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Seis poemas inéditos de Ulises Varsovia

viernes 9 de octubre de 2020
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Madre

Madre, romper de pronto a llorar
convocada en las coordenadas
de una borrosa geografía,
en algún lugar de un triste país,
de una ciudad triste con escaleras.

Por ellas estos pies desnudos,
por ellas sus piernas fatigadas
escalando los cerros jorobados,
internándonos en el desvarío
de una onírica arquitectura
revuelta en el desorden de los vientos.

¿Quién aquel que, a solas, estupefacto,
escuchando llover bajo el techo,
cuando julio detenido, inmóvil,
atascado en el despeñadero
de las aguas interminables?

¿Y de quién la mano amorosa,
de quién la voz en un susurro,
de quién el beso inextinguible
sobre mi mejilla adormecida,
en la noche de ánimas y espíritus
revoloteando sobre mi lecho?

Madre desde aquellas páginas
del brumoso libro de la vida,
envuelta en su halo de misterio,
vestal, deidad y sacerdotisa
oficiando su deber sagrado,
clavada en la infancia para siempre.

 

Desgaste

¿A quién recordar desde una edad
enterrada bajo tanto polvo,
de tantos inútiles decenios
acumulándose en mis huesos,
roídos por dientes de ratas,

a quién evocar con jazmines,
a quién llamar a comparecencia
y mirar de frente en los ojos,
limpios de rencor y de traiciones?

En vano ha pasado por mí el tiempo,
en vano sacudí las ramas
del gigantesco árbol de la vida:
todo cuanto cayó fue polvo,
deleznable materia de desgaste.

 

Persigo tus huellas

Por los mercados bullentes de idiomas,
a través de los bosques poblados
de vuelos, murmurios y raíces,
en el silencio ensordecedor
de los cementerios y museos,
sobre las islas desperdigadas
por océanos, lagos y mares,
en cada porción del espacio terrestre

persigo tus huellas, poesía,
sigo tu rastro invisible dejando
un reguero de púdico perfume.

En el huerto irisado de pétalos
abrí los brazos para atraparte
y ya habías huido, poesía,
en las playas del atardecer
tracé tu nombre sobre la arena,
y te borró el mar lleno de voces.

¿Adónde irán mis pies infatigables
en pos de tu deidad ubicua
que llena el mundo de música sublime,
y callas oculta en la flor y el remanso?

Divina doncella desnuda,
a tus senos desnudos acerco
mi boca sedienta de ambrosía,
pero antes de apretar los labios
ya no estás, o estás y no te toco.

Novia fugaz de mis febriles sueños,
seguiré tu rastro invisible
hasta que la edad me arroje su manto,
y quiebre la muerte mi perseverancia.

 

Setas

Ya las primeras setas
emergen desde la tierra,
como una aparición
de seres intraterrestres
viajando desde el subsuelo
hacia la húmeda dimensión
del temprano otoño.

Extraña su figura
de gnomos vegetales,
o de catedral silvestre,
con su turgente cúpula
sobre una única columna.

Las veréis en su súbita
aparición matinal,
diseminar por el bosque
sus solitarias torres,
o agruparse en colonias
de monjes afanosos,
rezando en silencio
en su comunidad.

Vendrá la graciosa ardilla,
y roerá con descaro
tu techo de sombrero alón,
o manos desaprensivas
te arrancarán de raíz
arrojándote a un cesto,

y terminarás tus días
como exquisito manjar
en la cacerola,
en un suculento guiso
de ingredientes vegetales,
sin pena ni gloria en la mesa
del amo y señor del planeta.

 

Primeras letras

Cualquier día empezar desde cero,
escribir, ¡por fin!, la primigenia,
la inicial, la primera letra,
el primer verso, la primera estrofa,
dejar correr la tinta libremente
a través de la infancia, de los cerros,
de la escuela primaria esfumatoria,
de muchachas vírgenes persiguiéndome.

Algún día echar al fuego todo
lo que la mano redactó, mintiendo,
los cuadernos donde el adolescente
derramó sus malheridos sueños,
las hojas que el joven solitario
llenó de su dolor para siempre.

Hoy es la hora, poeta incipiente,
hoy el momento de liberarte
de tanto fárrago a tus espaldas,
de tanta letra confusa enlazada
en indefinibles arabescos.

Que tu escritura irreverencial
empiece nuevamente desde cero,
y recorra las mismas estaciones
con la mano firme del auriga
sujetando las bridas de su carro.

 

Desde las cenizas

Cada día volver a empezar
desde las cenizas,
cada día desenredar
aquello que enredó la mar
sonando en la orilla.

Son olas definitivas
que empezaron a rodar,
cuando mi temprana vida
apenas amanecía
y ya iba hacia el cenagal.

Tú la viniste a rescatar,
tú, Claire, con tu melodía
le enseñaste la otra vía,
la de la claridad,
la de la frente limpia.

Entonces la mar cada día
sus olas desenredar,
para que de las cenizas
surja lozana mi vida
y caiga otra vez en la mar.

Ulises Varsovia
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