escandinavas, hacia las tierras gálicas, y navegantes la extendieron con avaricia y pólvora hasta América. Puedo palpar, en algunas de las lenguas de las que he aprendido, la similitud, la esencia de la raíz y la savia que me ha llegado hasta mi heredada lengua materna.
Desde allí recuerdo a Ahmed decir “my brother” cuando en sánscrito, raíz más cercana al urdu paquistaní, brahtar es el mismo sonido del frater latino, y sentir la hermana fraternidad y la cercanía. Justo ahora que, de donde comenzó la semilla a crecer para hacernos más diversos, el árbol quiere ser podado para fortalecer una rama y para satisfacción del animal del poderoso que, como la última bestia del siglo pasado, invadió otros territorios, y cometió los más terribles genocidios de la humanidad, porque todos los demás y alrededor amenazaban a su raza superior.
El día de hoy, cuando llegaron estas líneas urgentes a mi cabeza, la bestia rusa, la misma que en su gran salón de mesa descomunal transpira el miedo de ser envenenado por sus propios colaboradores, está moralmente derrotada. Puede ganar la guerra posteriormente, al enfrentar a un ejército inferior en recursos, utilizando las peores y humanamente inconcebibles armas de guerra, puede seguir violando mujeres ucranianas, asesinando a niños y desterrando a millones de seres humanos para complacer a los fanáticos alrededor del mundo, que gustan de líderes fuertes y duros a sus espaldas por encima de la razón y de la evolución de la inteligencia, para sentirse emocionalmente satisfechos. Pero durante toda la evolución del mundo las semillas siempre han sido mucho, mucho más fuertes, y más numerosas que los mismos árboles.
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